AMOR EN "OFF"

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Estoy tumbado en mi cama. Solo, pero pensando en ella. Más que pensarla, la vivo porque cierro los ojos y la veo frente a mi en el esplendor de su desnudez, a la vez que la siento tendida aquí a mi lado.

Abro los ojos y soy consciente de mi soledad pero algo más fuerte que mi razón me fuerza a volver a cerrarlos. Ella sigue ahí. Frente a mi. El aroma de su piel va, poco a poco, llenando la habitación. Me recreo en su cuerpo. El cabello moreno, ondulado, cayendo sobre sus hombros; los ojos verdes, chispeantes, con ese brillo y esa alegría que me desarma; la boca, de labios carnosos, húmedos, sensuales. Esos labios que tantas veces he besado, que tanto placer me han dado recorriendo cada pedacito de mi piel sin olvidar un solo pliegue, un solo poro. Los pechos que parecen apuntar directamente a mis labios. Pechos que tantas veces he acariciado, apretado, lamido, besado, gozado, coronados por esos pezones pequeños, rosados, duros y desafiantes que saben de mis labios, de mis dientes, de mis dedos...

A estas alturas, mi miembro ha decidido, por si solo, despertar y hacerse portavoz de mi mente, así que lucha por escapar de la prisión de tela del slip. No le hago mucho caso. Me duele su ausencia y, a pesar de revivirla, no estoy para festejos. Lo miro y le dedico un guiño cómplice que espero entienda.

Sigo a lo mío. Recreo su vientre. Las veces que mi lengua lo habrán recorrido trazando el camino hacia lugares más cálidos y profundos que la fosa de su ombligo, las veces que mi boca se habrá perdido por la linea oblicua de sus ingles, huyendo, para no llegar antes de tiempo, del rizado bosque de su pubis. Igual que ahora en que mi mente, por recrearse aún más, la hace girar para perderme por su espalda hasta la vaguada de sus glúteos. Recorro las rojas marcas que mis dedos dejaban en ellas en tantos apasionados acariciares que, en alguna ocasión, hasta levantaron su piel las uñas descontroladas de alguna convulsión de placer extremo, y así llegar a esa redondez de sus muslos que tantas veces supieron provocar en mi el deseo y la lujuria y en las que tantas veces perdí el sentido absorbiendo, ya, los aromas y el calor de la cercana y definitiva gruta.

Vuelve a cabecear mi miembro reclamando su lugar en este recordarla Lo libero y dejo que se asome. Tal vez solo sea una parte más de mi que pueda recrear la mayor intimidad de ella. 

Y con ese recuerdo, la habitación se carga del olor de pasión, mezcla de perfume, sudor y sexo, grabado en mis fosas nasales. Desciendo por sus piernas. Los muslos, por detrás, son quizá la parte menos gozada de ella, hasta llegar a sus pies y volver a subir por delante. Más allá de sus rodillas, la piel suave tantas y tantas veces apretada sobre mis orejas. Y, por fin, la ansiada colina del pubis, antesala de la gruta en que se vierten todos los gozos.

Ahora, mi miembro inicia una danza loca cabeceando sin parar, una lágrima brillando en él. Le dedico una suave caricia más en un acto reflejo, fuera de mi intencionalidad, dominada, en este momento por lo más primigenio de mi. Y en ese pubis se clavan mis ojos y mi recuerdo mientras que una oleada de calor me hace abrir la boca en un gemido. Un intenso escalofrío me recorre la espalda y mi mano, obediente a él, se cierra suavemente sobre mi pene. Pubis, bosque a veces frondoso donde la lengua se enreda con la seda y los labios alisan los rizos empapados en saliva, en un juego de mezcla de aromas que enerva los sentidos. Otras veces es suave deslizar en esa piel recién rasurada, tierra binada y regada que emana el aroma de lo ancestral, mientras la lengua y los labios húmedos, henchidos, van dejando en ella una pátina húmeda y brillante. Y de ahí, al bosque de vegetación nueva, incipiente, que pone en la lengua un placer picante dejando en ella un leve escozor al gustar los jugos brotados del manantial.

Mi mano sube y baja lentamente en una danza que mi mente ya no controla. Se mezclan mis recuerdos con los de ese apéndice que la domina a tenor de los roces que él, por si mismo, recuerda de su deslizar en esa piel resbaladiza por los jugos propios y ajenos. Y en su dominio, lleva la mano a la boca para humedecer un dedo en saliva y regresar a él emulando el roce de aquella lengua suave y mojada que se entretiene en su juego. 

Pero mi mente no ceja. El recuerdo me inunda de olores, del calor y la humedad de la gruta en la que, temblando de deseo, hundo mi boca para besar sus paredes, labios que se abren y se hinchan para acoger los besos, las caricias sobre el pequeño émbolo que cuida su entrada y permitir que la lengua se introduzca en busca de sabores en ningúna otra parte posibles. Siento el fluir de los líquidos, como inundan mi boca, como se mezclan con mi saliva y ese sabor acre tan especial. La mano se mueve con más y más rapidez. Mis recuerdos son reemplazados y el pene ocupa el lugar de la lengua. La paredes de la gruta se cierran sobre él abrazándolo herméticamente. Las piernas se cruzan sobre si mismas para que no escape y empujarlo hasta lo más profundo. El movimiento de vaivén se transmite a mi mano. Jadeo en busca de más aire. El calor, centrado en mi miembro, me hace respirar agitadamente y olvidar el resto de mi. Me paralizo al sentir como el manantial borboteaba y se inunda llamando a mis propios jugos. Las piernas cruzadas, me empujan, en un último espasmo, hasta lo más intimo de ella y con un grito brutal, me dejo ir en un surgir que inunda mi mano y cae sobre la propia piel de mi sexo.


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