A un hijo

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Hijo, algún día me preguntarás, o te preguntarás a ti mismo, quizás demasiados porqué. Y descubrirás que no todos tienen una respuesta inmediata, sino muy al contrario, te darás cuenta que estas respuestas a veces se ocultaban bajo el lecho de los años, por entre las arenas sedosas y ásperas de la experiencia; permaneciendo oscuras y silentes ante el ímpetu de tus interrogantes, por muy alto o fuerte que los formularas, fuera a quien fuera, sobre todo, a ti mismo.


Por eso la paciencia es una virtud tan poderosa que te permitirá esperar con voluntad más allá de los cambios que se sucedan. Recuerda hijo mío, que la paciencia y la perseverancia te convierten en alguien inmortal, trata de no olvidarlo, persevera y aguanta este recordatorio en las catacumbas de tu alma.


Hoy intentaré dar respuesta a un porqué, aunque aún no me lo hayas preguntado o no ni siquiera lo entiendas.


¿Por qué he de esforzarme?

Existe un mito, esto es, una fábula, una historia simbólica que trata de expresar de manera comprensible un misterio inaudito; que habla de la creación del mundo a partir de la separación del cielo y de la tierra por intervención de sus hijos, que vivían en la oscuridad de su abrazo, confundidos por el caos. Éstos, eran como dioses. Y cuando descubrieron una diminuta luz, lo recordaron, decidiéndose a cumplir con el propósito que llevaban grabado en su corazón. Sin embargo, no existía consenso, no todos estaban de acuerdo en convertirse en aquello de que eran capaces, sino que algunos prefirieron quedarse como estaban, confundidos pero felices y seguros en la sombra de una unión que apostaba por ser imperecedera. Otra es la historia que revela cómo se impuso la decisión de separar a sus padres, una más compleja quizá. El caso es que con la fuerza de los distintos hermanos lo consiguieron, aunque los hubo que trataron de impedirlo e incluso acabar con la vida del resto. Aquella luz que descubrieron creció y lo iluminó todo a su alrededor, revelándoles todo un mundo de posibilidades, las cuáles tendrían que aprovechar no sin insistir con denuedo en aquel esfuerzo iniciado, el más inmenso, y por el que tan solo habían dado el primer paso…

Esta historia, hijo mío, este mito, aunque no te lo parezca se repite una y otra vez, una y otra vez se renueva. Cada día el sol surge iluminando las tinieblas e imponiendo un orden para posteriormente desaparecer y dejar que las sombras tomen sus posiciones de nuevo en la profundidad aberrante del caos.

Cada día habrás de esforzarte mientras dure el sol, en obedecer aquello que interiormente te guía exigiéndote un sacrificio, el de abandonar la seguridad y pretender la incertidumbre, y cuando caiga la noche también habrás de ceder a la nada que arrojan sus sombras, con valentía, esperanza y paciencia; porque al día siguiente comprenderás; porque al día siguiente tendrás la oportunidad de ser tú de nuevo.


¿Y quién soy yo?—me preguntarás.


Y solo podré responderte: Paciencia, hijo mío; paciencia y perseverancia.


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