Úfalar (Ciervos Muertos, 2ª Parte)

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Jarqui era hijo de uno de los carpinteros de la ciudad de Glemirión, era de complexión delgada, tímido e introvertido. Estas cualidades no lo ayudaban demasiado a la hora de hacer amigos, es más, lo convertían en el blanco de multitud de abusos y burlas por parte de los más gamberros. Se encontraba en aquella terrible situación porque días atrás los tres maleantes, lo asaltaron en la calle y le robaron una bolsa de monedas, Jarqui impotente sacó el tirachinas y lanzo una piedra que fue a parar a la cabeza de uno de ellos mientras huían. El muchacho corrió y corrió temiendo las represarías que pudiesen tomar aquella pandilla de matones. Consiguió escapar, pero no habían pasado ni veinticuatro horas de aquello y ya le habían dado caza, lo habían cosido a golpes hasta dejarlo inconsciente y lo peor de todo, lo habían mandado en un carreta lejos de Glemirión a lo que parecía una muerte segura.

Una repentina falta de aire, sumado a una sensación de aplastamiento y un dolor intenso por todo el cuerpo, fue lo que hizo que Jarqui saliera de su estado de inconsciencia. Estaba completamente cubierto por unos bultos que le impedían moverse y respirar. El muchacho manoteaba en aquella agobiante oscuridad buscando una abertura entre aquellas pesadas cosas que lo cubrían, para poder llenar sus pulmones de aire. Al fin en un desesperado arranque de fuerza empujo uno de los bultos y se abrió una rendija por donde pudo sacar la cabeza y respirar con fuerza.

Aturdido y jadeando, miró a su alrededor y pudo advertir que se encontraba en un oscuro bosque bajo una montaña de ciervos muertos la cual lo inmovilizaba de cintura para abajo.

-¿Qué demonios hago aquí?, ¿Qué es todo esto? –Se preguntó Jarqui-. Lo último que recuerdo es que estaba huyendo de esos desgraciados y… -Se interrumpió-. ¡Maldita sea, estoy atrapado!

Tras barios intentos de sacar las piernas de allí en los que agotó casi todas sus escasas fuerzas, se rindió e intentó buscar entre lágrimas una explicación a todo aquello. Bajo la espesa bóveda de hojas que apenas dejaba pasar un minúsculo rayo de luz solar, se cernía un silencio y una quietud aterradores que helaron el corazón del muchacho.

De pronto una brisa de aire casi imperceptible pareció transportar unos rugidos lejanos, eran unas voces ásperas, estridentes e incomprensibles en la lejanía. A Jarqui lo recorrió un escalofrío por todo el cuerpo y su corazón bombeaba a toda prisa.

-¡Ogros! –Dijo para si mismo con un grito de terror-. Deben de haberme traído en una de esas carretas, como si fuese una pieza de cacería más junto con todos estos ciervos para obsequio de los ogros de Úfalar. –La desesperación hizo presa del muchacho, mientras las rasgadas y tenebrosas voces se acercaban mas y mas.


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