DIARIO DE UN MIMO (4 de 8)

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IV

 

La estación de Cirque Valley era única. Cada ventana del edificio de madera estaba pintada de un color diferente. Los anuncios eran obras de arte, y le daban al lugar una ambientación placentera, convirtiéndolo en una entrada a un espectáculo inolvidable. La gente se tomaba tiempo para comprar los boletos y subir a los trenes, como si se trataran de acontecimientos importantes. Todos disfrutaban de cada instante en aquel sitio.

Miré a mi alrededor contemplando cada detalle, observé cada uno de los faros antiguos y los arcos en cada salida. Entonces vi un señor que estaba parado en el andén ayudando a subir y a bajar maletas. Usaba un traje ajustado color sepia; de hecho, todo su cuerpo era sepia. Tenía unos bigotes llamativos: rectos pero terminando en espirales. Se movía de manera enérgica y, cada vez que levantaba un equipaje pesado, se tomaba unos segundos para mostrar sus bíceps a las damas y a los niños que pasaban.

-Buenas tardes -le dije-, ¿sabe usted dónde queda la escuela de teatro?

-Debe seguir derecho por la calle empedrada -dijo señalando sin dejar de flexionar su musculoso brazo-. Luego de tres cuartos de milla se chocará con la escuela.

Siguiendo el camino indicado llegué a una enorme mansión venida a menos. El lugar estaba rodeado por un amplio parque cubierto de verde. Era un lugar increíble, era el lugar al que estuve destinado a dirigirme toda mi vida.

Me quedé parado en el umbral cuando vi un grupo de seis hermosas malabaristas en medio del césped. Perdí la noción del tiempo mientras mis ojos daban vueltas intentando seguir sus sincronizadas piruetas, ¡cuánta belleza!, ¡cuántas ganas tuve de formar parte de aquella institución!

-Buenas tardes -interrumpió alguien-, ¿nos dejaría pasar, por favor?

Al darme la vuelta vi que se trataba de un hombre; le estaba bloqueando el paso.

-Discúlpeme -le dije-, pase usted.

Me hice a un lado pero el hombre no se movió. Permanecimos en silencio, mirándonos durante unos segundos. Luego me indicó que mirara hacia abajo emitiendo un carraspeo. Quedé fascinado por aquello que el hombre llevaba entre las piernas. Colgando de unos hilos, tenía una curiosa marioneta. Era su versión miniatura, aunque no estaba a escala. La cabeza del títere no era proporcional a su cuerpo y su nariz era demasiado puntiaguda. Aún así (o quizás por aquellas anomalías), se trataba de una pieza adictiva.

-Perdóneme, señor -me disculpé con la marioneta-; no lo había visto. Pasen ustedes.

El hombre sonrió y ambos avanzaron al unísono. Cuando el titiritero y el títere se habían alejado algunos metros, les grité; me había resultado simpático aquel señor y pensé que quizás podría ayudarme.

-Señor... eh... señores... ¿puedo hacerles una pregunta?

Los dos me miraron al mismo tiempo.

-Por supuesto, díganos qué se le ofrece.

-¿Podrían indicarme qué debo hacer para que me acepten en esta maravillosa escuela? Provengo de muy lejos y no tengo dinero.

-¿A qué se dedica, joven? -preguntó el titiritero.

-Deseo convertirme en mimo.

-Lo siento..., aquí ya hay demasiados mimos, es por eso que se les hace una prueba a los nuevos aspirantes. El maestro es quien se encarga de la admisión de mimos, bufones, arlequines y payasos. Le recomiendo estar bien preparado; si fracasa en el primer intento, no tendrá una segunda oportunidad.

Yo no tenía preparada una rutina, así que me retiré de allí más melancólico que antes. Me di cuenta, además, de que el titiritero también era controlado por unos hilos, y que no era más que un títere a los ojos de otro titiritero de un nivel superior.

Regresé a mi destierro, pero al menos tenía algo que antes me faltaba: un objetivo; y no aceptaría un no por respuesta.

 

Continúa en...

http://www.cortorelatos.com/relato/17631/diario-de-un-mimo-5-de-8/

 


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