Voces ahogadas (III, Final saga voces)

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-Diez años cariño, ¿parece increíble verdad?

- ¿Por qué te parecen más importantes los diez que los cinco o los ocho? -Luis parecía sorprendido.

-Veo que no lo recuerdas... Con diez años te vi por primera vez, un verano en la playa, luego no volvisteis ni tu familia ni tú, pero eso no me hizo olvidarte, por lo que veo tú sí lo has hecho.

- ¡Dios mío! Por completo, aquel verano que me contaste poco antes de casarnos y yo aún  no recuerdo. Éramos muy pequeños y..., bueno, yo era realmente feliz.

- ¿Ahora no? -Antes de que Luis pudiera contestar, Álvaro entró corriendo en la habitación y saltó sobre la cama saltando entre sus padres.

Con diez años Celia le había conocido, otros diez en volver a encontrarse y diez años estaba a punto de cumplir su primer y único hijo. Luis llevaba unos días extraño, sombrío... como cuando vivían cerca de la maldita ermita que desencadenó todos aquellos acontecimientos que parecían haber enterrado antes de marcharse a vivir lejos de allí. < ¿Ha dado a entender que ahora no es feliz? ¿Al menos no tanto como antes?>

Dos días después todos los amigos de Álvaro estaban en el jardín trasero de casa viendo como soplaba las velas, cuando Luis le entregó su regalo.

-A ver que te parece hijo... -Álvaro abrió despacio el sobre deseando que fuera lo que tanto había pedido a su padre sin que su madre se enterara.

-Gracias papá. ¡Gracias! -Su rostro reflejaba una alegría que Celia no entendía.

- ¿No se lo enseñas a mamá cielo? -Cuando Álvaro se lo acercó, Celia no pudo ocultar su expresión de sorpresa.

Tres billetes de avión... allí... donde todo empezó. < Tengo que hablar con Luis, ¿qué significaba aquello? Lo hemos enterrado, no quiero volver a enfrentarme a todo eso.> Álvaro parecía tan ilusionado que prefirió hablarle a solas. Cuando al fin la fiesta terminó, Celia estaba ordenando la casa cuando escuchó cómo ambos hablaban bajito intentando que no se les oyera, se acercó despacio a la ventana intentando no hacer ruido y comenzó a escucharles...

-Mamá no se ha cabreado ¿verdad?

- ¿Por qué crees que podría hacerlo?

-Nunca hemos hablado con ella de esto y nunca ha dicho que quisiera volver.

-Tranquilo, mamá entenderá que quieras ver donde me bautizó tu abuelo.

-Pero... ¿Por qué lo hizo con vino papá?

-De todo eso hablaremos... -Un ruido les sorprendió y Luis dejó de hablar dirigiéndose a la sala-. ¿Estás bien Celia?

-Sí sí, solo se han caído unos vasos. -Se dirigió a la cocina deseando que no la siguiera y poder hablar los dos solos, más tranquilos, cuando Álvaro ya estuviera en la cama.

Celia apagó la luz del lavabo y se introdujo bajo las suaves sábanas junto al cuerpo de Luis. Querría ver su expresión cuando comenzara a hablar, pero le daba pánico hacerlo.

-Cariño... ¿por qué volvemos?

-Álvaro me lo pidió hace tiempo, y...¿ por qué no?

-No eres feliz aquí, creía que todo, sino olvidado, estaba enterrado en aquella ermita, ¿por qué hay que enfrentarse de nuevo a todo aquello? ¿De verdad no eres feliz?

-Yo no he dicho eso. Solo necesito saber si Álvaro también esta escuchando voces, si mi padre intenta hablar con él... ¿no te parece raro que lo haya pedido?

Se quedaron en silencio. Celia consiguió dormirse rezando porque que  nada le estuviera pasando a Álvaro.

 

Un mes después llegaron a la ciudad donde Celia se ahogaba en ese aire viciado de recuerdos que no quería volver a revivir. Dejaron las maletas en el hotel y Álvaro no tardó en pedir ir a la ermita. Luis cogió una mochila de la que Celia desconocía el contenido y se pusieron en marcha. Se dirigieron despacio escuchando como Álvaro deseaba saber todos los misterios que tenía su familia.

- ¿Misterios? -Celia no podía dar crédito a lo que oía.

-Sí mamá, estoy convencido de que tenemos muchos. -Celia calló sin querer saber el por qué de su tajante afirmación, y vio cómo Álvaro salió corriendo hacia la puerta de esa maldita ermita que parecía no querer desaparecer de sus vidas.

Fueron corriendo tras él y los tres se quedaron parados frente a la puerta. La abrieron despacio y no parecía haber pasado el tiempo. El sonido al pisar la vieja madera, el mismo olor, esa oscuridad llena de sensaciones que evocaban la maldad de aquella anciana...

-Mira papá el altar, ¿has traído el agua verdad? -Luis sacó de la mochila un pequeño recipiente y miró a Celia.

-Es agua bendita. Dice haber estado soñando con el abuelo, quizá esto termine con todo. -Parecía realmente convencido mientras ella no dejaba de preguntarse qué le había estado pasando a su hijo sin enterarse.

Fueron hacia el altar y Álvaro se puso de rodillas. Luis abrió el pequeño recipiente y comenzó a echar el agua sobre la pequeña e inmaculada cabeza de su hijo mientras Celia observaba sin dar crédito a encontrarse de nuevo allí frente a ese extraño espectáculo, que parecía ser más una pesadilla. Los gritos de Luis la alejaron de sus pensamientos y vio como el agua estaba quemando su piel mientras un pequeño halo de humo se desprendía de él. Celia se acercó corriendo hacia su hijo y le cubrió con su camiseta; la mirada de Luis era aterradora.

-Ya está, ¿no te das cuenta? Mi padre está muriendo sobre él.

Celia y Álvaro salieron corriendo de allí y se dirigieron al hospital mientras Celia no podía creerse lo que había visto. Tras horas esperando que curaran a Álvaro, por fin salió junto a un médico que le indicó como curarle. Ambos volvieron al hotel sin que Celia dejara de abrazarle mientras Álvaro se mantenía en silencio.

Ya frente a la puerta de la habitación mientras buscaba la tarjeta para entrar, escucharon un sonido atronador que provenía del interior y Celia introdujo lo más rápido que pudo la tarjeta. Abrieron la puerta y se encontraron a Luis sobre el suelo entre un charco de sangre que se hacía cada vez más grande, y una pistola junto a su mano. Sobre la televisión pudo ver una nota que cogió mientras las lágrimas ahogaban sus gritos...

 

No soy capaz, Álvaro está herido y yo soy el culpable.

¿Acaso soy como mi padre? No estoy dispuesto,

sé que sabrás cuidarle mejor que estando yo con vosotros.

Lo siento, pero sé que esto es lo mejor.

Siempre os querré y os cuidaré desde donde quiera que esté.

 

En cuanto la policía se lo permitió, Celia y Álvaro volvieron a casa. Solos, sin hablar, deseando que algún día pudieran olvidar... esta vez de verdad.


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