LOS ANALES DE MULEY(1ªPARTE)(15)

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               XVll

   Que grandiosas palabras,

para mis adentros decía,

pues honrar a mi enemigo

o exaltarlo, nunca podría;

pienso que solo quería

hablar un rato conmigo.

   ¿Cómo iba a perdonar

a quien expoliaron

y la huerta quemaron?

Mi odio y dolor era tanto

que mi alma quebrantaron,

y se agravó mi quebranto.

   Si yo hubiera podido

me hubiera enfrentado

a esos viles ladrones,

pues quedé paralizado

y todo acojonado

al comprobar sus acciones.

   Pero sus gozosos rostros

en mi retina quedaron

como tétricas postales,

son recuerdos personales

que penas se enfundaron

y sus podios olvidaron.

   En mi anidó la pena

desde aquel triste día

y mucha angustias sentía,

pero el tiempo calmó

todo cuanto yo sufría

y el perdón afloró.

   Pues a través del tiempo

a mucha de esa gente

la he visto fallecer,

pero no era sugerente

y menos aún conveniente

expresar mi parecer.

   La guerra nos llena de odio

y nos hace muy valientes

cuando somos vencedores,

expones lo que sientes

sin miedo a las gentes

porque somos los mejores.

   No luché en ningún bando,

pero en guerra viví,

la vida casi perdí

y el odio fue mi fuente;

mucho de ella bebí

y me hice el valiente.

   También fui cobarde,

pero nunca lo negué,

miedo tuve a la muerte

y de ella escapé;

tan buena gente encontré

que cambió mi suerte.

   Así es esta cruel vida

de péndulo oscilante,

rígido y variante;

muestra su trayectoria

y corta la memoria

de cualquier viandante.

   Quién niega su miedo

niega su valentía

y puede que algún día

de ello se arrepienta;

quién al miedo se enfrenta

olvida su cobardía.

   Eran monólogos largos

y no entré en conversación

porque tenía vocación

de ser simple espectador,

pues comprendí la razón

de aquel sutil orador.

   Quería calmar mi impotencia

porque eran tristes momentos,

de muertes violentas

que herían sentimientos,

pues a tantos sufrimientos

tendrían que rendir cuentas.

   Aquellos monólogos,

sus bellas disertaciones,

no calmaron aflicciones

porque dejé de creer

en razonables lecciones

que justifican a un ser.

   Toda justificación

culpabilidad encierra,

todo aquel consciente hierra

si habla de esa guisa,

pues de muertes precisa

para acallar esta guerra.

   No era niño espabilado

en números o en lectura,

y odiaba la escritura;

pero tenía inteligencia

para adoptar la postura

que dicta mi creencia.

   Del maestro discrepaba

en sus disertaciones

donde exponía opiniones

de fundamento social

o de triunfo general,

pues no entendía sus razones.

   Yo era un niño lerdo

en cuestiones sociales,

pero de mucho intelecto;

las enseñanzas morales

eran para mi esenciales

con un énfasis selecto.

Solo me miraba en ellas

pensando en mi formación,

siempre ponía atención

esperando esos momentos

de buena disertación

y coger sus fundamentos.

   El tiempo iba pasando

y nuestra plácida estancia

abocada a su final,

la guerra y su resonancia

avivaba la arrogancia

del fuerte bando rival.

   Sabía que de esa casa

tendríamos que salir,

pues deberíamos partir

de ese humilde hogar

y así no interferir

en su labor de salvar.

   Aunque a otras mandó

y ordenó fusilar,

pero pudo rescatar

muchas vidas condenadas,

más tengo que resaltar

sus acciones ordenadas.

   Se me iba el tiempo

y todo lo aprovechaba,

su enseñanza quedaba

para el día de mañana,

porque mi mente brillaba

con bella luz no lejana.

   Llegó el día de partir,

todo estaba calmado

y lo nuestro olvidado,

su recuerdo quedó

en mi alma impregnado,

pues nadie lo borró.

   Salimos de aquella casa

a hurtadillas, algo lentos,

fueron tristes momentos

hasta que nos ignoraron,

pues salimos contentos

cuando nos olvidaron.

   Llegamos a la huerta.

Todo era desolador,

me produjo gran dolor,

contemplé su destrucción,

miré a mí alrededor

y fue una desilusión.

   La casa grande estaba

casi destruida, quemada,

nuestra triste mirada

de impotencia lloró,

pues quedó tan asombrada

que de pena suspiró.

   Lloramos la barbarie

de aquellas impunes gentes

llenas de odio y rencor,

fueron unos delincuentes

quienes usaron sus mentes

para sembrar el dolor.

   Aquella enorme mansión

su esplendor había perdido,

pues todo estaba destruido;

solo sus muros quedaban

y sus sombras adornaban

aquel paraíso hundido.

   Destruyeron su historia

y todo su ante pasado

ha quedado olvidado,

pero su recuerdo vive

en el tiempo atrapado

y muestro honor revive.

   Porque todo aquí queda,

su recuerdo guardamos

y su andar no olvidamos,

pues buscamos el momento

de evitar el tormento

aunque raro lo tengamos.

   Absorta en la mansión

mi buena madre lloraba

de rabia y de pena,

destruido toda estaba,

más ella nunca esperaba

contemplar dicha escena.

   ¿Qué pasaba por su mente?

Tan solo ella lo sabía

en tan lúgubres momentos,

su dolor aparecía

cuando ella pretendía

remover los cimientos…


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