LOS ANALES DE MULEY(1ªPARTE) 2

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   <<Muéstrale sumisión,

que vea en ti confianza,

enséñale tu templanza.

Lo que guardes de antaño,

y ten mucha confianza,

lo disfrutarás hogaño.

   ¡Maldita sea mi suerte!

Siempre estuve trabajando

y fui fiel al ?señorico?,

siempre estuve esperando

recompensa, más, callando,

se iba haciendo más rico.

   Abusó de mi honradez

ese ricachón fulero,

me usaba de rastrero

para sus turbios negocios;

se dedicaba s a sus ocios,

yo limpiaba su sendero.

   Ni las gracias me daba

el pudiente condenado,

no estaba desesperado,

más le guardaba respeto;

aunque pareciese un reto,

nada quedaba olvidado.

   Así caí en la rutina

diaria del trabajo,

de cabeza me trajo

en cada febril momento,

no le mandé al carajo

porque se iba mi sustento.

   Porque uno solo no estaba,

pues vivía acompañado,

yo era un joven salado,

trabajador, arrogante,

de poco tiempo casado

que iba para adelante.

   Mi parienta me fue fiel

hasta el día de su muerte,

tuvo la misma suerte

que compartió conmigo,

soñaba con su enemigo

y se quedaba inerte.

   Nunca me dijo palabra

y nunca habló del asunto,

pues jamás yo pregunto

cuando veo tal actitud,

reprimo mi inquietud,

paz y sosiego junto.

   Yo sabía del fuerte odio

que sentía su corazón,

pero ella siempre ¡chitón!

Mujer de noble coraje

que al cortijo yo traje

y fue mi gran bendición.

            lV

   Eramos obedientes

y muy trabajadores,

con los amos respetuosos,

siempre echando flores

de multitud de colores

para sentirles dichosos.

   Si me abrieran en canal

se vería mi sangre hervir

y mi corazón partido,

pues me han hecho sufrir,

sobre todo compartir,

hechos que están en olvido.

   Jamás tuve el valor

de irme de la hacienda,

o como una prebenda,

solicitarles mi cuenta

y devengarse mi renta.

¡Parecía de leyenda!

   No eran buenos tiempos

los que vivió mi juventud,

mi niñez, mi adolescencia;

había mucha esclavitud,

dañaba nuestra salud,

afloraba la paciencia.

   Los ricos eran los amos,

los protectores, los dueños,

inquisidores de sueños

y padres espirituales,

pues son razones banales

que cortan nuestros ensueños.

   Allí me crié, en la huerta,

era el hijo del casero

y vivía con mis padres;

parecía un ventero

o creían que era el rentero

y era envida de madres.

   Poco fui a la escuela.

A mi padre ayudaba

y a mi madre alegraba,

y yo estaba contento,

pues contribuía al sustento

y el saber olvidaba.

   Tenía muchos amigos,

todos querían mi compañía.

El día que a clase asistía

no faltaba compañero

preguntándome si podría

conocer al arriero.

   Yo me decía: ¿qué arriero

o que mocoso muerto?

Querían venir al huerto

para algo poder comer;

así era, y es cierto,

y es fácil de comprender.

   Mi madre les daba merienda,

de alegría saltaban,

pues sabían y esperaban

un gesto con aliciente,

porque todos alababan

la gran bondad de mi gente.

   Yo era como el salvador,

el hermano esperado

que marchó desesperado,

buscando una salida

para mejorar su vida

y volvía adinerado.

   Todos querían mi amistad

y yo de ello alardeaba,

muy orgulloso estaba,

pues tenía siempre un amigo

donde yo me apoyaba,

más el contaba conmigo.

   A nadie le di de lado,

mostré solidaridad

y ofrecía amistad,

todos me dieron compañía

formando una hermandad,

pues voluntad se tenía.

 


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