Sé lo que hice este verano (5 de 6)

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“¡Hola Juan! ¿qué hacéis aquí, se ha quemado el bar?”, intenté ser graciosa.

“Jajajaja, nooo qué va, hemos cerrado ya, y como es pronto pensé en visitarte y presentarte también a Ana”.

 

Hicimos las presentaciones formales y les invité a sentarse en el sofá. Les ofrecí algo de beber y estuvimos charlando de cosas banales para romper el hielo. Ana era, efectivamente, compañera de trabajo de Juan, unos 25, venezolana, muy morena, una chica muy guapa de facciones indianas pero estilo occidental. Enseguida sospeché que el tío se la estaba beneficiando, pero la realidad iba al siguiente nivel: resulta que Ana era la pareja que Juan traía el día que nos conocimos en El Chalet, el del intercambio de parejas (así me lo declaró días después). Y su presencia en mi casa no hacía sino corroborar que ella estaba al corriente de todo lo que ocurrió ahí esa tarde. La tía parecía una guarrita deliciosa, o al menos eso concluí tras haberla conocido bien esa misma noche. La conversación iba subiendo de tono lentamente, y acabamos confesando los tres nuestras sensaciones en aquel intercambio sexual. Mientras charlábamos y el ambiente se caldeaba a fuego lento Ana no dejaba de invitarme a despojar la bata que cubría mis pudores alegando que hacía demasiado calor para taparse así. Cuando justifiqué mi indumentaria por motivo de su propia presencia, se levantó colocándose en el centro de la sala invitándome a acompañarla. A su lado pude empezar a comprender la idiosincrasia personal de esta chica. Me temo que se parecía a mí en demasiadas cosas.

 

“Juanito, a que quieres saber qué hay aquí debajo”, dijo Ana animada por los cubatas  mientras agarraba mis hombreras.

“Seguro que no hay nada que no haya visto ya”, aseguró Juan.

 

Entonces, simplemente dejó caer el pesado albornoz sobre mis pies, mostrando a los dos invitados la traslúcida prenda que dejaba apreciar la redondez de mis pechos y el sofoco de mis pezones. Más abajo solo había una prenda blanca que censuraba cualquier intento de análisis visual.

 

“Te lo dije, nada que no haya visto ya, jajaja”, decía Juan en ese mismo instante.

“Entonces, ¿eso de ahí es tu móvil o te alegras de verlo otra vez?”, se reía Ana ahora.

 

Hacía ya más de dos semanas que no veía ese pedazo de paquete con el que, como dije antes, había estado pensando varias veces. La situación desembocó en un ambiente de tensión sexual muy explícito, y entonces La chica rompió un silencio muy incómodo preguntando por el lavabo. Le indiqué la ubicación con una mano y dos palabras, y me pidió que la acompañara. Dejamos a Juan sentado en el sofá con un “ahora volvemos”. Al llegar, ella deslizó sus bragas lo justo para sentarse y empezar a mear, fijó su mirada cachonda e inyectada sobre todo mi cuerpo y, estirando de mí por la cintura, me acercó a su posición sin mediar palabra, echando después a un lado el trozo de tela que cubría mi coño para palparlo con dos de sus dedos. "Dios, me imaginaba que estarías así de mojada", suspiró la tía sin darme la opción de preguntar qué coño estaba pasando allí. Solo se me ocurrió permanecer en silencio y devolverle la caricia estirando mi brazo hacia su entrepierna palpando sus labios goteados. Ana reaccionó a eso separando sus rodillas en ofrecimiento, obligando a que su prenda íntima hiciera de forzoso tope a su apertura y, sin pensarlo ni un momento, introduje de un solo envite mi dedo corazón dentro de ella. Sus labios morenos e hinchados succionaron mi mano hacia su sonrosada gruta mientras ella ofrecía un gran soplido de placer. Sin extraer mi dedo de su interior usé mi otra mano para arrancarle las bragas que se estaban dando de sí, me arrodillé frente a su chochazo de mulata y usé mi lengua para juguetear con su botón rojizo mientras mi mano follaba sin compasión ese agujero viscoso.

 

El olor de Ana, su sabor y los resoplidos de placer animaban mis dedos a unirse en la contienda, consiguiendo enseguida introducir hasta tres en un solo bloque. Sin duda me había animado muchísimo y me propuse hacer que se corriera ahí mismo, sobre el váter, con las piernas alzadas, abierta de oreja a oreja y con el semblante congestionado. Cuando liberaba su cueva procedía a repasarla con mi lengua, desde el ano hasta el clítoris, llevándome en cada revisión una buena cantidad de su flujo cuajado y caliente. Ella me lo agradecía agarrándome la cabeza con sus manos y acompañando el peinado de su zona genital en el mismo sentido. De vez en cuando levantaba mi mirada para apreciar sus muecas de placer y, cuando me respondía con una sonrisa frenética, volvía a centrarme en su concha con la principal intención de hacerla explotar de placer. Sus líquidos ya empapaban el agujero más negro de su anatomía, cosa que aproveché para ubicar mi dedo índice en la entrada del mismo y forzar el anillo perforando hasta hacer tope con mi nudillo. El vaivén en su culo era lento y cuidadoso, no así la comida de coño que le estaba regalando. Le sorbía a toda hostia lo que salía de su interior generando un sonido muy característico algo que, sin duda, llamó la atención de Juan que, harto de esperar y abrumado por los sonidos, hizo acto de presencia desnudo de cintura para abajo y con su misil apuntando a la cara de Ana. "Joooder qué guarritas sois" espetó el interfecto.


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