Tres Velas Eternas.

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      Era el año 1945, la Segunda Guerra Mundial daba su fin. Los honorables hombres que habían ido a luchar por su país, se encontraban de fiesta, pues pronto volverían a casa con sus familias. 

      El timbre de la puerta sonó al medio día, era la casa donde vivía la futura esposa de uno de esos soldados. La joven se acercó a la puerta con el temor de encontrar una hurna con las cenizas de su amado. Abrió la puerta y no había nada de eso, sólo era la correspondencia que había legado. Entre las cartas que recibió había una que la hizo sonreír instantaneamente, era de su amado. 

 

02 de Septiembre, 1945

Querido amor mío:

Se que ha pasado mucho desde que nos vimos por última vez, te extraño y pronto volveré. Ya no tengo ningún deber aquí, me han informado que la guerra terminó y que podemos ir a casa. Comprendo que han pasado años y posiblemente ya hayas iniciado una familia con alguien más, ruego a dios que sean sólo ideas mias. Pronto iré a verte con la esperanza de que aún me ames y que quieras iniciar una familia conmigo. Tenenmos promesas que cumplirnos, trataré de llegar lo más pronto posible. Espero encontrarte con esas velas encendidas, con las que prometiste esperarme cuando la guerra terminara. 

Con cariño, el que espera ser tu futuro esposo.

 

      La carta hizo que derramara lagrimas de felicidad. Inmediatamente corrió a la escalera del ático a buscar esas velas que llevaban guardadas años, encendió tres de ellas y las colocó en una mesita que había en el pórtico. Era tanta su emoción que se sentó en la mesedora, a un lado de las velas a esperar a su amado. Leía la carta una y otra vez, estaba segura que llegaría en cualquier momento, pues la carta había sido escrita hace tres días. Pasaron las horas, y la oscuridad se hizo presente. Decidió esperarlo sentada en el comedor dentro de la casa, pero el sueño la venció por esa noche. 

      Al despertar en la mañana siguiente, corrió a ver las velas, éstas estaban a punto de terminarce y las remplazó por unas nuevas. Se sentó en la mecedora a esperar con la carta en la mano y esperanza en el corazón. 

      El tiempo pasaba y las velas que iban acabandose las cambiaba por otras nuevas. Ella esperaba sentada en la mesedora, junto a las velas y aún con la carta en las manos. Muchas veces se cuentionaba acerca de si seguir esperando o apagar las velas. 

-¿Y qué pasa si al amanecer no apago las velas?- Se preguntó a si misma -¿Lo estaré esperando por siempre?- Pensó por unos minutos y luego se dijo -No, lo estaré esperando por el tiempo que lo ame. 


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