Masaje personal

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El olor a incienso la embriagaba, la luz suave y tenue estimulaba cada uno de sus sentidos y aún con los ojos cerrados podía sentirle tras ella. Alto, fuerte, con una sonrisa preciosa y unos ojos profundos, cada masaje semanal era incluso mejor que el anterior.

Llegó a su consulta por casualidad, una compañera de trabajo se lo recomendó, pero no había hecho referencia a todo lo que podía transmitirle su físico, su simpatía... su todo. Lo que pasaba en esos cuarenta y cinco minutos estaba muy alejado de ser relajante.

Acudió para un simple masaje que pudiera eliminar el estrés acumulado de toda la semana pero el primer viernes que Marco abrió la puerta supo que nada volvería a ser igual. Su vello erizado, su sutil temblor de piernas, ese tartamudeo que solo aparecía ante una nueva excitación, la embriagaron.

Una camilla ancha, con una suave toalla perfumada y distintas velas perfectamente colocadas, hacían que el olor a lavanda se introdujera por cada poro de su piel endureciendo sus pezones sin poder controlarlos. Carlo la dio una pequeña sábana para cubrirse y la dejó sola para poder desnudarse. Se desvistió, se colocó boca abajo con la diminuta toalla cubriéndole sus glúteos y parte de sus pechos quedo al descubierto por la presión de su cuerpo sobre la camilla. Podía cubrirlos colocando sus brazos a lo largo de su tronco, pero prefirió no hacerlo. Él ya estaría acostumbrado.

Inmersa en sus pensamientos Marco entró..."tranquila, Sofía me dijo que estarías nerviosa por ser tu primer masaje. No te haré daño"..."No dudo que sabrás hacerlo bien"... Laura no sabía cómo esas palabras habían salido de su boca, pero en su interior deseaba que no fuera lo único que saliera.

Tres semanas después solo había sentido a Marco en sus húmedos sueños. Cada mañana se levantaba pensando en él, deseándole, queriendo sentirle cerca. Y no lo negaría, se había masturbado más de una vez pensando que era él quien lo hacía.

Marco abrió la puerta tan deslumbrante como siempre. Cada día la excitaba más y sabía que cada vez intentaba ocultarlo menos. Se tumbó y dejó la minúscula toalla colocada de tal manera que cuando Marco entrara pudiera ver una pequeña parte de su glúteo derecho, no solo lo sentiría, sería lo primero que viera. Marco entró pero solo la colocó para cubrirla por completo. ¿Sería tan profesional como para no insinuarse? ¿Ni siquiera para poder compartir algo más que el masaje, aunque fuera lejos de la consulta?

La sesión discurría como todas, pero esta vez Laura no dejaba de pensar en lo que quería y se movía sutilmente dejando al descubierto pequeñas zonas de su cuerpo. Nada, Marco parecía no entrar al juego y ella no podía irse a casa sin saber por qué. Pasaron los cuarenta y cinco minutos y antes de que la dejara sola, se dio la vuelta y se sentó sobre la camilla con su pecho al descubierto frente a él... "necesito más, necesito ver tu cuerpo, sentirlo dentro, hacer que disfrutes conmigo y que el sexo termine con una sesión perfecta" ... "Laura, no sé si deberíamos, las relaciones serias no son lo mío y no quiero engañarte..." Sin apenas dejarle terminar, se puso de rodillas acercándose a él, mordiéndose el labio e insinuándose para no dejar lugar a dudas aunque sujetando su toalla evitando que pudiera verlo todo.

Marco no se apartó y Laura supo que era suficiente para seguir adelante. Comenzó a acariciar su pelo suavemente, rozó sus labios y susurró “creo que el masaje hoy fue corto, continúa por favor”. Se volvió a tumbar despacio boca arriba sin dejar de mirarle mientras Marco, situado tras ella colocó una pequeña cantidad de aceite sobre sus pechos y comenzó a acariciarlos despacio, centrándose en sus suaves areolas y observando cómo endurecía sus pezones. Laura se estremecía contoneando su cuerpo descendiendo así la toalla dejando -esta vez sí- al descubierto su pubis perfectamente depilado al que Marco no pudo esperar a acariciar. De pie junto a ella, pequeñas gotas de aceite cayeron sobre su piel suave y sus labios vehementes de él y su sexo. Repitiendo lo hecho en sus pezones que aún seguían duros y excitados, acarició cada labio, cada ingle, ese monte de Venus que gritaba su nombre y no tardaría en estimular. Apenas unos minutos después quiso saborear lo que las yemas de sus dedos le transmitían, se colocó delante de ella y descendiéndola con sus manos en sus perfectas caderas se puso de rodillas y comenzó a lamer cada poro, cada labio, introduciendo su lengua entre sus piernas sintiendo cómo ese volcán entraba en erupción al son de sus gemidos y su sexo se endurecía bajo el pantalón.

Laura no quería saborear el clímax antes de saborear su sexo; se colocó de rodillas sobre la camilla delante de él y le bajó los pantalones. Era preciosa, grande, izada y sonrosada gritaba su nombre, su lengua. Marco no podía excitarse más que con lo que veían sus ojos, su contorno desnudo, de rodillas frente a él y su lengua acercándose a su sexo... se había equivocado, sí podía excitarse más. No recordaba la última vez que lo había disfrutado tanto, lo bien que le saboreaba y notaba cómo sus fluidos pedían paso para sentirse libres. Sin preguntarla, la empujó contra la camilla almohadillada y se introdujo en ella, entre sus cálidas aguas pudo sentir su suavidad. Los gemidos de Laura junto a su oído y sus manos arañando su espalda hicieron que explotara “allí en su consulta, donde siempre había prometido no hacerlo” pero Laura había conseguido que con su arrebatador cuerpo e insinuación, la negativa hubiera sido imposible.


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