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Considerábanse los más listos, sin duda, ” los superiores” ( como se denominaban), una pareja de supuestos privilegiados que, según creían, no tenían porqué pasar por el aro de las obligaciones de un ciudadano normal. Iban a los bares y tanto el chico como la chica se ponían finos. Tomaban cada uno dos bocadillos, acompañándolos de numerosos cubatas que seguían pidiendo aun el cese, por el fin, del deglutimiento de chorizo y pan; novios groseros y gordos, que hablaban a volúmen alto de ordenadores y  acababan siempre dándose a la fuga sin haber abonado las consumiciones.

Admiraban a los hackers, a los jugadores de poker y a los browkers( profesiones que  exaltaba ultimamente la gran pantalla). De todos ellos, por supuesto, a los que eran mejores, los que siempre estaban al pie del cañón y que nunca se conformaban con su nuevo éxito, jugándose a uno mayor el obtenido antes, arriesgándose así a perderlo todo en un solo fracaso. Denostaban las vidas de los escritores, aún sin conocerlas, considerándolas en sumo grado aburridas, y sus obras (completamente ignotas para ellos) les parecían retrógradas si no pertenecían a los trece escasos años del nuevo siglo, siendo estas, en ocasiones, bastante más rancias que las de centenarios anteriores.

Al igual que los protagonistas de sus mejores películas, ellos se creían más avispados y valerosos que el resto. Ligeros por haber descendido sus bocadillos en constantes visitas al baño, y envalentonados de los numerosos whiskys, tras la mucha informática parlada (interrumpida a veces por referencias a las últimas hazañas de sus héroes de cine) “esfumábanse” sin previo aviso y el barman corría tras ellos, sonando una de esas veces( siempre iban a distintos sitios) una balada de banda sonora , con apasioandos saxos, mientras desde la puerta,el camarero de la barra, que había salido a perseguirles, les dejaba alejarse. De pena fruncía el ceño, y no de enfado, viendo como esos dos redondos, embutidos en sus estrechos abrigos, cojeaban debido al mucho peso que soportaban sus piernas, trasladándose muy lentamente,aún lejísimos de superar la calle y doblar la esquina. Qué cazador dispararía a un animal ya herido, se preguntaba, y por compasión, y por considerar su captura demasiado fácil, les dejaba marcharse.

Consideraban ellos que de nuevo habían escapado a las garras de su perseguidor, creyéndose los mejores, sumando este nuevo logro a su larga lista de victorias sobre otros bares. Lo que ni por asomo sospechaban es que siempre les permitían huir por pena.

Un día los camareros de barra, que se conocían entre sí, charlando entre ellos confesaron todos haber sido víctimas voluntarias de estos atracos y acordaron gastar a los ladrones lo que al principio parecía una sutil broma. Si querían caldo iban a darles dos tazas, como las huelgas en Japón, poniéndoles en bandeja precisamente lo que andaban buscando, es decir, invitándoles a todo cuanto quisieran, incluso al doble, hasta hartarlos. Todo fue según lo previsto. Si el juego no revestía el riesgo de ser cogidos, dejaba de tener emoción.  Por consiguiente, aquellos dos comenzaron a pagar todas las rondas, dejando, incluso, buenas propinas, que acabaron amortizando las evasiones de antes. Al no ser mucha su economía, consumieron menos y adelgazaron.

En este punto comenzaba la venganza. Llegaron a estar en buena forma para darse veloces carreras y los camareros que atendían detrás de los mostradores sabían que con estas nuevas armas, sus delgadas piernas, y la cantidad cada vez más escasa de dinero que tenían (ambos factores causados adrede por todos ellos, al decidir invitarles siempre) optarían por volver a las andadas. Cuando esto pasase ya no dudarían, convirtiéndose en empedernidos cazadores, sin ningún remordimiento de conciencia, al no tratarse ya de presas tan fáciles. Recobrando nuevamente su temperamento violento, después de tanto tiempo reprimido, y avergonzados de haber tenido el sentimiento de la pena,se deleitaban diciéndose entre ellos, recurriendo al ramplón loísmo: que corran ahora, que como los coja, los mato.


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