Vibrador, dildo o como quieras llamarlo

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Me encontraba sola en casa, pues mi compañero de piso, Luis, había quedado un rato con sus amigos. Aproveché la ocasión para masturbarme porque llevaba el día excitada y me daba palo hacerlo con alguien en casa. Empecé á acariciar mi clítoris con la yema de mis dedos y metiendo la punta, lo que hizo que en unos instantes mi entrepierna se encontrara chorreando. Cojí mi vibrador del cajón debajo de la mesa del salón y me tumbé en el sofá jugueteando. Pobré si aguantaba la punta del artefacto y luego lo metí a fondo mientras de mi garganta salía un grito ahogado. Me lo metí de nuevo, firme, con más fuerza entre mis paredes muy lubricadas gimiendo, meneando las caderas al ritmo del vibrador.

-Te dejo mi pene para que no tengas que usar esas cosas.

Mis paredes se dilataron y me asusté mucho. Era Luis. Había llegado unas horas antes de lo previsto y me observaba con una sonrisa pícara. Yo, al contrario, estaba muy avergonzada y roja como un tomate.

-No te preocupes, todos lo hacemos- admitió-. Pero ya que estamos podríamos... Carla, no hay nada comparado con un pene real- dijo vacilante.

Me di cuenta de que bajo su pantalón se escondía una erección y ya que los dos estábamos así acepté.

-Pero no se lo digas a nadie, ¡JAMÁS!-le advertí.

Asintió con su cabeza y rápidamente se quitó los pantalones. Lanzó mi juguete a la otra punta de la sala, con desaprobación y yo, nerviosa, me quedé en la postura que tenía antes, tumbada en el pequeño sofá con las piernas abiertas de par en par esperando a que algo saciara mis ganas de sexo.

Con su dedo índice comprobó lo lubricada que permanecía mi vulva e hizo unos cuantos círculos para asegurarse. Luego lamió su dedo, me agarró de las caderas y me penetró con la misma fuerza que lo había hecho yo antes con mi vibrador. Grité clavando las uñas en la tela del sofá y sonreí al recordar que dijo que no había nada mejor que un pene de verdad en vez de un dildo o un vibrador o lo que sea. Salió de mí y volvió a entrar, repitiendo el mismo proceso, yo también gemí y volví a arañar el sofá. Aceleró el ritmo hasta que los dos nos corrimos acelerados. Soltó mis caderas, dejando mi piel de gallina y una sonrisa en la cara. Limpió nuestros jugos y nos vestimos. Se quedó mirando al vacío sentado en el sofá mientras yo me encaminaba hacia la salida.

-¡Eh!- le dije rompiendo su ensimismamiento- ¿Puedo contar contigo la próxima vez?-le sonreí descaradamente y me marché, dejándolo con otra sonrisa pícara en su cara, sentado en el sofá.

 


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