Al final de la escalera

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Se había convertido en una costumbre. Cada mañana acudía a la clínica y durante una hora, su fisioterapeuta podía alejarla de los dolores, de su realidad? esa realidad que tantas veces se había negado a afrontar.

¿Por qué esa tenía que ser su costumbre? ¿Por qué los demás podían disfrutar de su juventud a la espera de las enfermedades que pudieran llegar en el futuro?

Lara no terminaba de entender qué tenía de positivo en su vida, qué hacía que mereciera la pena levantarse cada mañana.

 

Se despertaba cada día con una sensación diferente en su cuerpo. A veces parecía que una hilera de pequeñas, aunque rápidas hormigas, la recorrían de pies a cabeza. En otras ocasiones, el lado izquierdo de su cuerpo no quería coordinarse con el derecho y otras, sin más, nada encajaba con nada.

Era fuerte, seguía adelante a veces con un esfuerzo quizá excesivo, pero lo hacía aunque a veces dudara de si merecía la pena.

En el fondo, no siempre todo era tan negativo. Podía trabajar aunque el dolor no llegara a desaparecer, tenía aficiones que en ocasiones hacían que se olvidara de todo en lo que no quería pensar y pudiera sentirse como la gente que la rodeaba, pero no era suficiente. Sentía que debía haber vivido más, haber disfrutado todo lo posible sin pensar en el qué pasará.

Quizá, echaba demasiado la vista atrás. ¿De qué la serviría compararse con su entorno sin mirar su interior?

En una de aquellas épocas con las que tanto soñaba, pero   que eran más habituales de lo que pensaba, tropezó, no por su enfermedad, ni por sus secuelas, simplemente, tropezó. Tropezó con un escalón y cayó, sin tener donde sujetarse, sin encontrar como paliar la caída.

Se encontró ahí tirada, en el frío rellano, sola, mirando el comienzo de las escaleras sintiéndose tan pequeña que creyó desaparecer. Cerró los ojos, pensó que lo mejor sería respirar profundamente e intentar levantarse por sí misma -pedir ayuda nunca había sido una de sus cualidades- y justo en ese momento, mientras sus pensamientos se cruzaban alborotados en su cabeza, pudo oír su nombre. Abrió los ojos y vio como una mano le ofrecía esa ayuda que tanto trabajo le costaba pedir, que tan pequeña le hacía sentir.

 

Puso su mano sobre ella sin mirar quien se la tendía, y al ponerse en pie, se vio cara a cara con quien siempre había estado ahí.En su cama, en su día a día, en sus noches en vela, en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad? simplemente, en su vida.

Se miraron y no pudo sino besarle apasionada, como hacía tanto tiempo que no recordaba hacerlo.

¿Y se preguntaba qué era lo que merecía la pena en su vida? Allí estaba, tan cerca que había sido incapaz de verlo, pero al fin, tras una caída como tantas otras? se había dado cuenta. Era más afortunada que muchos otros, tenía alguien que la apoyaba sin preguntas, en quien ampararse ante cualquier dificultad.

Para envidia de más de los que hubiera podido imaginar, el amor y la devoción, formaba parte de su vida, y en más ocasiones de las que debería, desperdiciaba esa bendición mirando qué envidar de los demás.

A partir de ahora, se quitaría esa venda que cubría sus ojos y vería realmente lo afortunada que era, la razón por la que levantarse no cada día, sino toda su vida.


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