¿Qué diablos es El Teatro? 1de4

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Ana llevaba quince minutos sentada en su automóvil, contemplando la intensa lluvia que repicaba en el parabrisas y preguntándose si tendría el valor para bajarse y dirigirse a la casa. Miró su reloj y suspiró, aún le quedaban otros quince minutos para tomar la decisión. Pensó en su marido y en sus dos hijos que estaban de vacaciones con su hermana en el norte, pensó que a esta hora de la tarde debería estar gozando a su esposo, pero en su lugar estaba en las afueras de la ciudad, pasando frío y ahogándose en un mar de dudas y penas.

Cuando su hermana le propuso que enviara a los niños con ella pensó que la idea era perfecta para pasar unos días a solas con Néstor. Hacía mucho que no se dedicaban tiempo para ellos y Ana empezaba a notar que eso estaba afectando su matrimonio. Su marido ya no era el sujeto atento y preocupado que la había cautivado hacían quince años. Era un excelente padre, eso jamás lo cuestionaría, pero era su rol de esposo el que estaba desgastándose. Distancia, esa era la clave, la distancia que se había generado entre ellos, primero físicamente cuando él estuvo supervisando la instalación de unos equipos mineros en el sur del país, y luego emocionalmente cuando cada vez que estaba en casa la televisión, la consola de juegos o el teléfono la postergaban… y reemplazaban.

La culminación de este cambio se había efectuado hacía una semana atrás, cuando Néstor le había comunicado que su empresa lo enviaría a una capacitación a la capital justo en la semana que Ana proyectaba disfrutar con él, y para la cual ya había solicitado vacaciones en la multitienda donde se desempeñaba como vendedora de perfumes.

Discusiones. Promesas de compensación. Reproches. Tristeza. Soledad.

***

En su segundo día de “vacaciones”, Ana había recibido la visita de Cristina, su amiga y compañera en la multitienda y luego de unas copas de vino había dado rienda suelta a su frustración contenida. Cristina trató de consolarla, pero las lágrimas mezcladas con rabia parecían no tener límites. Cuando al fin logró calmarla, Cristina anunció su retirada, pero antes buscó en su cartera una pequeña billetera, la abrió y de un compartimiento semi escondido detrás de una foto, sacó una tarjeta negra y sin decirle nada se la entregó. Luego la abrazó y se marchó.

La tarjeta no tenía casi nada de información. En una cara mostraba una imagen de las dos clásicas caretas de teatro, sólo que ambas sonreían. En el reverso y en el centro se leía la dirección www.elteatro.com. En la línea siguiente se veía un número de serie. Siempre mirando la tarjeta, Ana se acercó al escritorio donde había un computador, lo encendió, abrió un navegador y escribió la dirección. Segundos después la pantalla se volvió negra y en el centro apareció nuevamente la figura blanca de las caretas teatrales. Ana hizo clic en ella y se desplegó un cuadro que le preguntó un “Número de Invitación”. Escribió el número de la tarjeta y pulsó ENTER y en el costado derecho apareció un formulario con sólo tres cuadros: “Sexo (H/M)”, “Alias” y “Fantasía”. El primero era fácil de responder, el segundo cuadro la hizo pensar. ¿De qué se trataba esto? Acercó el puntero del mouse al cuadro y se desplegó un letrero informativo flotante. “En El Teatro nadie lleva nombres, indíquenos cómo quiere llamarse”. En ese momento la curiosidad se imponía a la razón y Ana sólo actuaba. Escribió “Ninfa” y pasó al último cuadro, el cual también desplegó la ayuda cuando se acercó con el puntero. “Este es su momento, tómese su tiempo. Piense qué le gustaría vivir. En El Teatro cumplimos todas las fantasías”. Muy bien, era una propuesta atrevida. ¿Qué era El Teatro? Abrió una segunda ventana del navegador y escribió “El Teatro” en el buscador. Por supuesto, los múltiples resultados giraron en torno al arte teatral. Volvió atrás y buscó “El Teatro+Fantasía”. Nuevamente los resultados no respondieron sus interrogantes, así que volvió al buscador, se puso a pensar y luego de unos segundos escribió con cierta vacilación “El Teatro+Fantasía+Sexo”. Los resultados le dirigieron a obras eróticas, pero un resultado captó su atención, uno que titulaba “¿Qué diablos es El Teatro?”. Era una página de esas en que un usuario hace una pregunta y otros usuarios la responden. El que preguntaba se llamaba “SuperMario” y tenía ocho respuestas. Lo que extrañó a Ana fue que tres respuestas correspondían a mujeres (el sitio lo especificaba) y todas ponían “Se vive, se baja el telón”. Siguió haciendo búsquedas y en varias ocasiones se encontró con esa frase.

El Teatro ya había picado la curiosidad de Ana y recriminándose por no haberlo pensado antes, recurrió a la fuente del misterio y marcó el número de Cristina. Como no respondió le envió un mensaje de texto: “¿Qué es El Teatro?”. Luego volvió al computador e hizo un chequeo de lo que sabía. El Teatro era algo relacionado con sexo que su amiga Cristina ya había visitado, disfrutado, vivido, o lo que sea; y era algo de lo cual casi no había información. Seguía repasando los datos cuando en su celular sonó la alarma de mensaje entrante. Al revisarlo constató que era de Cristina, pero su contenido no hizo más que agudizar su desconcierto: “Se vive, se baja el telón”.

Al instante entraron otros dos mensajes. Uno era de Cristina y el otro de Néstor. Revisó el de su marido que decía: “Ana, surgió una posibilidad de negocios, tendré que quedarme un día más para cerrarlo. Paciencia. Besos”. Un mensaje, un puto mensaje. El hijo de perra ni siquiera se molesta en llamar. Sintió que la rabia y la pena volvían a ponerse en marcha, hasta que revisó el mensaje de Cristina. Se trataba de un simple “Dale”. Pensó en su matrimonio alicaído, se sirvió otra copa de vino y se acercó al espejo de su cuarto. Tenía 36 años, dos hijos y aún conservaba un cuerpo curvilíneo. Se tomó el pelo y se lo recogió con las manos por encima de la cabeza, se contempló y decidió que seguía siendo bonita.

-A la mierda- dijo. Volvió al computador, al sitio de El Teatro y empezó a escribir en el cuadro “Fantasía”.

***

El paso veloz de un camión por su costado la sacó de sus recuerdos. Miró la casa por el espejo retrovisor, tomó su paraguas y salió del automóvil. Activó el cierre automático del vehículo, encerrando allí las dudas y remordimientos, y con paso decidido comenzó a avanzar el trecho que la separaba de la casa.

Llegó a una sencilla puerta de doble hoja y presionó el botón del citófono junto a ella.

-¿Diga? –preguntó una voz femenina.

-Ninfa. Se vive, se baja el telón –dijo Ana, de acuerdo a las indicaciones que le había dado el sitio en internet luego de llenar el formulario.

Hubo un breve silencio que a Ana le pareció una eternidad y luego la voz nuevamente habló:

-Bienvenida a El Teatro.

Un chasquido eléctrico le indicó a Ana que la cerradura estaba abierta, empujó la puerta y se internó en los pasillos del misterioso Teatro.

--CONTINUARÁ.


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