Encontrándote (I)

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Cada mañana bajaba las escaleras del metro sonriendo, con una ilusión en los ojos que cualquiera con quien se cruzara, hubiera querido tener a esas horas de la mañana. Quería poder subirse al mismo tren de todos los días que acudía a la oficina… empezaba a detestar los fines de semana.

< ¿De verdad me pueden gustar tanto los lunes?>

Mientras pensaba que tenía cinco maravillosos días por delante, oyó sus tacones a lo lejos, levantó la mirada y pudo observar como bajaba cada peldaño. Tacones de aguja, rojo intenso como apostaría la vida que sería ella y… ¡bingo! Esa falda blanca ceñida hasta media pierna que tanto le gustaba. Cubriendo su pecho, una camisa roja abrochada lo justo permitía intuir mucho más, dejando entrever unas proporciones perfectas y una piel suave y delicada que parecía poder sentir en las yemas de sus dedos. Media melena dejaba al descubierto su precioso cuello, el que deseaba poder acariciar y besar cada vez que la veía; el resto del día prefería imaginar poder hacer algo más allá de eso.

A punto de perder el tren se incorporó rápido y corrió al vagón. Justo antes de cerrarse la puerta entró deprisa topándose con ella.

- Lo siento, pensaba que perdía el tren.

- No parecías tener prisa sentado en el andén. ­-Su mirada parecía muy insinuante y Jaime no pudo sino sonreír.

Durante las escasas cinco paradas que coincidieron intentó no separarse de ella. Aquel contacto había erizado su piel y endurecido bajo su pantalón la parte de su cuerpo que más la deseaba. Supuso que ella se estaba dando cuenta, pero no realizó ningún movimiento para separarse así que, ¿por qué hacerlo él?

Nada más llegar a casa se desplomó en el sofá y recordó con gran intensidad esos diez minutos junto a ella, sintiéndola cerca, esa mirada solo para él que por fin tras meses viéndola habían compartido. Esta vez no lo había imaginado, había sido sensual, buscando algo más que unas simples palabras. Desabrochó su pantalón y su sexo compartía con él la devoción por ella. Llevó su mano hacía el glande, recorriendo todo lo que ella había provocado y su imaginación no dejaba de recrear una y otra vez con otro final.

 

Pasaron los días y la veía cada mañana, no hablaban, pero desde aquella mañana compartían miradas furtivas que le excitaban como si compartieran mucho más. De repente un día dejó de verla. Durante toda una semana ese cuerpo, esa mirada… se había evaporado. Era sábado, había quedado con unos amigos para desayunar y fue al metro sin dejar de preguntarse qué habría pasado. Esperó en el andén distraído con el móvil, llegó el vagón y subió al tren. Inmerso en la pantalla sin ver nada en concreto, percibió un maravilloso olor que le era muy familiar, levantó la mirada y allí estaba, sentada junto a él.

- ¡Vaya! llevaba toda la semana sin verte. ­-Sin acordarse de que su relación solo existía en su cabeza, habló como si se conocieran de toda la vida. Por suerte, vio como una preciosa sonrisa se dibujaba en su perfecto rostro.

Llevaba el pelo recogido, sin maquillaje, una camiseta blanca y unos vaqueros. Perfecta, estaba perfecta.

- Me alegro que me hayas echado de menos. ­-Esa mirada y ese tono al hablar no dejaban lugar a dudas, se estaba insinuando.- ­ ¿Trabajas también los sábados?

- No, voy a desayunar… a no ser que me invites tú.

Se incorporó y cogiendo la mano de Jaime, le llevó con ella fuera del vagón justo antes de que se cerraran las puertas. El andén estaba desierto, aunque no le hubiera importado el número de personas que pudieran ver cómo esos labios carnosos, recubiertos solo de vaselina, se acercaban a él empujándole contra la pared.

- Ven conmigo, esta estación es muy solitaria, podemos desayunar aquí. ­-Estando tan cerca, Jaime no podía creer que fuera verdad, quizá seguía en casa soñando.

Bajaron las escaleras y se vio en el lavabo, no, definitivamente no era su casa. Apenas podía pensar, su lengua se entrelazaba con la de ella… < Uffff… su sabor es insuperable, tal y como imaginaba>… No podía controlar su excitación, su deseo por poder tocarla e introducirse en cada escondite de su cuerpo. En ese momento decidió no pensar y actuó. Ahora sería él quien mandara. Entrelazó sus manos en ese cuello suave llevándola al reservado que tenía junto a él, cerró la puerta y separándose unos milímetros, la miró, pasó sus dedos por esos labios que ahora eran suyos y la besó apasionadamente. Estrechó su cintura contra él, quería que sintiera cómo su sexo la llamaba y despacio acarició sus pechos por debajo de la camiseta. Sus pezones estaban duros esperando su lengua que no tardó en degustarlos mientras oía unos leves y suaves gemidos.

- Siénteme… estoy preparada, llevo mucho tiempo esperándote.

Jaime volvió a su boca y decidió comprobar lo preparada que estaba. Bajó su mano por su abdomen y se introdujo bajo los pantalones. Su humedad envolvió sus dedos y su sexo pidió a gritos poder salir. Antes de que diera el paso ella ya estaba bajando su cremallera y dejando al descubierto su pasión. Lentamente, dejando que ella siguiera acariciándola tan bien como lo estaba haciendo, comenzó a bajar los vaqueros apartando a un lado su ropa interior. No quería quitárselas, eran negras, de algodón, como a él le gustaban, quería recordar aquel momento con ellas puestas.

- Por favor, siente mis paredes, mi interior… -Su mirada fue penetrante, tanto, que no esperó ni un segundo más.

Rápido, con una vorágine de sensaciones recorriéndole de arriba abajo, se introdujo en ella. Era maravillosa, esas contracciones que estimulaban su glande, esos gemidos suspirados en su oído, esa lengua acariciando su piel… No pudo más y explotó al oír como gemía más alto y se estrechaba fuerte contra él.

Sin casi darse cuenta, abrió los ojos y ella ya estaba en la puerta.

- Ehh? espera, al menos dime tu nombre.

- Lorena.

Antes de desaparecer, echó la vista atrás y le dedicó una de esas miradas que sabía tanto le gustaban… y se cerró las puertas. Se encontró solo, aún con la respiración entrecortada, deseando poder volver a encontrarse con ella.


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