Una historia de amor VI

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Lo extrañaba, como lo extrañaba. A pesar de que la decisión había sido mía, desde que terminamos me había vuelto una persona gris. Todo había perdido la emoción para mi. Me sentía culpable, y en ocasiones pensaba en decirle que me retractaba de lo dicho y que a lo mejor todo lo que nos pasaba era cosa de los amores a distancia. Era mejor esa tristeza y vacío que sentía que vivir desangrándonos todos los días con una relación que al parecer tenia un inevitable final? No quería ser egoísta y permitir que ambos siguiéramos sufriendo tanto, a lo mejor el encontraría alguien que estuviera mas cerca y fuera todo lo que el necesitaba, no alguien que lo llenara de tristeza todos los días y lo hiciera pasarse los días esperando. No lo había dejado de querer, pero tenía miedo que un día el desamor me sorprendiera, así que decidí sorprenderlo yo.
Me habían contado que estaba saliendo con otra niña y, aunque ya habían pasado seis meses y se acercaba mi regreso, eso me hizo recaer en la tristeza y añoré los días en los que no conocía el amor y andaba por ahí sin pensar en alguien todo el tiempo y sin sentirme culpable por algo que al parecer era inevitable.

Cuando llegó el momento de regresar mis amigos estaban preocupados por mí. Casi no salía y cuando lo hacía era igual que andar con un ente.
Tenía muchísimo miedo de encontrármelo y mas aún de verlo con aquella chica con la que me contaron que estaba saliendo. Mi madre decía que el viaje me había cambiado totalmente y trataba de sacarme en charlas que era lo que me agobiaba, pero la verdad no quería hablar de eso. Mi amiga la rumbera insistía en que saliéramos a tomar, que no había pena que no ahogara el alcohol y que liberar y relajar mi mente por un rato me vendría bien. Me insistió tanto que cedí, quedamos en salir un viernes por la noche a un bar que ella conocía bien y que sabia me iba a gustar. El alcohol empezó a hacer efecto y todo era perfecto, hasta que no lo fue y sentí una increíble urgencia de llamarlo. Mi amiga se dio cuenta de lo que pretendía y no me dejó hacerlo.
Lo ultimo que recuerdo es a mí, sentada en la acera de la calle frente al bar llorando desconsoladamente y preguntándole a Dios que había hecho para merecer tal miseria. Así es el desamor.


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