¿SI LOS ÁNGELES NO TIENEN SEXO, POR QUÉ DEBERÍA TENERLO EL AMOR?

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Era una mañana a mediados de noviembre. El cielo estaba encapotado y el sol no tenía ninguna intención de aparecer durante el día. El silencio reinaba en aquel pequeño pueblo del Este. ¿El motivo? Había fallecido la hija de una apoderada familia del lugar, la Srta. Johns. Siara acudió al funeral. A ella no le gustaba ir a esta clase de eventos sociales pero su familia siempre había trabajado para los Johns, y aunque no conocía a la difunta, se acercó a mostrar sus condolencias a la familia. Cuando llegó al cementerio empezó a sentirse incomoda, pese a que todo transcurría con normalidad: silencio sepulcral donde solamente se oían los sollozos de los más allegados, el cura oficiando la misa, miles de flores alrededor del féretro? etc. ni tan siquiera se asomo a ver a la difunta. Se nota que era una persona muy querida por todos - pensó Siara- cuando de repente alguien se le acercó por detrás y le susurro: muchas gracias por venir. Ella se sobresaltó. Se dio la vuelta apresurada y quedó prendada ante aquel rostro angelical. Lucía una media melena perfectamente alisada, su color era de un cobrizo tan intenso como los rayos del sol en un atardecer de primavera; los ojos pequeños e inocentes, marrones como la miel, resaltaban sobre su pálida piel. Siara entre balbuceos, le preguntó desconcertada: ¿quién eres? Me llamo Sam, formo parte de la familia Johns, añadió con seguridad y luego desapareció.

 

A la mañana siguiente, Siara se despertó con una sensación extraña. No había pegado ojo en toda la noche pensando en Sam. Dejó de lado sus divagaciones y comenzó el día con un fuerte desayuno: una taza de café con leche, dos tostadas y una manzana. Se aseó, se vistió y se fue al trabajo. Siara trabajaba en la biblioteca municipal. Ella era una persona tranquila, serena, silenciosa, amante de la lectura, ordenada, paciente, temerosa del mundo real y con pocos amigos, lo que hacía perfecto su trabajo. Tras ordenar y colocar cada ejemplar en su estantería, apagó las luces y cerró. La chica estaba satisfecha con su trabajo y desde esa misma mañana radiaba en ella una especial felicidad, de modo que decidió pasear por el parque antes de regresar a casa. Aquel día, caminaba de una forma diferente a cualquier otro: fijándose en cada movimiento, sintiendo cada presencia, notando cada esencia de la naturaleza. Al entrar al parque, prestó atención a una pareja de ancianos que había abrazados en un banco de madera junto a una charca. Los observó durante un tiempo, sonrío y prosiguió su camino. Subió a una colina desde la cual se veía toda la ciudad, se sentó sobre el césped, cerró los ojos y se relajó. Comenzó a sentir que no estaba sola pero abrió los ojos y no había nadie alrededor. Intranquila, mantuvo los ojos abiertos contemplando la ciudad, cuando entonces escuchó: Es hermoso, verdad. Sonrió al reconocer la cálida voz que le sobresaltó en el cementerio. Sí lo es, respondió ella. Pero no es lo único hermoso que se atisba desde esta colina, pensó Siara. Puedo sentarme ? pidió Sam con amabilidad. Lo cierto es que ya me iba ? se apresuró a decir Siara, y mientras Sam le ayudaba a levantarse, le sugirió: puedes acompañarme a casa si no te espera nadie. Sam antes de responder se quedó pensando en que contestar, lo que provocó en Siara unos segundos de ansiedad y desesperación interior. Al momento, sonrió y respondió: eso sería perfecto, y ella respiró aliviada. Pasearon con las manos entrelazadas bajo la resplandeciente luna, recorriendo las solitarias calles de la ciudad en dirección al apartamento de Siara. No sabían muy bien porqué un fuerte sentimiento afloraba cuando estaban cerca pero tampoco le daban importancia, sencillamente se dejaban llevar.

 

Llegaron al apartamento. Siara, tímidamente, invitó a Sam a pasar y tomar una copa. -Lo estaba deseando- contestó con rapidez. Se miraron, sonrieron y entraron a la casa. En el recibidor tan solo había una cajita de madera, con una luna plata en el centro, colgada con dos clavos donde Siara siempre guardaba las llaves; pero esta vez las llaves no llegaron a su destino habitual. Tras cruzar el umbral y cerrar la puerta se desató la pasión. Sin soltarse de las manos, Sam atrajo con delicadeza a Siara hasta tenerla enfrente. Se acercó, y mientras ella quedaba inmóvil, Sam recorría su cuello con húmedos besos subiendo por los pómulos hasta alcanzar sus labios. Fue la dulzura del roce de sus lenguas lo que hizo reaccionar a la joven. Dejó caer las llaves y el bolso al suelo, cogió a Sam por la cintura y le condujo hacia su habitación. Se miraron fijamente a los ojos y sonreían mientras desnudaban sus cuerpos. Se tumbaron en la cama, entonces Siara comenzó a temblar. Sam le abrazó. ?¿Es tu primera vez?- le preguntó. De esta manera sí. Lo lamento ? contestó frustrada.-No, no tienes de qué disculparte. ¿Confías en mi?-. ?Por supuesto- respondió con seguridad. ? Entonces relájate- le susurro suavemente. Siara cerró los ojos y respiró hondo. Se olvidó de todo lo que la rodeaba mientras Sam acariciaba cada rincón de su cuerpo. 

 

A la mañana siguiente, la joven despertó radiante. Pero esta felicidad duró poco, pues al darse la vuelta en su cama vio que yacía sola. Desde la cama y tapada con las sábanas pronunciaba a voces el nombre de Sam pero no hubo respuesta alguna, Sam había desaparecido. Siara no entendía porque se había ido sin tan siquiera despedirse. Comenzó a pensar en si había hecho o dicho algo malo, alguna cosa que pudiera ahuyentarle, cuando de repente, distinguió sobre su mesita de noche una nota:

Siara, 

Junto a ti he pasado una de las mejores noches. Siento tener que separarme de ti durante un tiempo. Nos veremos pronto te lo aseguro.

Besos.

Samantha Johns. 

 

Sin soltarla,  se acercó la nota a su pecho y rompió a llorar desconsolada. No entendía que había podido suceder. Se levantó de la cama y tomó una ducha para relajarse. Después, sin desayunar, se vistió con la primera muda que encontró y salió a ver que podía averiguar.   

 

Condujo su coche hasta el cementerio ya que allí fue donde vio a Sam por primera vez; se acercó a la tumba de la Srta. Johns, su aliento se cortó y su tez se volvió pálida como el hielo, no podía creer lo que estaban viendo sus ojos. La imagen grabada en la losa era exactamente la cara de Sam. Siara no daba crédito. Asustada volvió al coche y rompió a llorar aterrada, no entendía lo que estaba sucediendo. De repente, sintió que había alguien a su lado, lentamente giró la cabeza hacía el asiento del copiloto y allí estaba, era Ella, el hermoso espectro de Samanta Johns. Sin más dilación, se abalanzó sobre ella y le abrazó con fuerza, sin importarle el mero hecho de que solo estaba abrazando a un alma.


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