Demasiado tarde

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Ella era feliz con ese ordenado y rico empresario. Ella era infeliz con ese ordenado y rico empresario.

Felicidad e infelicidad eran los estados de ánimo que más sentía Karina, mi amor imposible.

Ella era una chica joven de 24 años cuando conoció a un señor de 48 que le doblaba en edad pero que se cegó, yo (Paul) pienso que por su enorme poder adquisitivo ya que de atractivo tiene lo que la parte de debajo de un coche. Mientras tanto yo, la perseguía a donde iba, la observaba desde la lejanía, yo no podía estar con ella, era mi amiga, la que me llora en mis  brazos cuando el empresario se va por la noche y no vuelve hasta dentro de dos días por razones de ?trabajo?. Ella es la que se mete en mi cama cuando él no está para que no se sienta sola, ella es mi perdición pero Karina no se dio cuenta. No se dio cuenta de mi locura, de que la miraba y quería ver lo más profundo de ella, su lado más íntimo, me quería envolver en su pelo y a la vez susurrarle que la quería y que este momento estaba tardando mucho.

Pero no fue asi, un buen día decidí escribirle una carta a Karina para quedar en la calle donde la conocí, allá por el 97. La carta decía:

Querida Karina, te envío esta carta para decirte que cada vez que te veo, mi cuerpo queda agarrado en un puño, siento clavos en el corazón porque no te tengo, te quiero y sé que no debo hacerlo pero no puedo esperar más, esta situación que llevo tanto tiempo experimentando me está oprimiendo hasta dejarme sin aire. Te espero en la avenida del amor a las 22:00, necesito verte. Si no vienes saltaré al vacío que envuelve este puente, ya no puedo ocultar mi amor más.

Te deseo, te amo.

Paul.

 

Ella no vino, yo salté.

 

 

 

Cada vez que me abrazaba sentía que nuestros cuerpos estarían destinados a estar juntos de por vida, que con el hombre con el que estaba me cegó por su dinero algo que luego me hacía infeliz y la razón de mi felicidad era él, mi gran amigo Paul. Cuando me di cuenta ya era demasiado tarde.

Cuando entré en casa sobre las 22:45 estaba decidida a dejarlo y decirle que mi locura estaba en él, en Paul. De repente vi una carta en la mesa del pasillo firmada por Paul y decidí a leerla.

-Oh no, tengo ir corriendo. ¡Mierda cógeme el móvil Paul!-Impotente y enfada conmigo misma fui para donde me dijo.

Demasiado tarde, él había saltado, aun nadie se había alarmado y el puente estaba desierto. Vi su cuerpo entre las rocas y me desplomé. Me di cuenta tarde de que lo amaba, todas las cosas que le quería decir, esas frases de eternidad que quería decirle abrazada a él ya no sería posible.

Saltó y ahora es libre, yo mientras sigo encarcelada en su amor, y jamás volveré a sentir algo por alguien.

Te quiero Paul.

 


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