El príncipe Baal. Cuento 1. (Prototipo)

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La luna ilumina los campos y un príncipe se dispone a pasear. El humilde castillo inspira calma y los habitantes del campo se despiden del principe con lágrimas en sus ojos.

-Los quiero a cada uno de ellos- piensa el principe. Y piensa de corazón, porque el principe es joven y tierno con los habitantes de sus tierras.

Mira atrás y ve su castillo, con sus luces que iluminan el valle. El viento está calmado, no se oye nada salvo la respiración pausada del joven señor que continua paseando por sus tierras.
El príncipe alza la cabeza y su mirada se vuelve triste. Observa con pena como la luz ilumina el manto negro del cielo. No la luna, pues esa le inspiraba belleza ni tampoco la de las estrellas. Era la luz roja, esa luz que con el paso de los dias se hacía más y más grande. Muchos no entendían la naturaleza del suceso, no era la primera vez que se visualizaban cometas, pero eso no era un cometa normal. Era mirarlo y una sensación de temor envolvía a todo aldeano o señor que pusiera los ojos en aquella esfera. El príncipe pidió a su gente que se marchase lejos esa noche, que no volvieran hasta dentro de varios dias. Una petición suya bastaba para que la gente obedeciera sin dudarlo pues su principe era amado por todos, y de todos era su confianza.
Los dias pasaron y varios delegados del rey suplicaron al principe que huyera con los demás a las tierras del este, los reyes de otros reinos se apiadarían de él, pues el principe era amado por todos.

-Este es mi hogar y ella está en la cama, no puedo llevarla lejos sin lastimarla. Me apena haber abandonado a mis habitantes, y mantengo la esperanza de que algún dia estos vuelvan y puedan perdonarme. Pero ella es este castillo y yo debo permanecer junto a ella, afrontando cualquier peligro que se aproxime.


El escenario era desolador. El terror rojo era casi inminente y sus rayos de luz eran tan intensos que atravesaban los cristales expandiendo esa extraña sensación de incomodidad por cada habitación y por cada sala del castillo. Los presentes rompieron a llorar, porque sabían que el único destino que le esperaba al joven señor era la muerte. ¿Cómo no iban a llorar por él? Jamás en ningún lugar conocerían a un joven señor tan bueno, bello y justo como él. Sus largos cabellos de oro, su cara afilada y sus ojos violetas embellecían un rostro que se esforzaba por mostrar una sonrisa a sus presentes. Los otros señores marcharon y el príncipe rompió llorar.

-No quiero morir, no quiero que todo desaparezca, pero no puedo dejarte Eileen. Eres mi vida, lo has sido siempre, desde que te conozco has sido la luz y la energía que mueve mi cuerpo y mi ser. Eso no puede desaparecer-. El principe salió a la terraza de la habitación de Eileen. Un manto rojo cubría el Horizonte. No maldijo a los cielos nuestro rey, pues en este mundo no existían palabras como Dios o Diablo. No había fuerzas sobrenaturales ni creencias espirituales. No dijo nada, simplemente se quedó dormido junto a lo que una vez fue su bella Eileen.

-Príncipe, despierta o mi príncipe.

El Principe despertó. A su alrededor el manto de la noche. Ni luz roja, ni mala sensación, ni Eileen. La voz que le llamó debía ser ella, no había nadie más. El príncipe bajo las escaleras y para su sorpresa, la puerta del castillo estaba abierta. Se acercó tímidamente y tragó saliva. Avistó una silueta que marchaba hacia la lejanía, huyendo del castillo.

-Es imposible -Afirmó el príncipe. -Es un mal sueño, estoy soñando, sigo arriba en la habitación esperando a que el manto rojo nos envuelva a mí y a Eileen-. Pero mientras estas palabras salían de su boca ya estaba corriendo en dirección a la figura. ¿Podía ser? ¿Podía no ser un sueño?
Era Eileen no había duda, una sonrisa apareció en el dulce rostro del príncipe, la sonrisa más sincera que jamás había reflejado y era toda para Eileen. No le quedaban ni unos pocos metros para alcanzarla cuando la fulminante luz roja estalló antes sus pies. Cayó fulminado al suelo incapaz de moverse.

-No, no es un sueño.- dijo el príncipe.

La figura de Eileen desapareció en el acto. Solo la luz roja permanecía envolviendo al principe en un estado de terror, casi locura, pues era de locos lo que estaba contemplando. Una figura más apareció.
Era alto, más alto que una persona normal. Su cara como la de un cráneo humano. Su cuerpo, el cuerpo de una joven con hermosos pechos atravesados por una cicatriz. La figura levitaba ante el príncipe pues no necesitaba piernas, le bastaba sus dos alas de cuervo negro.

- ¿Que eres?- preguntó el principe casi petrificado por la bizarra escena.

- Levántate Baal, un Rey no debe arrodillarse ante nadie-. Dijo la figura espectral. Su voz era como la de un hombre común. Lo único atemorizante era su aspecto.

-¿Cómo sabes mi nombre? ¿Y Eileen? ¡Estaba aquí!

-No volverás a verla, no la necesitas, me la he llevado. ¿La quieres de vuelta? Podrías, podrías hacer muchas más cosas, podrías dejar tu huella en este mundo. Podrías ser el portador de algo maravilloso, algo que nadie de este mundo ha podido contemplar jamás. Todos sabrán de tu nombre y de lo acontecido hoy, erigirán estatuas a tu persona y toda frase de agradecimiento irá dirigida a ti, pues tu les entregarás ese don a los demás seres humanos, yo no soy más que un mero visitante, un amigo que desea que en tu mundo florezca algo nunca visto hasta ahora. Aunque algunos otros lo posean, te doy la oportunidad de que el tuyo sea mayor que el de los otros. ¿No deseas eso? ¿Poder para traer de vuelta a tus seres queridos para protegerles de los males venideros? Dime Baal, futuro Rey de Baaleria ¿deseas este poder?

El príncipe Baal mira atrás y ve su castillo. Vacío, sin luces, triste. Se siente solo, mas solo que nunca, y no por la falta de Eileen pues ya había desaparecido de su memoria. Pensaba en su mundo, en el mundo que le rodea. Cambiar el mundo, si es poder lo que me ofrece debo compartirlo con los demás.

El príncipe Baal accede y así, surgió la magia en nuestro mundo.

¡Loado sea nuestro señor por ofrecernos el don y crear un nuevo mundo de fantasía y belleza!

 


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