La inundación (parte 1 de 3)

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Cuento completo en el siguiente enlace http://cuentosnsk.blogspot.mx/2015/04/la-inundacion.html

 

 

           No hagan caso de las apariencias. En el fondo, muy en el fondo, esto es una pequeña gran historia de amor.


           Después de tanto tiempo de sequía comenzó a llover. Debido a la mala filtración de la tierra empezaron  a formarse charcos por todas partes. Los más pequeños salieron disparados a saltar y a chapotear provocando incluso más inundación de risas que de agua, lo que era mucho más molesto.


          A través de la ventana miraba exhausto, tal vez por la emoción compartida por todo el vecindario, las reacciones tan insólitas de la gente mostrando su felicidad de las formas más variopintas posibles. Daba lástima poder corroborar la poca ambición que tenían aunque tampoco era de extrañar teniendo presente el poco rendimiento de muchos trabajando en mi fábrica. También era asombroso el contraste de su holgazanería en el trabajo con su agilidad para hacer el idiota bajo la lluvia.


          Me sorprendió entre tanta multitud alborotada una joven inmóvil, extraña, abrazándose a sí misma y por el gesto de su rostro; pérdida. ¡Qué lástima su aspecto! Ropas elegantes pero raídas y maquillaje corrido. Hay tanto despojo humano por ahí suelto que cualquier persona normal bien puede perderse entre tanta basura y, naturalmente, acaba formando parte de esa clase inferior.


      Era evidente que la tormenta iba a ir creciendo y los insensatos de la calle comenzaron a tornar sus rostros a preocupación cuando vieron que el agua les llegaba por la cintura. ¿Qué esperaban?


      Al final, entre unos y otros, me obligaron a distraerme de mi lectura diaria con sus tonterías. ¿Nunca habían visto llover? Sí. ¿Sabían, entonces, por tormentas de años anteriores que se convertiría en riada? También.

    Todos volvieron corriendo a sus casas e inmediatamente me levanté para cerrar las cortinas y no tener distracciones para poder disfrutar de mi novela. La muchacha estaba petrificada en la calle soportando como una estatua el aguacero y provocó que yo me quedara absorto contemplándola a través de la ventana.
 

    Di unos golpecitos al cristal para intentar despertarle de ese trance pero inútilmente. Llamé a Alfred, mi mayordomo, porque ni yo creí jamás que pudiera sentir angustia por algo así.

- ¡Alfred!¡Alfred! Busque de inmediato un chubasquero y lléveselo a esa vagabunda - ordené.


- Pero señor, no tenemos chubasqueros en la casa, tal vez sería mejor invitar a la señorita a pasar - contestó el insolente.


          ¿Qué clase de persona dejaría pasar a una completa desconocida con ese aspecto a su hogar? Alfred siempre tiene ocurrencias muy malas. Además, ¿cómo no íbamos a tener chubasqueros? Me aseguré personalmente que en nuestro almacén no faltara de nada para poder pasar el tiempo seco. Algo tenía que haber en esta enorme casa que pudiera servir. - Pues llévele un paraguas o algo - contesté.


  - Con todos mis respetos señor, el agua le llega a esa pobre mujer por la cintura por lo que no creo que un paraguas sea de mucha ayuda - volvió a increpar con sus razonamientos.

 - Exacto Alfred, pero en ningún caso le he pedido a esa mujer que salga de casa en un día como hoy. Vaya y quítela de mi vista, llévela a otra calle a que moleste a otra casa del vecindario - ordené finalmente.


- Pero señor... - tuvo la osadía de replicar.


- Ni peros ni nada, Alfred. Hágalo o se va usted con ella - finalicé.


      Me mantuve en la ventana unos minutos más para asegurarme de que mi impertinente mayordomo acataba mis órdenes. Se acerco con dificultad por la riada, le ofreció el paraguas y por un brazo se la llevo de la vista de mi ventana. La verdad es que Alfred será un insolente pero que gracia me hizo ver que, como él había previsto, aquel paraguas era algo completamente inútil con la que estaba cayendo.


      Regresé a mi amada lectura no sin antes servirme una taza de té para entrar en calor y encender mi pipa. ¡Por fin! La paz tan deseada. Me acomodé en mi sillón y reabrí el libro por donde lo había dejado.


      Unos golpes desde el vestíbulo y unos zapatos sacudiéndose volvieron a distraerme.

- ¿Qué pasará ahora? - me pregunté encolerizado dejando el libro y la pipa en la mesa para levantarme a ver que había sucedido.


      Debía ser una broma que le iba a costar su trabajo a mí desobediente mayordomo porque, quitándose las ropas mojadas, se encontraba junto a la chica dentro de mi casa.

- ¿Qué está ocurriendo aquí, Alfred? - pregunté completamente enervado.


       Él empezó a hacer aspavientos por detrás de la chica, una mímica deplorable que no pude entender. La chica debió darse cuenta y fue la primera vez que escuché su desgarradora y melancólica voz.


Soy ciega, señor - murmuró derramando una lágrima - intenté decirle a su amigo que me dejara ahí, en la calle. No quise importunarle ni mucho menos invadir su hogar. Permítame marcharme, se lo ruego -.


- Pero, ¿se ha vuelto loca? ¡Alfred no es mi amigo, es mi mayordomo! - respondí consternado ante semejante despropósito.


      Ella sonrió e intentó buscarme con la mirada, ¿por qué harán eso los invidentes? ¿Qué pretenden?


- Es usted muy amable pero sólo me quedaré una noche. Mañana seguiré mi camino. Si como favor pudiera decirme su nombre para saber a quién debo agradecer tanta hospitalidad - dijo extendiendo su mano hacia el comedor formando entre esa dirección y mi situación un ángulo de aproximadamente treinta grados.


- Tom y ¿es usted sorda? - dije confuso.


- Es un hombre muy simpático Tom, pero es obvio que soy ciega. De verdad que no sabía exactamente donde se encontraba usted, habrá sido el azar. Gracias por hacerme reír, hoy ha sido un día muy duro. Mi nombre es Elvira - agregó sin darse en absoluto por aludida.


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