LOS ANALES DE MULEY (2ª PARTE) (3)

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           XXVll

   Con grandes ojos burlones

busqué a mi progenitor,

con descaro, sin temor,

en la gente me fijaba

y con mitigo rigor

a todos analizaba.

   Fue una gran sorpresa

para aquellos “lugareños”

que fruncieron sus seños

con gesto de gran asombro;

miré a un hombre con leños

que llevaba sobre el hombro.

   Allí estaba él, enjuto,

con fuerza a él me abracé

y en su pecho lloré,

con alegría me besó;

la mirada levanté,

mi regocijo encontró.

   Yo, tocaba el cielo.

Radiaba mucha alegría

aquel esplendido día,

me encontraba contento

y feliz yo me sentía

en tan gozoso momento.

   Pensaba que no llegaría,

que no hallaría el camino

para llegar a mí destino,

todo en mi era cavilar

invocando a lo Divino

para que, raudo, llegar.

   Largo se hizo el camino

y me volvía pensativo,

era un vulgar furtivo

de la noche enamorado,

pues tenía gran motivo

para estar asustado.

   Tan solo mi fiel jumento

fue un digno testigo

que, caminando conmigo,

me vio triste llorar,

aunque nada me dijo

ni me pudo consolar.

   Fue buena acémila,

pues pura ella nació

y pura ella se crió,

aunque fue mi confidente

de simple asno no pasó,

pero lo llevo en mi mente.

   Y todos se alegraron,

pero no por mi llegada

o por nostalgia olvidada,

si no por lo que portaba;

fue situación angustiada

porque nadie me esperaba.

   Parecía el enemigo,

me miraban asombrados,

en el fondo asustados;

sin dejadme de mirar

estaban paralizados

sin poder reaccionar.

   Creían que era el enemigo,

que estaban descubiertos

y pensaban en los muertos

que la guerra causó;

se quedaron todos yertos

mirando a quién llegó.

     Fue momento de gran duda.

Rosó la desilusión,

avivó la turbación

y nadie pudo gritar;

pero volvió la ilusión

y empezaron a llorar.

   Pues todo fue júbilo

y brotó la alegría

por lo que yo les suponía,

todos al asno miraron

con asombro e hidalguía

y gran gozo se llevaron.

   Al jumento despojaron

de su carga tan nutrida

devorando su comida;

su gozo fue en aumento,

pues encontraron salida

a su estado hambriento.

   Viendo aquella escena

me alegré de lo pasado,

aunque un poco asombrado,

comprendí la situación

y miré hacia otro lado

para evitar repulsión.

   Aquel lúgubre camino

mil veces lo andaría,

mil aflicciones pasaría

para llevar consuelo

a quien duerme en agonía

implorando el cielo.

   Me sentía un héroe,

valentón y orgulloso,

yo era algo medroso,

pero estaba radiante,

feliz,vanaglorioso,                                                                                                                        

y también petulante.

   Pero sobre todo un hombre,

con mi juventud tras mí,

pues llegué hasta allí,

donde el destino muere;

arribar la prometí

fuera como fuere.

   A mi nada me importó

que en mí no se fijaran

y que no me alabaran,

más me sentía jubiloso;

que oteando callaran,

más yo estaba honroso.

Después de aquellos momentos

de recelo y pavor,

olvidaron su temor

y fue una algarabía;

lloraron con pundonor

mostrando su alegría.

   Les puse al corriente

de los hechos acaecidos

y sobre hechos sufridos

por un pueblo sumiso,

por los actos cometidos

por algo que no se quiso.  

   Lúgubre y pensativo

de muertes les hablé,

con detalles les narré

las viles detenciones

que atónito presencié

confundiendo mis visiones.

Como en las tranquilas noches

de las camas arrancaban,

pegaban y se llevaban

a quienes plácidos dormían;

y vigilantes estaban

porque morir no querían.

   Fueron noches eternas

sumidas en la tristeza

sin tener la certeza

de ver otro amanecer;

altivos, con entereza,

veían la tarde caer.

   Y con ella iba la muerte

de casa en casa pasando

y con su manto matando,

todo era pena y llanto

y era todo un quebranto

que la vida iba ahogando.

   Como nuestro pueblo

iba oliendo a muerto,

parecía un gran huerto

de mustias y tristes flores;

se formaba un desierto

de añorados amores.

   De nuestra detención

y del miedo pasado,

que casi fui ajusticiado

como un vil delincuente,

aunque no fui maltratado,

nada dije, quedó en mente.

   También hablé de mi madre,

de su temple y gallardía,

henchida de melancolía,

pero altiva y serena;

resignada se sentía

ahogando toda su pena.

   Y del milagro surgido

que a la vida nos volvió,

de sueños nos despertó

creyendo en la amistad;

rápido todo pasó

y vimos la claridad.

   Fue mi gran maestro,

continué la narración,

quién pidió perdón

por un hijo y su madre

condenados en función

del fascismo de su padre.

   Vi un gesto de desprecio

y mis palabras callaron,

compresión no hallaron

sino cuestión de suerte;

del relato se burlaron,

incluso de la muerte.

   Tétrico y pensativo,

unos días me quedé,

de mi padre disfruté

y conviví a su lado;

lo encontré apenado

y mucho con el hablé.

   Le hablaba de mi madre,

de su gran fidelidad,

se su enorme lealtad,

de su callada añoranza…;

siempre buscó la verdad

y nunca perdió la esperanza.

   Con mi padre hablé del pueblo

y de todo lo ocurrido,

me escuchaba abstraído,

sudoroso y atento;

se sentía afligido

según narraba el momento.

   Amargamente lloró

cuando triste narré

la “desbanda” y le miré.

¡Huían de la represión!

Altivo le pregunté

si azoró su corazón.

   Mi padre era un hombre

de sensible sentimiento,

de limpio pensamiento

y un gran hombre cabal;

afín al sufrimiento

y persona muy leal.

   Aquello fríos “señoricos”

atención no me prestaron,

pues tan solo alabaron

al asno y la comida

que febriles masticaron

y que les dio la vida.

 


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