Punto de fusión

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Igual que en el desierto ventoso sueñan con glaciares, Amperio ansiaba climas cálidos, baños de sol, rumor de olas. Y eso que, salvo que las ambiciones de uno superaran a las de un gato doméstico, la casa era un sueño. Espaciosa, decorada con buen gusto, en paraje de postal, silenciosa, lejos de todo problema. Fue una visión fugaz, menos que una chispa, pero revivió una quemazón en un punto desconocido de su alma helada. Una playa bañada en sol le desgarró el bienestar.

La parte de la casa que le correspondía a Amperio no pasaba de ser un compartimento frío y oscuro. Un cubito de hielo necesita poco más. Pero como a éste se le rompió el sueño, y el deseo de ver el mar de cerca le resquebrajaba sus sólidas entrañas, se dejó lanzar al vacío a la primera oportunidad.

Sus colegas se echaron la mano a la boca por sorpresa u horror. Los más sentidos guardarían duelo durante horas por aquel buen vecino. Amperio, sin embargo, no pensaba en consecuencias. Los bebés no lo hacen. Sólo quería estar detrás de la ventana. La temeridad no viene todavía en el diccionario de los que desconocen las intenciones de la parca cuando te entrega su tarjeta de visita.

El golpe no lo dejó malherido, apenas melló un par de sus esquinas. El propietario siguió a lo suyo, feliz con su bebida helada, sin percatarse del accidente. Ahora sería el momento de seguir el plan, de haberlo habido. Así que únicamente se quedó quieto mirando a la lejana y alta ventana. Ni siquiera había caído en la cuenta de que era incapaz de moverse por sí mismo. Cómo iba a saber entonces que el cuerpo le iría desapareciendo.

Un lamento ronco fue a socorrerlo. Desde la perspectiva de Amperio era un rascacielos. Desde la de otro, una mole destartalada, una reliquia con tan poca gloria que provocaría un rictus de desilusión en un anticuario exigente. Verlo caminar hacía sufrir. El hielo debería estar alerta por si se le caía encima tras el último paso.

Tosió y se puso a girar sus hélices. No muy rápido. Quizá porque no era capaz de dar mayor velocidad a sus extremidades, quizá porque de hacerlo alguna de ellas saldría disparada. No era gran cosa, pero la brisa proporcionó alivio a Amperio.

-¿Te has caído?

-Quiero ir a la playa.

-¿Eres un suicida o un inconsciente? ¿O me estás tomando el pelo?

-Es que jamás he visto nada tan hermoso.

-No sé cómo piensas conseguirlo.

-Cruzando la ventana.

Al molino soplador le crujió la armadura. Sintió lástima de su inocencia. Convencerlo para volver a su estrecho apartamento, hacer ver a Amperio que no se era un miserable por no correr tras todos los fuegos artificiales que lucen en el cielo, sería inútil. Así que se esforzó por encontrar la manera de que pasara un rato en la playa y volviera de cuerpo entero. O, al menos, no demasiado mutilado.

-Bueno -suspiró melancólico-, al fin y al cabo a todos nos espera lo mismo.

Debían ser más que rápidos, y en ese punto su motor tenía que retirarse del juego. No era problema, sabía a quién tenía que llamar para darle el relevo y, como era su costumbre, la ayuda acudió en un par de pestañeos.

-Tienes una misión.

Llegó sucio y ruidoso, señal de que se lo había estado pasando bien. Siempre se lo pasaba bien. Rugió entusiasmado por el anuncio del anciano, giró sobre sí, se arropó en humo blanco.

-Déjate de ceremonias, no podemos perder ni un segundo. Tienes que llevar a este chico a la playa y traerlo de vuelta. Como puedes ver, necesitamos tus cualidades de centella. No os entretengáis oliendo flores.

Tocó el claxon dos veces en señal de que estaba claro, se echó a Amperio al coleto y sonrió de faro a faro:

-Tú te vienes también. A tus cables le vendrá bien la excursión.

-Imposible, mi cable es muy corto.

-Nada es imposible. Tú engánchate y deja que la velocidad haga girar tus pétalos. No seas raspa.

Había destinos obvios. Al igual que Amperio moriría derretido bajo el sol, el coche terminaría destripado en algún accidente. A pesar de esto, el ventilador no se hizo de rogar y enganchó el cable sin protestas. Quizá porque se sentía responsable, quizá porque lo deseaba. Estaban en marcha, estaban en la ola.

El viaje fue breve y sin incidentes. Sólo tuvieron que cruzar una carretera polvorienta para mirar el mar reflectante limpios de pensamientos. Permanecieron en silencio hasta que el viejo chasqueó la lengua en señal de que se había acabado la fiesta. Ahora tocaba apañárselas para devolver de nuevo a Amperio al congelador.

El ventilador y el bólido encararon el camino de regreso, pero tuvieron que detenerse. Amperio era presa del pánico, pero no iba a seguirlos.

Allí se quedaron acompañando a su colega. Y contemplaron cómo el hielo se deshacía mientras sonreía. Cuando le desapareció la boca seguía sonriendo, y lo siguió haciendo hasta mucho tiempo después. Y aún después de haber perdido toda consciencia.

-¿Por qué lo habrá hecho?

-No lo sé, pero te aseguro que ya está echando de menos ser agua dulce.


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