DE VUELTA A CASA (2/3

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Era la viuda de Leo, la madre del joven, y gran amiga suya. Quería decirle muchas cosas, la aflicción que sentía por la pérdida de su gran amigo, sus sentimientos hacia la familia, pero no le salían las palabras, tan solo sollozaba, más aquel efusivo abrazo a María, así se llamaba la viuda, era la expresión muda de la pena de aquel hombre. Hablaron de la infancia, de la juventud, de la vida al lado de Leo, que siempre recordaba a su amigo Mario, de la muerte de Leo, de Alicia, la hermana del Ortega, que aún vivía, y no se quería morir sin antes ver a su hermano, pero había un tema que el Ortega estaba interesado en saber, más su amiga no hizo mención al mismo, no comprendió porque María se lo callaba, y el calló las razones de su vuelta. El Ortega perdió la moción del tiempo hablando con María, después se despidió de ella y del joven. Salió del bar dirección de la casa de su hermana. Giró a la izquierda, y después a la izquierda, anduvo centenar de metros y comenzó a subir una calle que sube al casco viejo del pueblo, es empinada, y los coches aparcados en uno de sus lados la hace aún más estrecha. Se detuvo junto a una casa de construcción moderna, eso le pareció, de ladrillos vistos. No reconocía esa casa, no era la suya, se dijo, me habré equivocado, y se volvió, preguntaría a María, pero su instinto le empujó, subió el escalón y llamó al timbre. Abrió la puerta una joven rubia de ojos preciosos, de quince o dieciséis años, muy mona. Cuando Mario la vio, comprendió que se había equivocado, esa no era su casa, en su familia nunca hubo nadie con ese color de pelo. No dejó hablar a la joven.
-Perdone. Me he equivocado. Creo que me he confundido de puerta. ?Bajó el escalón y comenzó a andar la calle hacia abajo-
-Espere. ?Gritó la joven y Mario se volvió hacia ella.- ¿A quién está buscando?
-No tiene importancia. Me he equivocado. Busco a Alicia Ortega, pero?
-Es mi abuela. - Dijo la chiquilla con dulzura.-
Mario se tuvo que apoyar en la pared de la casa contigua porque creía desmayarse. La joven corrió hacia el interesándose por su estado, y una vez repuesto por la sorpresa, ella le dijo que se llamaba Noemí, su madre Adela, que su abuela estaba en la casa, en el comedor, descansando. Entraron en la casa. Un gran pasillo largo y estrecho atravesaba la vivienda, al final del mismo una moderna cocina, bien amueblada, a la izquierda dos habitaciones y a la derecha un espléndido comedor y una habitación que era el dormitorio de la dueña de la casa. Noemí abrió la puerta del comedor, entró Mario dejando su bolsa de viaje en el suelo, en la sala estaba su hermana Alicia y Adela, su hija. Alicia estaba sentada en un gran sillón, cuando vio a su hermano se fue incorporando lentamente, como no creyendo lo que estaba viendo. Se levantó. Corrió hacia Mario abrazándole, con muecas en su en sus labios y rostro de estar aguantando el llanto. No pudo aguantar más y estalló su llanto. Abrazada a su hermano le daba gracias a Dios por atender sus súplicas. Adela se contagió del llanto de su madre y comenzó a llorar en silencio. Mario no conocía a su sobrina Adela, pues se marchó estando su hermana embarazada. Abrazó a su sobrina y preguntó por los hombres de la casa. El marido de Alicia, su cuñado, murió cinco años atrás; Luis, hijo de Alicia, era ingeniero aeronáutico y vivía en Madrid, pero siempre venía de vacaciones al pueblo. Luis tenía cinco años cuando él se marchó. Los dos hermanos se sentaron en el sofás cogidos de las manos, Adela a la izquierda de su madre, en un sillón, y Noemí en el otro, a la derecha de su tío. Alicia parecía estar viviendo un sueño, no se creía que ese momento estuviera sucediendo y le daba gracias al cielo por concederle tan apreciado regalo. Dejó de llorar. Estaba contentísima, como si no tuviese pena alguna, pero su vida estaba llena de sufrimiento y llanto. Alicia le contaba a su hermano su vida durante el tiempo de su ausencia, que siempre estaba en su mente, que su recuerdo estaba vivo en ella, y suspiraba sollozando cada vez que algún recuerdo emotivo o familiar salía de sus labios añorando su presencia en tan puntual momento. Continuaba contándole cosas a su hermano sin dejarle hablar, aquello parecía un monólogo de largo y gris amanecer. Mario oteaba a su hermana con los ojos lleno de lágrimas, pero con dulzura y cariño, para él, en ese momento, le parecía que el tiempo había vuelto atrás, como si se hubiera parado. A cada narración de su hermana el correspondía con recuerdo de antaño, le volvía a su mente tantas secuencias vividas que su cerebro daba flas de sus correrías infantiles o juveniles por las estrechas y empinadas calles de su amado pueblo.
Mario apretaba las manos de su hermana queriéndole decir que callara, ahora le tocaba hablar a él, y habló, le contó los motivos de su regreso. A Mario le habían diagnosticado una enfermedad degenerativa, por ello tuvo que dejar su trabajo en la plataforma, padecía esclerosis, no sabía cuánto tiempo viviría, se había visto en un silla de ruedas atendido por un personal no de su agrado, y decidió volver al pueblo, junto a su hermana, para morir a su lado. Alicia lloraba amargamente mirando a su hermano, ella no lo podría cuidar porque padecía un cáncer linfático y no duraría mucho tiempo, por eso su hija siempre estaba con ella, no se apartaba de su lado. Cuando se lo dijo a Mario, los dos hermanos se abrazaron, se acurrujaron llorando como niños cuando les quitan sus juguetes preferidos, Adela se levantó y salió del comedor para ir a llorar la cocina.
-Rocío murió hace unos cinco años. ?Dijo Concha henchida de lágrimas.- Nunca se casó. Siempre fue madre soltera. Murió de pena. La pena se la llevó de este mundo.

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