Pasiones de andar por casa (III)

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La cita de Fátima resultó ser breve. A decir verdad fue breve y desagradable. Eduardo Sigüenza la llamó y quedaron en una cafetería cercana a la casa de los Ferreiras. Al parecer quería pedir presupuesto para la decoración de su lujosa casa. A Fátima le extrañó. Conocía a Eduardo, ya que era socio de su marido, pero más conocía a Carmen, la mujer de Eduardo. Sabía que era una mujer de gustos refinados y poco o nada se dejaba aconsejar en temas de decoración. Aun así Fátima acudió a la cita. Eduardo muy galán la recibió con honores y le hizo sentarse. Comenzó a hablar sobre colores de las cortinas para acabar endiosando el minimalismo. El resultado final era un compendio de barbaridades que Fátima no entendió. Pero cuando él puso la mano en su muslo lo comprendió todo. Hacía tiempo que Eduardo había comenzado a insinuársele pero ante los desaires de ella parecía haber desistido. Ahora sin embargo volvía a la carga. Mientras hablaba subía su mano por debajo de la minifalda de Fátima hasta llegar a sus bragas, las cuales apartó con suma facilidad para adentrarse en su vulva. Ella quería que parara pero con las mismas ganas deseaba continuar disfrutando.

-Vamos a mi casa- pidió él- Carmen no está. Tenemos la casa para nosotros solos

 En ese momento el interruptor de mujer decente se encendió en Fátima

- Lo siento, me tengo que ir- se excusó ella y se fue inmediatamente

 

 Poco después la visita de Marta le permitió desahogarse. Al sol, frente a la piscina, en bikini y con un cóctel en la mano todo se veía diferente

 -Tenías que haberte ido con el- le dijo Marta

 -¿Estás loca? Yo quiero a Miguel

-Cariño pero si es solo sexo. Por fin sabrías lo que es un orgasmo

-Soy feliz con mi vida sexual

 -Ya. Oye yo podría ayudarte en tu pequeño problema

-¿A que te refieres?

-Creo que Miguel necesita nuevas emociones. Más picante. Tal vez si me dejaras una noche a solas con él...

 -¿Que? Estas enferma. Eres una mujer casada y yo no comparto a Miguel

*

 Fátima no podía dormir. Aún estaba indignada por la insinuación de Marta. De pronto sintió deseos de hacer el amor y demostrar que su vida sexual era plena, pero Miguel dormía profundamente. Bajó a la cocina para beber agua y cuando disponía a subir de nuevo oyó unos jadeos que provenían de la habitación de Eva. Quiso entrar y reprochar su actitud. Seguramente, pensó, estaría follando con el jardinero. Pero a la vez de indignante lo consideró excitante y finalmente no entró. Se fue al salón, hasta donde llegaban los gemidos, y se subió el camisón de dormir, dejando al aire su hermoso coñito. Se humedeció un dedo y se lo introdujo lentamente, deshaciéndose de gusto. Con la otra mano se acarició los pezones. Mientras más crecían los gemidos de Eva más mojaba Fátima que hacia verdaderos esfuerzos por no gritar. Sacó entonces el dedo de su vagina y frotó su clítoris. De repente se vinieron a su cabeza imágenes de Miguel y de Eduardo, cada uno con su polla visible y sus bocas en los senos. Eva, su acompañante y Fátima parecieron correrse a la vez. Cuando ésta última sintió sus muslos húmedos y el sofá empapado supo que algo había de cambiar en su vida. -- Enviado desde Nota rápida


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