LOS ANALES DE MULEY(1ª PARTE)(13)

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   Yo quería intervenir,

pero no me dejaba,

con furia le miraba

y él seguía hablando;

él estaba jadeando,

más sus palabras cuidaba.

   Fue una disertación

dirigida a su yo,

con avidez se explayó

en fértil valle perdido

porque nadie lo escuchó,

más yo estaba sorprendido.

   ¡Cuánto echaba de menos

mis años de aprendizaje!

Siempre me faltó coraje

para ser buen estudiante,

pensaba en cualquier paraje

menos ser un gran tunante.

   Siempre me arrepentiré

de los años que perdí

en mi edad infantil,

a la escuela poco fui,

en ella poco aprendí

hasta mi edad juvenil.

   A mi locuaz maestro

me quería parecer,

más tengo que comprender

que la cultura es estudio,

la debemos obtener

y escuchar su preludio,

   La convidada de piedra

era mi progenitora,

seria, como gran señora,

esperaba paciente

esa añorada hora

para marchar libremente.

   En un mundo atrás, pasado,

estaba su pensamiento,

pues era su sufrimiento

la espera dé cada día;

sin apenas fundamento

desplegaba su alegría.

   Pero volvía el día gris,

fuente de sus quebrantos  

y manantial de sus llantos,

volvía a sus pensamientos

los alegres días de cantos

urgiendo en sus sentimientos.

   Su rostro era tétrico,

más su corazón radiaba

un sentimiento fogoso

que a todos nos impregnaba;

a hurtadillas nos miraba,

yo me sentía temeroso.

   Porque veía su derrumbe,

su pronta y fuerte caída,

pero aguantaba erguida

mostrando su buena raza;

se sentía confundida

por aquella amenaza.

   <<Encontraré a mi marido>>

- se decía ella para sí-

<<Y evitaré su muerte>>

Ese era su gran frenesí

y yo también asumí

su empírica suerte

   Las semánticas lecciones

que el maestro impartía

para ella era monotonía;

era una mujer lerda,

pues su única sabiduría

radica en su mente cuerda.

   Desagradecida no era

y menos aún vengativa,

era mujer comprensiva

amante de la verdad;

llena de sinceridad

se mostraba receptiva.

   Mil veces agradeció

a nuestros benefactores

todos aquellos favores

que habíamos recibido,

todo era echarles flores

por aquel bien percibido.

   Se mostraban orgullosos

por darnos su pronta ayuda,

su gratitud fue ruda

y su compresión mayor;

sé que todo se anuda

para comprender mejor.

“Quien siembre recogerá”,

dice un dicho popular,

pues nosotros sembramos

en ámbito familiar,

pudimos alimentar

y mucha hambre quitamos.

Algunos nos respetaban

y mi maestro también,

persona de gran bien,

buena y benevolente;

admiraba a la gente,

pues los llevaba en su sien.

   Hasta pasado un tiempo

al maestro no comprendí,

su enseñanza recibí

aunque no la entendía;

mucha satisfacción sentía

pensando fuera de allí.

   Miembro del comité,

fue voz muy respetada,

aunque no sentenciaba,  

su razón era escuchada;

era opinión esperada

cuando pena se dictaba.

   Ese humilde paladín

también vidas salvó

y a otras tantas ayudó,

manejó su situación

y su noble corazón

al comité engañó.

   Era algo pragmático,

en la guerra no creía

y menos su utilidad,

su honor se comprometía

con el hacer de cada día

demostrando su bondad.

   Le mostré mi gratitud

por devolverme a la vida

y sacarme del infierno;

pues abortó mi partida

de la antesala perdida

y fue momento tierno.

   No sé dónde van los muertos

o si algún día los veremos,

su presencia perdemos

y nos hundimos en llantos;

lloraremos con quebrantos,

jamás les olvidaremos.

   Gracias a mi buen maestro

y a su laicas lecciones,

a ser hombre aprendí;

por sus buenas acciones

que aliviaron aflicciones,

su recuerdo vive en mí.

 


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