Relato del artista incompleto

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Nunca olvido que era sábado, mi día favorito. Descansaba en un lugar que había convertido en propio, una cama rota abandonada bajo la sombra de un almendro aún verde. Mi amigo Amadito, un chico de raíces afrohispanas no dejaba de divertirme con cientos de fascinantes historias.

Algunas las recuerdo bien, como la vez que se sintió terriblemente enfermo y la doctora de la fundación le diagnostico que su corazón estaba repleto de gusanos. O también cuando tras de veinte días de ayuno en la iglesia, Dios Padre descendió sentado en su trono y le aplasto contra el suelo.

-¿Sabías que a los ocho años me entere de que mi nacimiento se prolongo por tres años y medio?

Aquella fue una época de mi vida en la cual me relacione con gente muy peculiar: Solteronas que no permitían a sus sobrinas aprender a leer por puro capricho, niños profetas y hombres sin pasado.

Mientras mi amigo me persuadía para acompañarle a Buenas Noches, un rio cercano en medio del cual se levantaba un islote cubierto de manglares azules, repentinamente dos enormes costales se desplomaron a nuestro lado. Habían sido traídos por un hombre barbudo con el torso desnudo y pantalones sujetos con tirantes de piel. Las manos estaban enfundadas en gruesos guantes y cubría su cabeza con una gorra naranja.

-No tenga miedo reverendo, es mi padrino Holguín- me aclaro Amadito.

El recién llegado se dejo caer en un viejo asiento de autobús colgado de una viga. Desprendía un penetrante olor a carbón mezclado con lo que me pareció caramelo. Para no hacerle sentir como un intruso procedí a presentarme.

-Soy un misionero y estoy feliz de conocer al hombre que prepara los mejores pilares dulces de estas tierras ¿Es cierto que son tan grandes?

-Tanto que puedes arrojarlos al rio y navegar seguro sobre ellos hasta el mar- Respondió en su lugar Amadito, con el pecho inflado de orgullo

Aquel sujeto se incorporo como impulsado por un resorte invisible. A continuación se agarro de la viga sobre su cabeza y empezó a ejercitar sus brazos bajando y subiendo.

- Si usted es un enviado de Dios tiene mi respeto.

Holguín se dejo caer y centro su atención en el firmamento. Amadito se mantenía absorto esculpiendo con su navaja un trozo de pino.

-En mi niñez padecí de de tantas calenturas que me dejaron medio ciego. Por eso siempre miro hacia donde hay más luz.

Examine cuidadosamente sus ojos. Estos giraban sin control hacia todas las direcciones. Su iris era negro y anormalmente grande. Una vez que los mirabas, te costaba concentrarte en alguna otra cosa.

-¿Vives solo?

Tardo en responderme, era evidente que aquello le causaba mucha vergüenza.

-Al parecer ustedes dos iban a algún sitio.

-Si a Buenas Noches, pero como falta poco para el medio día ya no iremos- le conteste.

-Tenemos hambre padrino, llévenos a su casa.

-Okey, pero abríguense bien.

Cuanto deseo que en este momento ustedes pudieran verlo a través de mis ojos. La casa se había construido en la depresión de una llanura cubierta de cardos. La mejor forma de describirla seria comparándola con una nariz que sobresale entre abundante una cabellera.

El lugar retenía perfectamente la humedad. El suelo era de tierra negra, muy fértil, razón por la cual tenía que podarse constantemente. Maracuyás y todo tipo de enredaderas que crecían sin control. La mitad de la vivienda fue convertida en una habitación. El resto servía de fábrica.

-Me propuse que cuando empezara a ganar plata, llenaría esta casa de todo lo que me gustara. Pero he acabado haciendo todo lo contrario: Subsistir con solo lo necesario.

De repente Amadito aplaudió con fuerza, nos volvimos hacia él y vimos que había terminado de tallar una botella con orificios.

-No creo que puedas guardar agua en un recipiente con agujeros- le advertí.

Procedió a llevársela a los labios y soplar suavemente.

-Es una flauta rinoceronte.

-Bueno Holguín quiero ver tus obras de arte.

-Están detrás de aquella puerta, pero ninguna me enorgullece’.

Me causa mucho pesar que aun hoy no posea la preparación suficiente para contarles lo que vi con suficiente detalle. Sobre una mesa había más de una docena de esculturas blancas. No eran muy grandes. Cada una recreaba con exactitud diferentes escenas de la vida diaria: Un niño sonriente corriendo detrás de una gaviota. Una colegiala rodeada de maletas abrazando fuertemente a sus padres.

También contemple a un bebe extendiendo sus manitas hacia un rio de cuya superficie emergían incontables peces. Personalmente, la que más me gusto fue la de unos jornaleros guiando una carreta repleta de cañas de azúcar tirada por un buey. La textura de estas figuras era muy semejante a la cerámica. Además parecían empapadas de una clase de aceite. Pero no quiero olvidar lo más importante: Ninguna de las figuras estaba totalmente acabada, lo cual reducía su magnificencia.

-¿Puedo tocarlas?

-Claro se sorprenderán de lo solidas que son.

Pose dos dedos en la más cercana, para mi asombro el área donde hice presión se torno oscura. Retrocedí exceptico. Me acerque nuevamente y aplique más fuerza. Extraje mis dedos y los observe.

-Están secos, la capa es increíblemente resistente.

- Gracias a eso se han mantenido por años, la más reciente tiene dos.

-¿Porque las dejaste incompletas siendo tan bellas?

-Cada vez que estaba a punto de terminar alguna, se apoderaba de mí un profundo desprecio y la abandonaba. Luego empezaba una nueva pero también me sucedía lo mismo. Así se lleno esta habitación.

-Apenas las he mirado y he recordado todo lo que amo- Exclame emocionado.

-Pues a mí me avergüenzan. Son muy inferiores a como las veía dentro de mi cabeza.

Frustrado, el escultor echo mano de un capote polvoriento con la intención de cubrirlas, pero de pronto descubrí algo. Lo detuve sujetándole por la muñeca derecha. Me acerque a la mesa y lentamente empecé a ordenar las esculturas. Cuando moví la última, Amadito palmoteo eufórico la espalda de su padrino.

-Lo veo claro reverendo, al juntarlas veo algo completamente distinto. Todos ellos son gente que le dicen adiós a un barco.

Efectivamente, todas las figuras juntas formaban una gran escena.

-Holguín tu no fabricaste baratijas incompletas sino partes de una misma obra.

Después de examinar atentamente las figuritas, corrigió a su ahijado.

-No es un barco que zarpa, al contrario regresa. Y ellos le esperan alegres.

-¿Y qué trae?- pregunte.

-Brazos, cabezas y corazones. Lo que necesitan para estar completos.


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