Mi primer todo (7 de 8)

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El día de mi regreso a casa, tras un mes entero viviendo con Lette, fuimos juntas a la parada del autobús y, durante el camino reímos, recordamos y agradecimos la gran experiencia que había resultado ser nuestra reciente amistad. Pronto nos veríamos de nuevo, así que la despedida no tenía que ser triste. De todas formas, y aunque para mí no era importante, ella no acababa de encajar muy bien el hecho de que yo no me hubiera tirado a ningún tío durante todo este tiempo. Se lo razoné explicándole que tal vez yo hubiera puesto más interés en esa empresa si realmente no hubiera tenido más alternativas, pero las sesiones de desenfreno con ella y, por supuesto, el menú de salchichón con mayonesa que ella misma incorporó a mi dieta, consiguieron de verdad apaciguar mis instintos más primarios y disipó cualquier necesidad de follarme a un desconocido por el mero hecho de hacerlo. No pareció muy convencida con mis explicaciones, pero claro ¿qué más podía contarle yo a la Zorra del Año? Así se lo dije. Y con esas carcajadas me despedí de ella desde el ventanal, mientras ese cuerpo pecaminoso se hacía más y más pequeño a mi vista.

 

Me quedaban 4 horas de viaje por delante y, para colmo, me tocó sentarme junto a un pesado de cojones que no paraba de darme coba y comentar cualquier estupidez que veía a través de la ventana. Estaba cansada y quería aprovechar el trayecto para relajarme, pero iba a ser imposible con ese pelmazo a mi vera. Y el resto de asientos se hallaban todos ocupados. Pensé incluso en pagar a alguien para que me cambiara el sitio, pero me contuve. Tampoco quería ser faltona. Yo llevaba mis gafas de sol puestas, ocultando la cara de mala hostia que se me estaba poniendo por momentos mientras el chaval, de unos ventipico, más bien guapetón y con dotes de ligón profesional, no dejaba de darme la vara con la misma puta regularidad que un metrónomo.

 

Una hora y media de taladro se me antojaba ya demasiado y, durante la parada de descanso en un área, a mitad de camino, me bajé del autocar, como casi todos,  para estirar las piernas y sacudir mis oídos. Y claro, el Sergio de los cojones, que es como se llamaba el coñazo este, seguía mis pasos como si ya fuéramos amigos. Dios, qué suplicio, recuerdo que pensé mientras sonreía forzadamente sus soplapolleces.

 

Pensé que una solución temporal sería adentrarme en el lavabo de mujeres, donde él tenía el acceso prohibido. A no ser que fuera un tío con sorpresa, claro. Pero no lo era, afortunadamente, porque me siguió justo hasta la puerta y ahí permaneció. Diez minutos de tranquilidad abrigaban una meada que intenté alargar tanto como pude pero, a la vez, era consciente de que el autocar no iba a esperar por mí y salí rápidamente. Sergio seguía en el descansillo común, esperando a su amiga de toda la vida, y la mayoría de pasajeros todavía compraban chucherías o consumían en las mesas. Agarré al plasta por la manga hacia dentro, y con toda la mala uva que me salió en ese momento, lo empujé en total silencio hacia el interior de uno de los habitáculos, cerré la puerta con el pestillo y me lo quedé mirando a los ojos, a 10 centímetros de su propia mirada.

 

-"Ahora vas a hacer lo que yo te diga y vas a estar calladito. Si lo has entendido di sí", le susurré con voz de mando militar.

-"¡Pero qué pas...!"

-"He dicho que cierres la puta boca y que hables cuando yo te diga, ¿lo pillas? Sí o no."

-"Sss..."

-"Mete tus sucias manos debajo de mi falda y bájame las bragas, capullo", le ordené.

 

El chaval empezaba a temblar, no sabía si de miedo o de pura excitación. Obedeció y dejó el coño a la intemperie debajo de mi ropa, le desabroché el cinturón y los botones de la bragueta a toda prisa, mientras fijaba mi miraba en él con cara de castigadora. Le saqué la polla aún medio morcillona para iniciar una paja cadenciosa que enseguida dio sus frutos. Sus muecas de gusto eran ya evidentes y, con absoluto sigilo, volví a dirigirme a él al oído:

 

-"Ahora me vas a dar la vuelta por la cintura, yo te regalaré mi grupa, colocarás delicadamente la tela de mi falda sobre la espalda, y me vas a follar el coño a toda hostia, ¿vale?", le ordené con tendencia a la punición.

-"Sss..."


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