LA HIJA DE MI SOCIO

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Observaba cómo su pelo mojado caía liso hasta el comienzo de la parte inferior de su bikini, aquello de ante mano hizo que un calambre se instalara en mi entrepierna.

Se encontraba al borde de la piscina, con los brazos cruzados y apoyados en el filo. Los ojos, los cuales no podía ver, supuse que los tenía cerrados mientras disfrutaba de la armonía de aquella solitaria piscina. Era un lástima no poder obsequiarme con ese color verde que deslumbraba su mirada cada día, aún así, me deleitaba con sus magníficas curvas que seguían dándome la espalda quizá, no conocedoras aún de mi presencia.

Conocí a Adriana en la primera reunión con su padre, con el que meses más tarde, hice negocios convirtiéndonos en socios a día de hoy inseparables.  

Recuerdo aquella primera cena como algo espectacular. Si os soy sincero, para casi nadie -por no decir nadie- a la que se lo cuente, le parecerá cómo tal. Porque no pasó nada. Sólo me pasó a mí, que me dejé desconcentrar en todo momento incluso sin ella ser consciente. ¿Cómo iba a serlo? Por aquellos entonces, Adri tenía unos 17 años y yo 28. Era muy mayor para ella y muy joven para hacer negocios con su padre, aún así, me arriesgué a ofrecerle mis ideas que seis meses después triunfaron.

Su sonrisa tímida y su cabeza gacha es lo que me hizo llegar aquella noche a casa y hacerme una de las mejores pajas que mi polla ha probado. Ella no pasó desapercibida para mí, pero yo tampoco para ella, aunque su delicadeza y timidez me quisieran decir lo contrario. Aquella chiquilla me miraba con las mejillas encendidas. A día de hoy viviendo lo que viví con ella en la piscina, me pregunto si estaban encendidas de vergüenza o del calentón que llevaba encima.

Volvamos a lo que iba. El día de la piscina.

Yo observaba aquella chiquilla que lucía más que bien la mayoría de edad recién estrenada, ella me ignoraba, como de costumbre, o quizá simplemente no sabía que me encontraba allí.

Yo me acababa de meter al agua con un licor de hiervas con hielo para lograr una buena digestión después de una gran comida de negocios-amistad con los padres de Adriana. Estábamos en su casa, en su terreno y con sus padres dentro del chalet. Mi verga que todo eso le daba totalmente igual, estaba totalmente erecta, deseando llegar a casa o quedar con cualquier chica para desfogar lo que Adriana, como siempre inconscientemente, provocaba.

Nunca le di a entender mis fantasías, nunca le conté que me la follaría de todas las posturas habidas por haber. Jamás fue conocedora de mis pajas pensando en ella, pero de igual manera entre nosotros siempre hubo algo existente aunque inapreciable para cualquier ojo humano que no fuera el nuestro.

¿Qué me impulsó a lo que hice?

Pues no lo sé.

Porque ella era una niña y yo estaba metido ya en mis 30 añitos… además, su padre me podría matar si me veía intentar algo con su pequeña.

Yo me arriesgué y tras dar un buche al licor que caló profundo en mis entrañas, sigilosamente me acerqué a la niña del bikini blanco.

No se movió ni dijo una palabra. Sé que había notado mi presencia, pero no le incomodó. Seguía apoyada en el bordillo de la misma postura en la que la observé más de media hora. Pegué cintura a su culo mientras la agarraba por la cintura desde atrás. Mi polla rozó su culo y ella no hizo nada; ni para bien, ni para mal. Nada.

Así que seguí con mi danza mientras mis manos recorrían de arriba abajo el contorno de su cuerpo, mojado por algunos lados, secos por otros debido al sol. Siguió sin reaccionar y me atreví a más, tras mirar para todos lados y asegurarme que nadie nos veía, restregué mi polla por su culo haciendo que lentamente, ella lo inclinara hacia detrás para darme una muy buena posición de ese trasero redondo y perfecto.

Tras mirar de nuevo a mi alrededor, cogí aire en mis pulmones y me agaché bajo agua. Ya sumergido, aparté las braguitas blancas a un lado y saboreé desde atrás ese estupendo coñito apretado y depilado. No sé si gemía, yo al menos desde mi posición no la escuchaba, pero restregaba su culo por mi cara y se inclinaba hacia abajo en busca de más profundidad por parte de mi lengua, la que invadió su interior enérgicamente todo lo que pudo.

Salí medio asfixiado y más caliente que nunca. Que no me hablara ni hiciera ningún gesto de interés hacia lo que yo le proporcionaba y aún así se dejara hacer, me estaba matando. A mí y sobre todo al bulto que quería ser liberado de este pequeño y atosigador bañador.

No podía más, giré a Adriana hasta tenerla frente mía y agarré su culo para subirla a mi alrededor.

— Mírame Adriana—exigí sin éxito. Aquella muchacha giraba la cara hacia un lado para no encontrarse con mis ojos — Joder, mírame — volví a ordenarle, ésta vez, tirando de su cabello fuertemente para que lo hiciera. Un gemido salió de sus gruesos labios al hacer aquel gesto y fue el detonante para acabar con aquello que tantos meses me torturó.

Sus ojos me miraron por fin y durante toda la función. Aquel verde se intensificó, dejando atrás todo rastro de la dulce hija de mi socio.

Eché su bikini a un lado y la embestí sin miramiento alguno. El jadeo que su garganta exteriorizó hizo que casi la partiera por dentro a embestidas.

No me podía controlar. No me quería controlar.

Apoyé mi frente en la suya y con una mano tapé sus dulces labios para que no emitiera sonido alguno. Aquello la excitó bastante puesto que noté como su interior atrapaba mi polla, succionándola y haciéndome morir de placer.

Tuve que controlarme demasiado para no correrme en su interior. Ella, en cambio, lo hizo. Se corrió echando la cabeza hacia atrás en el bordillo y gritando inútilmente sobre mi mano que silenciaban aquellos deliciosos gemidos.


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