Arqueándome ante ti

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 Cada lunes era un tormento, solo llegar a la oficina una corriente le recorría de pies a cabeza. Sí, para todos lo era, pero para él era un maravilloso y a la vez cruel tormento. Apenas llevaba unos meses en la oficina, pero cada día podía verla desde su despacho sin poder olvidar el primer día que llegó.

Pequeñita, delgada, tacones altos que estilizaban su figura, y esa camisa blanca que tanto le gustaba permitiendo entrever su perfecto pecho a través de la pequeña hilera de botones, que de una manera elegante, sutil y perfecta, estimulaban su imaginación como nunca antes había recordado. Por fin había llegado la cena de Navidad, no era su jefe directo así que quién no podría entender su deseo hacia ella.

Luca llegó pronto, quería ser el primero en poder ver desde la barra como se despojaba de su abrigo y mostraba el maravilloso vestido que seguro, llevaría puesto. Con su copa de vino tinto en la mano, la vio entrar por fin y tuvo que concentrarse para no dejar caer la copa.

Vestido granate precioso, ceñido hasta media pierna y dejando al descubierto ambos hombros. Miró al camarero y enseguida le sirvió un vino blanco. Se dirigió hacia Daniela con ambas copas en la mano, sin dejar de mirarla; cuando llegó junto a ella la beso en la mejilla, un beso intenso que duró más de lo normal, mientras posaba su mano en su cintura. Era una tela suave que parecía fundirse con su piel. De la nada, aparecieron todos y le costó trabajo mantenerse cerca para poder sentarse junto a ella.

Le sorprendió estar tan impresionado, casi avergonzado y no poder más que rozar sutilmente su pierna con la suya y robarle alguna mirada, cómo deseaba esos labios carnosos que parecían llamarle. Tras los postres llegaron las copas y no pudo mantener tanto contacto visual como hubiera querido, tras un rato sin verla decidió marcharse, sin ella, la fiesta no tenía sentido.

Ya fuera no parecía que ningún taxi estuviera libre, cuando al fin paro uno, se sentó y alguien abrió la otra puerta sentándose junto a él. Daniela le miré insinuante y arqueándose ante él indicó al conductor su dirección. Durante el trayecto no mediaron palabra, y al llegar, saliendo cada uno por su lado, Luca no hizo sino seguirla.

Era una piso pequeño, coqueto, pero perfectamente decorado e impregnado por su olor en cada esquina. Colgó su chaqueta en la entrada y Daniela apareció divertida. ¿No piensas entrar? ¿Prefieres quedarte ahí?... Y desapareció por el estrecho pasillo. De nuevo, Luca fue tras ella y sin esperarlo, Daniela se dio la vuelta y se la encontró a escasos centímetros de su boca. Despacio, sin esperar a que fuera ella quien esta vez diera el paso, la besó, despacio, lamiendo sus labios, humedeciéndolos y excitándose aún más. Nada más verla en el taxi su excitación ya había comenzado.

Daniela le empujó contra la pared, intensa, lasciva como él esperaba y sus lenguas se entrelazaron como si ya se conocieran. Colocó sus manos en su suave cintura, en sus caderas, bajando despacio para volver a subir arrastrando con ellas la tela y dejando al descubierto sus piernas cubiertas por unas finas medias que terminaban a la entrada de ese paraíso que esperaba disfrutar más tarde. En ese momento paró, comenzó a besar su cuello y con sus manos descendió sutilmente su escote pudiendo ver su sujetador negro, sencillo, como ella. Paró y deleitó su mirada observándola, frente a él, con su precioso vestido que ocultaba únicamente su vientre. Podía ver sus pequeñas ligas, su ropa interior a juego y su deseo en la mirada.

Daniela se dio la vuelta y llevándole de las manos tras ella, llegaron a su habitación. Le sentó en la cama y se colocó sobre él; despacio, comenzó a moverse sobre él, besándole mientras Luca podía acariciar sus perfectos glúteos. Daniela se separó unos centímetros y desabrochó su sujetador despacio, sin dejar de mirarle, lamiendo sus propios labios.

Sin apenas darse cuenta, sintió como bajaba su cremallera despacio y liberaba su sexo ansioso por ella. Daniela se movió apenas unos centímetros y pudo sentirla dentro, firme, humedeciendo aún más sus paredes ávidas de él.

Luca la estrechó con fuerza y la tumbó sobre la cama, disfrutando de sentirse entre sus cálidas aguas, entrando y saliendo mientras las yemas de sus dedos disfrutaban de sus pezones erectos. Comenzó a lamerlos con su lengua mientras Daniela gemía suavemente, cada vez más rápido, acariciando su espalda y estrechándole aún más contra su perfecto cuerpo.

 

Despertaron uno junto a otro, aún vestidos y aún sin intercambiar palabra, volvieron a repetir, esta vez desnudos, uno frente a otro todo lo que ayer quedó por descubrir.


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