TARTÁN DE LOS CUADROS VERDES (3 de 4)

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-¡A mí los corchetes, a mí la justicia!- Gritaba aquel ante el ruido de hombres corriendo, y que de los corchetes se trataba estaba suponiendo.

Tartán, ante tanto jaleo, decidió tomar las de Villa Diego, y encaramándose cual felino animal, subió al tejado a través de un  portal.

Llegaron ya los corchetes y alguacil, interrogando sobre el altercado, que viendo al ofendido tan mal parado, salieron tras él en cuadrilla a todo candil.

Tartán ágil se introdujo por una ventana, que abierta estaba, más en su espera que a la de la mañana.

Entró sin dilación, y allí encontró una bella dama, en postura de espera, postrada sobre la cama.

-Tartán creí que esta noche no portabais ya por mi lecho, arde en deseos mi pecho.

-Tendréis que esperar, hoy no toca bella dama, me persigue la justicia, y a escapar se llama.

-Aquí desnudos tenéis mis pechos, añorando vuestras manos y caricias ¿acaso los dejaréis así? ¿O ya no son para vos unas delicias?

-Tengo que escapar, pues más de uno viene con intención de capar.

Salió por la puerta de los aposentos de tan bella dama, en pos de escapar, bajando las escaleras sin parar a respirar, los corchetes en la puerta empiezan a llamar, la cosa se pone fea, intentará salir por la azotea.

Abajo tiran la puerta brutalmente, entran en la casa y buscan al delincuente, que por más, acaba de escapar, por la azotea hasta otra casa, la de Dorotea.

También esta clienta de Tartán, que de tanto fornicar, llena tiene la villa, de amantes y de su semilla.

La despierta sin vacilar, pues su viejo esposo tiene más sordera que un millar.

-Dorotea, Dorotea, escondedme hasta que la cosa pueda pasar, pues tras mí vienen los corchetes, algualcil, el ofendido y me quieren apresar.

 Siguen buscando a Tartán, por casas, tejados y hasta algún zaguán, pero él escondido en la morada de Dorotea, se entretiene jugando con ella, que dejando a su esposo, en la cama y a buen reposo, duerme tranquilo, mientras ellos dos penden de un hilo, pero en gozo.

-Aprovechemos este encuentro amado mío, pues muy sólo se encuentra este mi cuerpo dolío, de amor por vos, que de tanto en cuando venís, a dar y bien como sabéis, por eso no os pienso dejar escapar hasta que sin aliento me hayáis de dejar, desde mi cabeza a mis pies, y cuando terminéis, otra vez.

-No puede ser ahora señora, pues me persiguen y  mi prisa aflora, en otra ocasión, que con más tiempo os quitaré el camisón, con los dientes si fuera necesario, hasta sobaros más que a un rosario.


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