EL SEXADOR

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Javier se ha quitado la mascarilla. Se ha levantado de su asiento, después de seis horas de explorar rectos de pollos, y durante un par de minutos se ha esforzado por habituar su mirada a cuanto hay más allá de los sesenta centímetros que lo separan de su mesa de trabajo. Es el tiempo que también ha necesitado para ensayar una sonrisa con la que agradecerle a la alcaldesa los seiscientos euros que ha cobrado durante cinco meses por aquel taller de empleo.

Sin embargo, sabe que el mes próximo no solo no será contratado en aquella granja avícola, propiedad del hermano del concejal de Hacienda, sino que tampoco cobrará una prestación por los seis meses de prácticas remuneradas. Una remuneración cuya cuantía se limita, en realidad, a doscientos euros, ya que los cuatrocientos restantes pertenecen a la Renta de Inserción Activa que ya cobraba.

Tras la visita de la alcaldesa, continúa sexando pollos durante dos horas más. Se trata de un trabajo mecánico que apenas requiere esfuerzo mental. Eso le permite, entre polluelo y polluelo, abandonarse a sus pensamientos.

El encargado, un cincuentón barrigudo que solo se mostraba afable ante las gracias de sus jefes y de los miembros del partido, le observaba al acecho de cualquier error o, incluso, de un gesto de desgana. Pero él sonríe. Y al hacerlo lograba que dejase de acosarlo para vigilar a otros compañeros. Aunque su felicidad no se debía al hecho de ir llenando cajas con pollitos amarillos, rojos y azules, sino al recordar sus quinientas horas de informática, sus conocimientos en contabilidad, idiomas, derecho constitucional así como el expediente académico que le permitieron trabajar nueve años como técnico en el ayuntamiento. Luego llegaron los recortes y con ellos el pretexto para que la nueva corporación despidiese a los interinos para contratar a sus amigos y familiares.

-¡Venga que nos vamos! -dijo el encargado dando dos palmadas y apagando las luces de la nave.

Javier se quitó el guardapolvo y se marchó a su casa hasta la tarde, cuando volvería a sexar pollos durante cuatro horas más.

Al llegar, abrió el buzón y cogió dos sobres. Uno era un extracto bancario que apenas miró. El otro era propaganda electoral para las elecciones municipales del próximo domingo. No necesitó abrirlo, pues su mensaje se resumía en el lema que aparecía en el sobre, escrito con grandes letras en negrita de color azul: RIGOR. AUSTERIDAD. ESTABILIDAD. Las mismas palabras que podían leerse en el bolígrafo que le dio la alcaldesa unas horas antes.


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