DE VUELTA A CASA (3/3)

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-No lo sabía. ?Dijo Mario soltándose de su hermana. Ahora comprendía porque María no le habló de Rocío.-

-Su madre le contó toda la verdad en su lecho de muerte antes de morir.

-Sufriría mucho. ?Dijo Mario cabizbajo, pensativo.-

-Ese secreto que la vieja bruja tenía a buen recaudo, poco a poco la fue matando de cuita. A los dos años justos de la muerte de su madre murió ella. La madre le contó que fue ella quien te obligó a marcharte del pueblo. No quería que su hija se casara con el ?chulo? del pueblo, con un mujeriego. Ella, la señora pudiente, hizo lo que una madre debe hacer para quitarle los amoríos de la cabeza a su hija. Así, moribunda, se lo dijo a Rocío.

-Me amenazó, no tuve más remedio que marcharme. ?Mario estaba nervioso. Sus piernas temblaban.- También me dijo que Rocío estaba preñada? y tú también.

-Sí. Se pocos meses. - Dijo Concha.-

-Me dijo, muy prepotente, que si no me iba del pueblo, Rocío, o tu misma, podríais tener algún accidente con riesgo de abortar, o que sufrierais algo malo, que su hija abortaría porque no quería tener un nieto del ?chulo?.

-Era muy mala, vengativa. Creo que lo hubiera hecho.

-Tú sufriste una caída en los escalones entrando al mercado.

-Esa caída fue fortuita. Nada que ver con la amenaza.

-Pero la señora estaba junto a ti?

-Salía del mercado, y su criada también.

-Lo consideré un aviso, y aquella misma noche decidí marcharme para no perjudicaros a los cuatro.

-Me degastes sola, desolada, llorando como una Madalena.

-Lo sé. Me fui mirando atrás con el corazón partido.

-Pero en todo esto ha quedado algo bueno. Rocío no abortó. ? Mario miró a su hermana con sorpresa, con los ojos abiertos, parecían que se les salían.- Tuvo el valor de enfrentarse a su madre porque no quería ir al extranjero para abortar, quería ser madre. Le dijo que si la obligaba la denunciaría, y su madre tuvo que callar. Tu hija se llama Mirian, ella y Angela ?Quiso buscar a su hija con los ojos, pero Angela no estaba.- son buenas amigas.

-Le gustaba mucho ese nombre. ?Mario embozó una sonrisa porque recordó que Rocío le dijo más de una vez que su primera hija se llamaría Mirian.- A ella le hubiese gustado llamarse Mirian.

-También tienes una nieta. Se llama como su abuela: Rocío.

El Ortega se levantó. Paseaba nervioso, su cuerpo temblaba como si un gélido aire envolviese su cuerpo, sin saber que hacer o decir. Se sentó en el sofá apoyando la cabeza en su respaldo y cerró los ojos. ?¿Por qué a mí, Dios mío? ¡Cuánto tiempo perdido en este maldito mundo! ¡Cuantos años viviendo sin ilusión en este ingrato mundo que no en tiende de sentimientos, pero aún me queda por vivir la peor etapa de mi vida¡? Así eran los pensamientos de Mario recordando su efímera vida. No comprendía el por qué el destino lo había tratado de esa manera. ?Fui un chulo, y las chulerías se pagan?, pensó.

A la mañana siguiente Mario compró un ramo de rosas rojas en la floristería que hay bajando la calle, al final a la izquierda. Se dirigió al cementerio. Este está algo lejos del pueblo por su salida oeste, es un camino largo, empinado y ondulado, hoy asfaltado. Las rosas eran para la tumba de su desdichada Rocío, a ella le encantaba las rosas rojas y seguro que, esté done estuviese, ella se la agradecería. La tumba estaba ubicada en un promontorio, había que subir dos escalones para llegar a la misma, era de mármol blanco con una gran cruz, de mármol, en su cabecera. Mario subió los escalones, depositó las flores sobre su gran lápida y su aflicción convulsionó su corazón. Se sentó llorando silenciosamente en el segundo escalón, con una mano sobre la lápida. No tenía noción del tiempo. Así, de esa guisa, pasó dos, tres horas, absorto en sus pensamientos, sin darse cuenta que alguien se acercaba. Se levantó, miró hacia atrás y vio a dos mujereas que lo estaban observando tras de sí. Las miró sin saber qué hacer, una era casi cuarentona, y la otra, joven. Estaba desorientado.

-Perdonen. ?Dijo al final.- ¿Quiénes son ustedes?

-Yo soy tu hija. ?Dijo con dulzura aquella guapa mujer. Mario dudó un instante, pero ella se abrazó a su padre.- ¡Papa! - Padre e hija se abrazaron en un emotivo abrazo y las lágrimas resbalaron por sus mejillas.- Esta es tu nieta.

-Rocío, ¡mi Rocío! ?Abrazó a su nieta con un llanto que quería acallar, pero no podía.

-Abuelo, ¿vivirás con nosotros en nuestra casa?

-Si cariño. ?Dijo su madre cogiendo al abuelo por el brazo y disponiéndose a salir del cementerio. El abuelo vivirá con nosotras. Nosotras lo cuidaremos y nunca jamás se encontrará solo.

El Ortega iba llorando cogido a su hija y su nieta cogida a él. Iba orgulloso entre aquellas mujeres. Atrás dejaba muchas penas, muchos sufrimientos, pero se le había encendido una luz al final de su camino, y comprendió que no se equivocó cuando decidió volver a su añorado pueblo.

 


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