La inundación (parte 2 de 3)

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      En vista de mis inapreciables esfuerzos para sacarla de mi casa me vi en la obligación de aceptar su autoinvitación.


- La suerte no existe. ¡Ordenaré a mi mayordomo que le prepare la mejor habitación para que pueda descansar como una princesa, siéntase como en su propia casa! - dije en tono irónico mientras ofrecía una de mis más penetrantes miradas a Alfred.


       Tomé a mi mayordomo por el brazo y le aparté a una distancia prudente para que Elvira no nos escuchara. - Llévela al desván e improvísele una cama. Vigílela hasta que se vaya y comience a buscar trabajo porque en cuanto esa mujer salga de aquí, usted abandonará esta casa para siempre, ¿me ha comprendido bien? - susurré amenazante.


- Claro señor, es usted muy gentil. Piense también en que su extrema bondad ha salvado a esta buena mujer de la muerte. ¡Es usted un héroe, señor! - respondió también en voz baja mi mayordomo y con ojos de cordero degollado.


- ¡Basta! Esto no se lo perdonaré jamás y además no pienso pagarle, por insolente - dije soltándole el brazo.


       Regresé a mi despacho, en vano porque era una situación alarmante y de ningún modo encontraría la paz para disfrutar de mi libro. Caminé de lado a lado durante horas, inquieto. Por mi mente no cesaban de pasar ideas descabelladas acerca de la joven. ¿Me mataría mientras duermo? Primero tendría que encontrarme y teniendo en cuenta el tamaño de mi casa más su ceguera, sería algo improbable. Y, ¿si no fuera ciega? Tal vez era una treta para entrar y robarme vilmente con ese aspecto angelical, algo desaliñado pero hay que reconocer que ella era hermosa. O tal vez, ¿la enviarían como espía para saber si mi casa goza de reservas de agua potable? Debía cerrar las puertas del patio y del almacén. No podía permitirme que saliera a la luz que poseo un pozo rebosante incluso en tiempo seco. Esas alimañas harían lo que fuera para acabar conmigo y quedarse con él.


      Por otra parte, estaba intranquilo con el asunto del despido de mi mayordomo. Él sí conocía la existencia del pozo lo que me obligaba a idear un castigo o alguna forma de darle un escarmiento sin necesidad de despedirle.


      En resumen, el día había sido catastrófico y apenas había comenzado la noche. Tanto estrés me dio hambre así que avisé a Alfred para que me sirviera la cena.


      Fui a asegurarme de que estuvieran bien cerradas las puertas y cuando llegué al comedor, ¿cuál fue mi sorpresa? Exacto, allí estaba ella sentada en mi silla y comiendo mi comida. Eso sí, al menos tuvo la decencia de asearse para el convite. Vestida con ropa de mayordomo, pero limpia.  

- No se priva usted de nada, Elvira. Si quiere podemos sacrificar una manada de ballenas para saciar su apetito - dije sentándome en el extremo opuesto de la mesa. Sí, ese lugar frío que estaba reservado a invitados donde incluso la silla era más baja y más ruin colocada expresamente para que yo pudiera estar desde mi trono por encima de ellos.


- Tom, qué gusto que haya llegado. Iba a esperarle pero su amigo Alfred me dijo que comiera tranquila porque usted prefiere cenar solo, ¿es cierto eso? - preguntó con la boca llena.


- Sí, disfruto enormemente de mi soledad realizando cualquier actividad. Insisto Elvira, Alfred no es mi amigo. Es más, es mi enemigo. Cenemos, por favor. No hay necesidad de romper la melodiosa armonía del silencio con su, aunque preciosa, melancólica voz - respondí intentando probar bocado.


        ¿Por qué tuve que decir aquello? ¿No era evidente que iba a producir en ella un efecto negativo? Craso error pedirle silencio, me habló durante toda la insoportable cena acerca de la razón de su estado de ánimo tan lamentable. Algo sobre un hombre que no la quiso o que la ignoró. ¿En serio esperaba otra reacción de un hombre? Quizás para algunos fuera una ventaja su ceguera para hacer lo que ellos quisieran y no ser descubiertos, pero teniendo en cuenta lo mucho que hablaba, tal vez preferirían que fuera muda. Dijo que él tenía ojos para todas excepto para ella. ¿Y ella qué? ¿Tenía ojos para él? Ojos tal vez sí pero para nada ni nadie.


       Por fin, al terminar, pude irme de allí. Más bien salí despavorido hacia mi habitación. Me tranqué y después de un rato me di cuenta que debía revisar todas las puertas antes de acostarme pero, para ser prudente de no cruzarme con ella, esperaría hasta asegurarme de que se fuera al desván.


     A causa del frenético día, me dormí. Alrededor de las cinco de la madrugada me desperté alterado. Tenía que asegurar las puertas y me había quedado profundamente dormido. ¿Y si ella ya me había desvalijado la casa? ¡Qué inconsciencia la mía!  


    Salí con una vela procurando no emitir sonido alguno. El almacén estaba cerrado, mi despacho también pero cuando llegué a la puerta del patio quise gritar de rabia. 


- ¡Te pille, traidora! - la sorprendí intentando forzar la puerta vestida de nuevo con sus sucios harapos.


- ¡Señor Tom! No es lo que parece - lloraba sin dejar de insistir en abrir la maldita puerta.

       Se cree el ladrón que todos son de su condición - Elvira, dejé de forzar la puerta que yo no soy ciego, ¿recuerda? - voceé. - Eres una espía, ¿no es cierto? ¿Quién te envía? ¡Confiesa! - dije tomándola por los hombros.


- No Tom, escúcheme. No soy una espía. Sólo quería salir de esta casa pero todas las puertas están cerradas. Me he pasado horas bajando escaleras hasta que he creído haber descendido todos y ahora, que ya estaba segura de haber alcanzado la primera planta, no encuentro la puerta de salida porque todo está cerrado con llave - contestó derrumbándose en el suelo sin dejar de llorar.


    ¿Por qué a mí? ¿Por qué tuviste que traerla, Alfred? Fue lo primero que pensé. 


- Elvira, por favor, levántese del suelo. ¿Por qué se quiere ir a estas horas con lo que llueve aún? - pregunté compasivamente sorprendiéndome hasta a mí mismo.


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