Eres mi debilidad

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Me subo la cremallera del corsé. Mientras que me miro en el espejo, y pienso lo estúpida que he sido. Llevaba días llorando, no sólo por la frustración, sino por el hecho de sentir que era indiferente a los ojos de Daniel. A pesar de mis indirectas y sutiles maneras de llamarle la atención, él había rehusado a mirarme como antes.

Llevaba sin tocarme más de lo que yo pudiera desear. Aún tenía grabado en mis labios su primer y último beso; en aquel instante supe que iba a ser diferente, que al final íbamos a estar juntos. Un día me salvó la vida, y después él, desapareció de mi vida.

Golpeo el puño contra la mesa, no sólo una vez, todas las veces posibles hasta que la mano grita tregua por el dolor. Me duele la mano, y así podía evitar el dolor del corazón. En ese instante llaman a la puerta. Miro el reloj que hay encima del espejo y me doy cuenta que aún quedan cuarenta minutos antes de que empezara el espectáculo.

-¡¿Quién es?!

Vuelven a llamar pero esta vez con más insistencia.

-¡¿Quién cojones es?!

Voy a la puerta, enfurecida, con ganas de darle unas hostias bien dadas a quien estuviera llamando. La gente sabía que no se me debe molestar antes de empezar una función. Quito el cerrojo de la puerta, y ahí estaba él. Daniel. Entra sin permiso me empuja para que retroceda unos pasos más allá de la puerta y la cierra, vuelve a poner el pestillo.

Mientras que lo hacía no paraba de pensar, en que me quitara de una vez el corsé y que me acariciara, me tocara y que por supuesto me penetrara. ¿pero que narices estaba pensando? ¿Llevaba una semana sin verle y no paraba de pensar que me poseyera? Durante toda esa semana entre sollozos, ensayos, no me lo había quitado de la cabeza.

Me voy a la barra del bar del camerino y me sirvo un whisky.

-¿Qué quieres? - Doy un sorbo, y me entra como si fuera agua.

-A ti.                                                                         

Suelto el vaso, y se rompe en añicos bajo mis tacones.

-Perdona, ¿qué?- Estoy enfadada, y él lo sabe.

-Llevo una semana dándole vueltas al tema, y sí te quiero a ti.

-Vaya. Un poco tarde ¿no crees?

-Creo que nunca es tarde para decir las cosas.

-Ahí te equivocas, es muy tarde. Llevo esperando a que aparecieras desde hace una semana. Prefieres a las amiguitas que no paran de seguirte, pues a por ellas. Liate con ellas, y hazles todo lo que tú quieras a ellas. Pero a mí, no me vengas después de una semana que me quieres a mí. Porque Daniel sé que no es así. Y si no te importa quiero que te vayas.

Estoy orgullosa por la respuesta que le acabo de dar, pero siento el corazón roto.

[*]

Allí estaba ella. De pie. Mirándome con esos ojos que me enamoraban. Estaba intentando ser dura, pero se le veía el plumero. Sabía perfectamente en lo que estaba pensando y la única manera sería forzando la situación.

-Sabes que he sido un estúpido. Pero me he dado cuenta de algo. DE algo que antes y sin ti no me hubiera dado cuenta. Quiero tenerte entre mis brazos. Quiero que seas tú la única. Para mi eres la única, pero he sido un estúpido al tardar tanto en darme cuenta. Eres mi debilidad.

Ella me miraba con atención, sabía que era sincera la respuesta

Y así lo haría. Rápidamente y sin dudarlo en ningún momento me arranco la camisa de una vez y fui directa hacia ella. La levante en brazos y la senté en la barra del bar. No puso oposición. De repente, me agarra de la oreja.

-Eres idiota.

-Lo sé.

Con la otra mano, me da una bofetada. De la que no me quejo, me la merezco. Me pica la mejilla, sabe dar las bofetadas. Meto mi mano entre sus muslos mientras que le acaricio por encima de las bragas la miro ensimismado, ella se acomoda un poco más y me rodea con las piernas.

-No vuelvas a hacerme esto.

Le quito las bragas y hundo mi cabeza entre sus muslos. Entre cortadas respiraciones, me dice algo que no llego a entender, probablemente me esté maldiciendo, o insultándome; me incorporo un poco más y levanto la vista. Ella jadeando me mira, me coge de la corbata y tira de ella, para que me acerque a ella. No aparto la mano de sus muslos por lo que ella sigue disfrutando mientras nos miramos a los ojos

-Abre la boca.

Al instante ella lo hace, y hundo mi boca sobre la suya; de repente se puso tensa y aparto la boca de la mía para poder gritar por el orgasmo que estaba teniendo. Disfrutaba viendo la, como su cuerpo convulsionaba una y otra vez, sentía la mano húmeda de su sexo. Y algo en mis pantalones que pedía salir a gritos y que tuviera un poco de atención. Se relaja de inmediato.

-¿Qué hora es?

La miro sorprendida, y no dudo en soltar una risotada que inunda su camerino. Ella se suelta el pelo y me mira traviesa, muerde su labio y de repente noto como sus manos están sujetando mi miembro. Entrecortadamente cojo aire, y siento como sus manos van arriba y abajo.

-Son las siete y media.

-Bien, bien.

Saca una mano de mi pantalón y tira de nuevo de la corbata, me muerde el lóbulo de la oreja como ella sabía que me gustaba.

-Bien. Tienes cuarenta minutos para hacerme lo que quieras.

Lo último me lo dijo sensualmente, y perdí el control.

Me bajo los pantalones y mientras ella se bajaba la cremallera del corsé. Ya la tenía completamente desnuda para mí. Tenía el mundo delante de mí.

La cojo en brazos, y la purpurina de su cuerpo se queda impregnada en mi camisa. Agarro su cintura mientras que ella se agarra a mi cuello. La penetro suavemente y noto como ella se estremece de placer.

-Sólo quiero hacerte gemir a ti.

Su húmedo sexo me da la bienvenida. Comienzo a moverme rápido, a penetrarla sin compasión. Sólo la quería a ella. Muerdo su cuello. Beso su manchita tan sexy de la clávicula. Estoy tan apunto de correrme que me acerco a su oreja y le gimo. Noto como su cuerpo se contrae y nos corremos a la vez.

La ayudo a vestirse, aunque ella vuelva a hacerlo para un público privado.

Pero aún así sé que ella es mía.

Y que aquella noche volvería a serlo.


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