Cine porno

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Ni siquiera me acuerdo de la película que fuimos a ver, seguramente fuese alguna de Statham,

Stallone, Willis o Washington; una de esas películas que nosotras las mujeres vamos a ver solo

porque a ellos les encantan y se merecen después de ir al cine con nosotras a ver alguna de la

Bullock o la Roberts; estaba demasiado cachonda con la idea de comérsela a mi novio en el cine

que todo lo demás me daba exactamente lo mismo. Durante aquella tarde, antes de ir al cine, es-

tuve meditando sobre ello. Mi novio siempre me reprochaba el que quería tener algo más de mor-

bo en la relación, que no todo fuese hacerlo una y otra vez en la cama o encima de la mesa don-

de solemos comer, avivar la llama, como él dice. Desde luego no le confesé mis intenciones en

ningún momento.

La sala estaba tan llena como yo la esperaba, cuatro gatos. No era el día del espectador ni había

ninguna de esas ofertas que hacen allá y cuando. Aquí donde me veis soy tímida pero, desde

luego, no estaba dispuesta a perder al chico que quería por ser demasiado recatada. Nos senta-

mos en la última fila de un cine de barrio en el cual las butacas no estaban dispuestas en plan

coliseo romano, de estas de estilo universitario americano; no sé si me entendéis, es que me ex-

plico muy mal. Total, que estábamos allí viendo los trailers de rigor mientras inconscientemente yo

ya estaba más húmeda que la lengua de alguien que habla poco. Esperé todo lo que pude para

que mi chico se enterara un poco de qué iba la película, que ya veis vosotros siendo una de acci-

ón. Le agarré el paquete por encima de la ropa. Inmediatamente me miró. Yo haciéndome la longi

fingiendo poner interés en la película. Cuando ya pensó que aquello de tocársela era solo un des-

liz aislado, le metí la mano por debajo del pantalón y la tenía dura. Miré a varias butacas para cer-

ciorarme de que nadie miraba y me arrodillé en el suelo frente a él. Me hizo un gesto como pregun-

tándome si estaba loca. Sonriéndole, me la metí en la boca. Le sabía a vainilla gracias a ese gel

de ducha que usa de marca blanca, daban ganas hasta de comérsela literalmente. Él mismo se

bajó el pantalón hasta los tobillos mientras me acariciaba el pelo y contenía la respiración. Vién-

dolo desde donde yo lo veía nadie hubiera dicho que le estaban haciendo una mamada. Me desa-

broché la blusa, sin dejar ni un segundo de tenerla en la boca, y me desabroché el sujetador. Aga-

rrándome las tetas, y él bajándose un poco mas para bajo en el asiento, le hice una de esas cuba-

nas que tanto le gustan a mi chico, frotándosela como solo yo se hacérselo. Bajaba y subía, su-

bia y bajaba, y cada vez que bajaba me la volvía a meter en la boca; eso a mi chico lo vuelve loqui-

to perdio´. Como de fondo, oía la película, que me parecía lejana como si solo fuera el ruido de la

televisión de los vecinos. En la oscuridad de la sala mi lengua no se perdía al enroscarse en su

polla; la pícara se divertía haciendo malabares con sus testículos. Ni corta ni perezosa me desa-

broché yo también el pantalón y me puse a masturbarme allí también. Alguien en la película ame-

nazó a otro jurando venganza y cuando se liaron a mamporros, en la refriega aproveché para sol-

tar un pequeño alarido al correrme en mi propia mano. Empecé a chupársela como una loca apro-

vechando los tiros, las explosiones y la música a todo trapo de la película porque quería que el

también se me corriera en la boca. En poco tiempo conseguí mi objetivo, ya que a los pocos se-

gundos me agarró por la cabeza e intentó no correrseme dentro porque sabe que no me gusta ex-

cesivamente eso, siempre me da la sensación de que me voy a ahogar. Pero aquella vez ni lo pen-

sé, dejé que todo el semen, que no era poco, con lo que deduje que ni me había puesto los cuer-

nos ni se había masturbado, es un método poco fiable para saber si tu pareja te es fiel, pero creo

que es efectivo, me inundase. En un plis tenía toda la boca llena de su semilla. Me hubiese visto

capaz de tragármelo sino hubiera sido porque la postura tampoco era la idónea, así que tuve que

echarle su propio semen sobre su pene y mi mano, que seguía agitando suavemente. Le pedí

disculpas con la mirada cuando él se relajó soltando sus manos del reposa brazos de la butaca.

Nos sonreímos como dos niños que comenten una travesura y me besó sin haberme limpiado su

semen, a si son los tíos de salidos. Después de limpiarme un poco y vestirme, mi chico se quedó

durmiendo con los pantalones bajados.

 

Al llegar a casa, presas del morbo, follamos como Dios manda.

 

Si queréis un consejo, chicas, de una guarra como yo, os diré que no dejéis que se acabe una re-

lación por ser demasiado tímidas. Besis.


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