LOS ANALES DE MULEY(2ª PARTE)(4)

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         XXVlll

   ¡Llegó la liberación!

Las tropas nacionales

altivas e irracionales,

mostraron su poderío;

sigilosas y puntuales

callaron el libre albedrío.

   El avance de las tropas

fue rápido, fugaz,

luchaban por una paz

que ellos habían quebrado

y mostraban una faz

de vagabundo alelado.

   Cuando Málaga calló,

todo el sur se estremeció

y angustiado lloró,

por aquella fuerte puerta

el fascismo penetró

y comenzó la alerta.

   Avanzaron por el sur

produciendo desplazados,

huían aterrorizados

buscando seguridad;

escapaban alelados

ansiando su libertad.

   ¡Y llegaron a mi pueblo!

Sin ninguna instigación

tomaron posición

y el pueblo se liberó;

no encontraron rebelión

y la villa se alegró.

   Volvió la triste estampa

de días atrás en mi mente,

vi imágenes de gente

con sollozos quebrantos;

se estremeció mi ente

y aguanté mis llantos.

   Gran bullicio se avivó

en la gente de la villa,

unos doblaban la rodilla,

otros iban altaneros;

arreció la rencilla

de tan sutiles guerreros.

   El odio y las envidias

acampaban por doquier,

triste era su amanecer

lleno de desconfianza;

todo era un padecer

rastreando esperanza.

   Con el odio, las muertes

al pueblo volvieron,

las denuncias estuvieron

muy activas cada día;

sentencias sufrieron

y la vida se perdía.

   La villa era hervidero

de gente desesperada,

corría desorientada

sin saber dónde acudir;

ambulaba desgarrada

pidiendo a gritos morir.

   Porque a sus seres queridos,

lúgubres no encontraban,

ya que muertos estaban

y quebrado su destino;

sus cuerpos reclamaban

aunque hilaban muy fino.

   Fueron días de represalia,

de febril depuración,

de llantos, de indignación;

mataban con alevosía

cumpliendo su función

de ajusticiar cada día.

   Se persiguió sin piedad

a todo republicano,

incluso al hermano,

y les apodaban rojos;

todo era ser ufano

y no padecer enojos.

   Pero eran fieles lobos,

voraces, hambrientos,

y de sangre sedientos,

repulsivos de venganza

decían a los cuatro vientos

su arraigada desconfianza.

   De nuevo llegó el caos,

la muerte y lo incierto,

más con orden y concierto

el mando libre actuó;

pero no es menos cierto

que al pueblo despreció.

   Quién luchó en el otro bando

y confiado se quedó,

con alevosía murió;

eran injustas condenas

que el vencedor impartió,

pero no rompió cadenas.

   Otros a la “desbanda”

conscientes se unieron,

del pueblo salieron

para evitar desvelo;

a ella se adhirieron

buscando sutil consuelo.

   Y algunos murieron

en ese camino horrendo,

pues salieron huyendo

ansiando libertad;

escaparon sabiendo

que poseían la verdad.

   Eludieron la muerte,

pero al frente la encontraron,

otras su meta lograron

con pena y sufrimiento,

porque tras de sí dejaron

vivo su   sentimiento.

            XXlX

   Nunca entenderé al hombre

que impone su voluntad

con miedo y temeridad;

al pueblo lo hace sumiso,

coarta su libertad,

rompe cualquier compromiso.

   Y si alguien sus ideas

impone con violencia

se acatara su creencia,

con desidia y sumisión

se tolera su presencia

con total resignación.

   Porque el miedo a morir

hace al hombre coherente,

avivado y prudente,

apacible clandestino,

incluso fiel confidente

para salvar su destino.

   La vida es don celestial

que nadie quiere perder

aunque cueste padecer;

nacemos para morir

y nos cuesta creer

que la vida es sufrir.

   Corto es nuestro camino,

efímero nuestro andar

y cansino el caminar

en muestra marcada senda;

todo se debe ambular

con las manos en la rienda.

   Nadie tiene poder

para quitarnos la vida

o ser algún fratricida

por innobles pensamientos;

la vida nos es ofrecida

desde   firmes cimientos.

   Pero al mismo tiempo

de enervadas cuerdas

nuestras vidas están llenas,

aunque sus hebras muerdas,

aquellas criaturas lerdas

se abrazarán a sus penas.

   Y continúo la guerra

con sus miedos y temores,

con suspiros y temblores

implorando al cielo

y con sollozos clamores

reclamaban consuelo.

   El pueblo sufría y veía

como sus seres queridos,

muertos, desaparecidos,

rompían sus corazones,

y sentían sus latidos

saturados de razones.

   Muerte y depuración

mi pueblo padeció,

toda España sufrió

por odio o venganza;

mucha sangre se vertió

y se alentó la matanza.

   Cualquiera de los dos bandos

que ejerció su autonomía,

empezó la agonía

de las tierra conquistadas;

fue una gran sangría

de ideas depuradas.

   El avance de las tropas

y su raudas conquistas,

hicieron a los fascistas

hados de la represión;

apresaban comunistas

matando sin compasión.

   Pero con mi corta edad

pude contemplar escenas

de horror y muertes plenas;

mi oculta empatía

y mi triste mirada fría

me unía a sus cadenas.

   Nunca jamás quise estar

en lugar del condenado,

pero me sentía a su lado

susurrando la verdad;

me sentía avergonzado

viendo inhumanidad.

   Allí estaban las dos,

soberbias y erguidas,

solemnes y presumidas,

frente sí las dos Españas;

dos Españas perseguidas

con sus múltiples marañas.

   Dos ideas enfrentadas,

dos conceptos opuestos

de devolución de gestos

para vivir toda una vida;

sentimientos con arrestos

de lealtad infundida.

   Siguió antagonismo

áspero y relevante,

de acción fulminante,

de odio y de poder;

poder fáctico ambulante

de triste amanecer.

   Ni el paso del tiempo,

ni nuevas generaciones,

ni ávidas transformaciones

sus ecos enmudecieron;

se rompió ilusiones

y algunos murieron.

   La España derrotada

guardó en su corazón

odio y desilusión,

con el dolor por bandera

ocultó la sumisión

y se hizo caminera.

   La España vencedora

sus finas garras limó,

la libertad destrozó

y fusionó cadenas;

la venganza implantó

y se llenaron las trenas.

 


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