LOS ANALES DE MULEY (2ª PARTE) (2)

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              XXVl

   Yo gozaba plenamente,

me encontraba contento,

era para mí un momento

de especial significado,

pues por fin mi talento

se veía recompensado.

   Las palabras de mi madre

mi orgullo enardeció,

mi espíritu creció

y un gran hombre me sentía;

todo en mi permutó

y me llenó de alegría.

   Yo me sentía un hombre

ante mi progenitora

y había llegado la hora

de demostrar mi hombría,

y sin ninguna demora

comencé ese mismo día.

   Cargué todas las viandas,

a la acémila subí

y de ella me despedí;

allí la dejé llorando

y la marcha emprendí,

pues atrás la fui dejando.

   Puse rumbo a mi destino.

Arreaba al jumento

porque era algo lento,

más caminaba seguro;

cabalgué con sufrimiento,

pues buscaba mi futuro.

   Hui de la claridad

y de todo ser viviente,

no temía a la gente,

más su contacto evitaba,

pues no quería ser muriente

de quién me ocultaba.

   Cabalgué algo perdido,

buscaba oscuridad

y salvar mi integridad;

lenta fue mi andadura,

más busqué la claridad

en la triste noche oscura.

   La luna fue mi guía

con su bello resplandor,

su círculo de color

prendía en mi corazón

con un fuerte ardor

que encendía mi tesón.

   De día evité caminos

y senderos transitados,

conseguí que los soldados

no advirtieran mi escapada,

pero estaban preparados

para una pronta celada.

   El jumento era fuerte,

pues muchas lomas subí

y de otras me apercibí;

bajé algunas montañas,

más mi ruta no perdí

porque usé muchas mañas.

   El camino fue largo,

pero no desesperaba,

con fuerza y brío estaba

y con ansias de llegada;

con paciencia caminaba

aquella ruta marcada.

   Muchos días cabalgué

por camino polvoriento

montado en mi jumento

y a ratos caminando;

el tiempo pasaba lento,

yo seguía en ellos pensando.

   Por los sinuosos caminos

por los cuales cabalgué,

mucho polvo inspiré;

seguía la ruta marcada

y mucho miedo pasé,

pues era ruta de celada.

   Fueron demasiados días

caminando por senderos

sin encontrar arrieros

para poder conversar,

solo quería caminar

sin encontrar a fuleros.

   Solo con mi acémila

jovialmente conversaba,

ella atenta me escuchaba

y parecía entender,

pues fija me miraba

y me hacía estremecer.

   Un día llegué a un valle

que mi atención llamó,

pues su color perdió,

también su vegetación;

allí el hombre quemó

fruto de su sinrazón.

   Antaño fue florido

y de una gran belleza

que dio la naturaleza

a este mundo revulsivo;

hoy miro con rareza

a este valle despectivo.

   Porque el hombre es cruel

y preñado de envidia,

encubre su perfidia

y a hurtadillas mata;

pues su sinlrazón lidia

su capacidad innata.

   Todo lo apercibía yermo:

su tierra polvorienta,

pétrea y sedienta;

todo parecía muerto,

pues su sabia soñolienta

reavivará este huerto.

   Porque la mano del hombre

lo que toca lo destruye,

a su ruina contribuye

y alarga sus extravíos;

de su ponderación huye

como las aguas de los ríos.

   Debió ser lindo valle

con un brillante verdor

y de gran multicolor,

con pájaros que trinaban,

fuentes de agua que manaban

resaltando su esplendor.

   Pero esta maldita guerra

todo lo arrasa y mata,

y al hombre arrebata

su eterno cauce de vida;

el calla, pero no acata

aquella sabía perdida.

   Florecerá algún día

y vida emanará,

su esplendor volverá

para gozo del viviente

que dé el vivir podrá

y será su sirviente.

   Atrás dejé aquel valle

sumido en la tristeza

rompiendo la maleza

que mi pasar interrumpía;

ofuscaba con destreza,

pues radiaba el día.

   Divisé una yerma loma

y todo fue un temblar,

avivé mi caminar,

pues por fin a mi destino,

cansado, podría llegar

dejando atrás el camino.

   Muchos días cabalgué

pasando calamidades,

sortee dificultades

siempre mirando al frente;

me sentía como un valiente

que mustió mis edades.

   Por fin llegué a mi destino

con el objetivo cumplido

y cumplí lo prometido

con orgullo y tesón,

mucho había sufrido,

más no perdí la razón.

 


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