Anselmo Curiel, el tío Muela.

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A Anselmo Curiel, el tío Muela, le cogió la guerra de sopetón y en el bando contrario. Republicano convencido, afiliado a la CNT, y anarquista de ideas y acción, tuvo que pasarse años en el monte, allá por las recónditas sierras de las Villuercas, huyendo de la escoba franquista, al terminar la guerra.
Tuvo que ser un primo hermano suyo, sargento de la guardia civil, quien le echase un capote y se lo llevase con él a Coria. Allí fue donde conoció a Silveria, una aldehueleña de la que se enamoró, y con la que acabó establecido para siempre en el pueblo. Retomó desde entonces su oficio de afilador, que ya desempeñara antes de la guerra en Herrera del Duque, de donde procedía, procurando olvidar para siempre su pasado más furtivo y clandestino. Eso sí, jamás renunció Anselmo a sus ideales libertarios. Aunque utópico y algo radical de pensamiento, era de carácter apacible y sosegado.
Todavía parece resonar en las callejas del pueblo el rumor de la armónica del tío Muela, como si los muros de las casas se hubiesen de él impregnado. ¡El afilaor! ¡Ya ehtá aquí el tío Muelah!, y a su barrunto los vecinos dejaban sus quehaceres rutinarios y salían a la calle demandando sus servicios. Había que poner a punto tijeras, cuchillos, hachas, navajas y cualquier otro utensilio con el filo desgastado. Al ser solicitado, detenía Anselmo la bicicleta en la que llevaba la piedra de amolar, y poco después, un chirrido estridente procedente del roce del metal contra el esmeril, invadía la calle.
No se libraba Anselmo de la sorna de tío Antonio Chirimías, conocedor de su pasado disidente, y al pasar al lado del tío Muela a veces le vacilaba por lo bajini delante de las mujeres que esperaban a ser atendidas:
- A máh de uno y de una l?hubiera guhtao a usté afilale la lengua, maehtro Muelah?
En verano, cuando el ciclista Federico Martín Bahamontes, le ganaba en Francia las carreras a los gabachos, usaba la retranca Chirimías:
- ¿S?hah fijao cuanta bici, maehtro muelah?. Como vengan toh pal pueblo le quean sin suhtento?
Y reía con ganas las ocurrencias el bueno de Anselmo.
A mediados de los setenta, ya retirado de su oficio, el paso del tiempo y los avatares de una vida azorada, hicieron mella en el tío Muela, a quien el destino quiso gastar una última broma macabra. Aquel hombre bien proporcionado, vigoroso, recio y decidido se fue consumiendo poco a poco, tanto que su apariencia física sufrió una curiosa metamorfosis. En efecto, aquel ácrata de rostro atezado y curtido por la intemperie del monte, de cabello sano y fuerte, devino en un hombre diminuto y apocado de presencia, con poco pelo, un tímido bigote apenas insinuado sobre el labio superior, nariz aguileña, orejas amplias y picudas y la boca sumida en la profundidad de su delgadez. Por si fuera poco, una operación de cataratas le obligó a llevar unas gafas oscuras.
Esta estampa presentaba sentado en la puerta de casa en su silloncito de mimbre, disfrutando del primer solecito de un 14 de abril. El advenimiento de la Segunda República, no era fecha baladí para un ácrata como él. Gafas de sol oscurecidas, con su batín de boatiné de cuadros grises y una especie de gorrilla en su cabeza. El calorcito le había sumido en un ligero sopor que hizo que su boca se enterrase más de lo habitual en su semblante.
Acertó a pasar por allí tío Antonio Chirimías, que al reconocer al tío Muela, y sabedor como era de sus preferencias ideológicas y de la efeméride, así le habló:
- A loh buenoh díah, tío Muela, que sean de enhorabuena y dicha pa usté.
La voz de Chirimías sacó a Anselmo Curiel de su somnolencia y agradeció la deferencia de su amigo:
- Muchah graciah Antonio, un revolucionario no olvida nunca su pasao?
Al punto, así remató con sorna Chirimías:
- Poh mejó que no olvide su pasao revolucinario, maehtro Muela, porque lo que eh en el presente cada día se parece máh a Franco?
Y río con ganas su ocurrencia al tiempo que Anselmo Curiel, el tío Muela, anarquista él, agitaba con buen humor la garrotina.

A mi padre. Verídico, con las oportunas adaptaciones literarias.


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