La moral desde el sofá

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Cuando pasas un tiempo consumiendo a este ritmo, distanciar tu percepción de la realidad es algo que uno no se puede o no quiere permitir. El insomne, el drogadicto, el deprimido, el ambivalente gilipollas que reúne todas esas características en un solo envoltorio, el ama de casa frustrada y el valiente joven con ansia de experimentar nuevos mundos; todos ellos tienen sustancias en común, con honrosas excepciones. No importan las historias de colgados que perdieron su vida y a su familia, porque después de una suculenta megalodosis de hipnóticos todo adquiere un matiz onírico que hace que te sude los cojones hasta la más curtida de las cantinelas moralistas de monja menstruando. Es probable que con la adecuada dosificación dejes de preocuparte incluso por respirar, comer o folletear con tu pseudo compañera afectiva. Este discurso, y otros como este, se me pasan a diario como diapositivas desfilando entre colores mientras meto la cabeza en el congelador buscando cualquier cosa que se haga sola en el horno en menos de veinte minutos, con el triste añadido de unos calzoncillos del mercadillo con motivos art deco. Los gitanos y el diseño gráfico, grandes aliados.

A veces, nos empeñamos en justificar estos pequeños retrasos mentales propios del ser humano adulto con truculentas tramas dramáticas de la infancia, pero la triste realidad en la mayoría de los casos es que la excusa es fabricada a medida de lo excusado, y no al revés. Me han pasado un montón de cosas tristes, unas dejan una huella más profunda que otras, pero es cierto que con la fortaleza suficiente nada de eso me habría llevado a donde estoy ahora, la situación es fruto de las ganas de escapar, del miedo. Una soberana gilipollez si lo miras con el prisma adecuado. A diario veo en la televisión, en internet, casos de gente con terribles problemas que no solo se las apañan para sobrellevarlos, si no que mientras construyen pozos de agua en África cargando las piedras en su regazo para llevarlas una a una en su silla de ruedas movida con los putos dientes hasta el foso.

Pero a ti una carencia de no se qué historia que a nadie le importa hace años, te ha dejado en un sillón puesto hasta el culo de benzodiacepinas. Todo un logro evolutivo, sin duda, y eso nos convierte en marionetas débiles con un amplio mundo interior que solo es tal porque carecemos de mundo exterior; o no nos interesa lo más mínimo.

Vamos a dejar a un lado la causa de la excusa y vamos a centrarnos directamente en la excusa en sí. Leyendo esto puede pensarse que la monja menstruando no está sola, que estoy acompañándola en su insultántemente limpio discurso disuasivo, alabado sea Dios, pero que va. La excusa está ahí porque hay una buena razón para ello. Dentro de la involución y desagradable perspectiva intelectual de llenar tu organismo de mierda, hay una recompensa que merece la pena tanto como otros placeres del mundo, con sus construcciones y destrucciones, con sus consecuencias buenas y malas, con los viajes relajantes de la mente en sustitución de los relajantes viajes de la superación personal. Una caída libre de sensaciones difícil (aunque no imposible) de igualar, un sustituto de experiencias de las que se carecen en tierra, algo parecido a lo que pasa con el sexo y los tímidos pajilleros desde la llegada del porno en internet.

En fin, perspectivas de la vida, puntos de vista. Depende de que te falte, un lado de la balanza se verá compensado con palabrería y el otro con actuación.

Atentamente:

Hector.


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