Terapia con 9 adictos al sexo

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Recorro aquel largo pasillo a paso firme, quiero que mis tacones se oigan y quiero imponer respeto desde el minuto cero.

Tendré que enfrentarme tres veces en semana a nueve hombres adictos al sexo y sé por experiencia que estas terapias no son fáciles y más, si tu eres prácticamente una de ellas.

Sí, he sido adicta al sexo, promiscua, puta o como lo queráis llamar. Yo simplemente me he calificado siempre como liberal, saboreadora de la vida y los placeres del sexo. No tenía pareja, no engañaba ni dañaba a nadie, así que si decidí diagnosticarme, fue simplemente por mí y mi salud.

¿En qué momento te recupera de ello? Nunca.

Al igual que, por ejemplo, los fumadores, toda su vida al oler o ver un cigarro les apetecerá, un adicto al sexo, verá a otra persona insinuarse y se la querrá empotrar. Pero claro, ahí está el kit de la cuestión, el saber cuándo ha llegado la llamada "recuperación". Ésta, simplemente consiste en saber controlar el deseo que nunca desaparecerá de tu vida.

¿Estoy yo recuperada? Pues no lo sé. Si soy totalmente sincera, ésta terapia es para diez personas. Ellos nueve y yo. Los de arriba tuvieron la maravillosa idea de contratar "a una persona que ya haya pasado por eso, que les hable claro, sin tabúes y sin prejuicios" así que aquí estoy yo, dispuesta a controlarme para no dejar que me empotren uno a uno sobre la mesa, o en su defecto, varios a la vez.

Entro en la sala y los inspecciono un poco. Están sentados en círculos -cómo normalmente suelen hacer en estas terapias- e intento no fijarme en sus rostros, ni cuerpos.

- Buenas tardes -. Sigo caminando hacia la mesa que se encuentra en una esquina de la oscura sala y me dispongo a soltar el bolso y los papeles de espaldas a ellos - Dejad de mirarme el culo - Escucho sus carcajadas, sé perfectamente que me están devorando, aunque haya intentado vestir lo más recatada posible. Eso no es obstáculo para sus amplias mentes y su gran imaginación.

Cojo una silla y me siento con ellos. No quiero estar de pié ni en otro extremo. Quiero que me sientan cercana, quiero que sepan que soy una más y que nunca los juzgaré por lo que son.

- No quiero que os presentéis ni que me expliquéis vuestra adicción, todos sabemos para qué estamos aquí. Sin embargo, yo si lo haré. - Miro sus miradas de lascivia y sus labios siendo saboreados por sus propias lenguas inconscientemente y mi entrepierna comienza a sudar. - Me llamo Mónica y era adicta al sexo -. Y sinceramente no estoy muy convencida de ese "era" pero intento disimular mis nervios.

- ¿Eras? - Pregunta un moreno barrigón.

- Sí, era. Y estoy aquí para enseñaros cómo controlar las ganas de sexo.

- ¿Cuánto tiempo llevas sin follar? - Escucho preguntar a un chico del fondo, que tendrá unos veinte años.

- No he dejado de follar. He dejado de hacerlo con cualquiera, a cualquier hora y en cualquier lugar. No es dejar de hacerlo, es controlarte cómo se controlaría cualquier persona. Si una mujer no adicta estuviera aquí en estos momentos y alguno de ustedes le excitarais, no os bajaría el pantalón y os la chuparía. Yo sí.

- Pues es una pena, porque eso estaría genial. ¿No creéis?

Mi cabeza comienza a dar vueltas y mi imaginación sale a flote. No, no, no, no. Me niego mentalmente a mí misma. "Respira Mónica, respira". Sus murmullos llenan la sala y realmente no sé cómo pasa, pero uno de esos nueve tíos está con su polla frente a mi boca y yo la engullo sin piedad, sin razonar.

"Bueno, solo hoy, solo un poco" me digo y sé que simplemente, me engaño a mí misma.

Y no, no está bien, porque quiero controlarme y no puedo. Porque esto es a lo que me refería con "cualquier lugar y con cualquiera".

Mientras me arrepiento, estoy de rodillas chupando de dos en dos los falos de aquellos tíos. Son impacientes, me golpean con sus churras en la cara, la barbilla y la cabeza. Algunos me pegan azotes en la cara y me escupen mientras chupo y para que mentir, a mí me encanta. Me encanta sentirme sumisa, me encanta que me llamen puta y sentir que lo soy.

Varias manos comienzan a bajar mis pantalones, a rozar mis tetas, llenar mis agujeros, tocar mis pezones... y escucho un "click" de fondo. Ese click me indica que la puerta se ha cerrado y que la fiesta comienza.

Chupo y chupo. Profunda y rápidamente, haciendo que lleguen completas a mi garganta y que las lágrimas se me salten de las arcadas que me producen esos falos.

- Chúpamela. Más rápido. ¡MÁS! - Exige uno de ellos con mi cabeza aprisionada por sus manos mientras incrusta su pequeño pene en mi garganta. Porque hay de todo tipo. Oscuros, rosados, gruesos, finos, venosos, grandes, pequeños... y a mí me deliran todos, me los como todos encantada, sin escrúpulo ni excepciones.

Y mil cosas más que hace que me corra sin parar con unos simples dedos que llenan mi coño.

Sigo en lo mío, mamo una y masturbo dos, cuando de repente me ponen a cuatro patas y comienzan a follarme despiadadamente, uno debajo y otro encima. Me penetran doblemente haciéndome chillar como una perra, mientras el tío barrigón al que se la chupo me tapa la nariz para que no pueda respirar, cosa que me pone todavía mucho más, si es que eso es posible.

Azotes, insultos, penetraciones, gemidos y semen. Comienza lo que me gusta, comienza la verdadera fiesta. Una de mis mayores adicciones "era" esa. El semen. Y en menos de cinco minutos estoy totalmente cubierta de él.

Me paro frente a ellos con la boca abierta y pajeándose comienzan a correrse en mi rostro, pelo y boca. Uno, otro, otro, otro... y así, hasta nueve, empapando todo los poros de mi cara y refregándome el líquido con sus pollas, las mismas que chupo una a una hasta dejarlas totalmente limpias y flácidas.

Y es que, como bien decía Oscar Wilde. " La mejor manera de librarse de la tentación, es caer en ella".


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