Juegos sexuales con mi masajista

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Algo que aprendí en los 16 años en los que estuve casada con Mario, fue que se puede gozar mucho con los preparativos de un acto sexual y que esa puede ser la parte más linda, ya que el final es siempre el mismo: un orgasmo y una eyaculación. Nosotros hicimos varios tríos y en ninguno fui penetrada más que por mi marido, pero igual fue algo intenso y acabar mientras un tercero me miraba a los ojos fue algo maravilloso. Después no lo hice más, pero en esos años me encantó hacer el amor mientras un amigo de mi marido se masturbaba mirándome. A veces no hacíamos nada, yo sólo abría las piernas y el invitado se masturbaba mirándome el sexo y conversando conmigo... Aprendí a exhibirme, a que no me diera vergüenza que un hombre me conociera la cola o la vagina, pues sólo me miraban y eso les alcanzó a varios para eyacular a lo grande... Mi marido invitaba a hombres bien morenos, como él, a los que les maravillaba ver la vagina rosada de una mujer muy blanca y rubia, pues nunca habían hecho el amor con alguien de mi color, por gracioso que pueda sonar. Pero eso sucedió hace 15 años y ahora juego a otras cosas. Algo que me divierte mucho es excitar sexualmente a los masajistas, aunque no es fácil hallar a uno que valga la pena. Actualmente contrato a Alberto G. (38), quien viene a mi casa una vez a la semana (jueves, de 15 a 16.30) y me hace masajes en mi cama. Yo me desnudo por completo y él también, pero no tenemos penetraciones. Yo me conformo con ver su pene erecto durante todo el proceso, disfruto estar boca abajo, o en cuatro patas, sintiendo la vagina mojada mientras él me acaricia las caderas, la espalda, las piernas, aguantándose las ganas de penetrarme. Como ya nos conocemos bien, lo dejo que se excite al máximo cuando me abre las piernas y descubre mi vagina empapada, lista, pero sabe que no la puede tener. Me saca fotos con mi celular, me hace acabar con un dedo y eyacula sobre mi vientre, o mis pechos, en mi cola... y una única vez, porque no me aguanté yo las ganas, le hice sexo oral y acabó dentro de mi boca mientras me sacaba una foto que guardo muy escondida. Hace 3 meses que me atiende y esa fue la única vez, porque deseaba probar el gusto de su pene, de su leche, bueno, sólo la curiosidad, pero me pareció rico. ¿Y mi marido? Esa es precisamente la gracia de estos juegos: a la noche le muestro a mi marido todas las fotos que me saca Alberto y lo pasamos muy bien, aunque pronto dejaré de ver a Alberto. Quiere hacerme el amor y mi marido me insiste que acepte, pero aunque me gustaría seguramente, eso destruiría el juego. Lo que me gusta, en definitiva, es estar desnudos en la cama y llegar al orgasmo con las caricias, pero sin que pase nada más. Alberto no es un amante, es un masajista.


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