Ángel de la muerte

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Mis tardes discurren paseando solo pisando las ojas secas que cubren el suelo. Me gusta pasear en soledad durante la noche, arropado por la luz lunar cuando esta se digna a acompañarme. Adoro caminar entre las tumbas de cementerios y pisar descalzo el frío mármol que cubre a los difuntos. También le he cogido gusto a alimentarme de carroña, cuanto más fresca mejor pero para cuando encuentro comida, esta ya es muy pútrida, aún asi la devoro con avidez.

Hace algunos meses ya que dejé atrás mi antigüa vida, en la que con 17 años decidí que no había nada que me mantuviese vivo, por lo que decicí arrojarme por el precipicio más alto de mi zona. Cuando impacté contra el suelo, me puse en pie y me vi destrozado. Estaba viendome a mi mismo muerto en el suelo, había mucha sangre. Días después me fueron creciendo las alas hasta que rozaron el suelo. Son muy grandes y tienen una alucinante envergadura cuando las despliego. Su color blanco me deslumbra.

-varios meses después-

Tengo la capacidad de vagar entre la gente sin que se percaten de mi presencia, creo que no pueden verme. Mi vida se ha vuelto aún más nocturna, camino toda la noche seguido por mis alas. Durante el día visito hogares abandonados, registro los muebles abandonados enterrados capa tras capa de polvo. Durante la noche intento valerme de mi olfato para encontrar comida, aunque solo encuentro perros, gatos y ratas en descomposición. Mis alas han perdido la mayor parte de su plumaje.

-quince semanas después-

He conseguido encontrar un ciervo muerto de hace apenas 5 días, es la pieza más fresca que he encontrado. Cuando comencé a comer no pude parar, lo he devorado entero. Incluso los huesos. Estaba delicioso. Tras esto, mis alas vuelven a ser como antes, un poco más grisáceas.

-un año después-

Mi olfato es cada vez mejor, cuando algún animal muere lo detecto casi al instante o incluso en su agonía puedo localizarlo, pero siempre espero a que muera, o al menos casi siempre. Cuando encuentro comida lo devoro todo, dejando simplemente manchas de sangre, el resto desaparece. Puedo comer tantos animales como se me presenten en un día. Mis alas tienen un plumaje perfecto, pero se han vuelto muy oscuras.

-treinta y cuatro semanas más tarde-

He cambiado copiosamente, hace aproximdamente dos años que morí y me convertí en lo que soy. Hace apenas tres horas he encontrado comida, pero esta vez, era humana. Era de noche, estaba vagando por el bosque cuando una niña de unos catorce años me estaba ovservando, me hizo una señal para que la siguiese y me llevó hasta una zona tapada con helechos. Allí habia una figura tumbada, era la nña que me dijo que la acompañase. Tenía la ropa rota y el pelo alborotado, su piel era fina y estaba azulada. La chica continuaba a mi lado. 

-Adelante- me dijo

- ¿A qué te refieres?- le pregunté

- Es tu deber, ¿no?

- ¿Por qué?

- Debes devorar el enlace que me une al mundo de los vivos para que pueda continuar mi viaje hasta el reino de los muertos.

Entonces comprendí cuál era mi misión, me acerqué al cuerpo sin vida y comencé a comerlo, estaba seguro de que murió a causa de una violación y después la abandoraron ahí. La carne se despegaba fácilmente de los huesos. La chica no paró de mirarme hasta que acabé de ingerir el último hueso, estuvo delicioso. Instantáneamente mis alas se desplegaron, sus plumas ya eran negras como el carbón, la pequeña se abrazó a mí, la cubrí con mis alas y dijo gracias antes de desaparecer.

-una semana después-

Desde que devoré a la niña  ya solo como humanos difuntos. Mis costumbres han cambiado. Como cuerpos sin vida, en su lecho de muerte mientras sus familiares lloran a su alrededor, parece que no ven lo mismo que yo, ellos siguen viendo el cuerpo de su ser querido, intacto. Devoro desde la tierna carne de infantes hasta la correosa piel de ancianos. Soy el camino que los lleva hasta el lugar donde descansarán eternamente. Mis alas son de un negro puro, parecen una nube de oscuridad que cuelga a mis espaldas, casi inmateriales. Magnífico.

FIN


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