La boda esperada I

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Soy descendiente de una familia cuyas tradiciones prohíben tener relaciones íntimas antes del matrimonio que, por cariño a mis padres, he decidido respetar.

El último mes de noviazgo fue un infierno, los besos y caricias se hacían más ardientes y provocativos, he de confesar que abstenerme con el tipo de novio que tenía no era fácil. Mi novio, ahora esposo, mide 1.90m y posee un cuerpo musculoso que hace volar la imaginación al grado de correrme el instante. Los besos que me da son tan intensos, sentir su lengua paseando por el interior de mi boca, rozando y entrelazándose con la mía; esos mordiscos en mis labios y el intercambio de saliva hacían que mi pantaleta terminara mojada. Al llegar a casa ni siquiera paraba a cenar; me iba inmediatamente a mi cuarto, me comenzaba a desnudar imaginando que era el quien lo hacía, bajaba mi pantalón rozando mis piernas al hacerlo, luego era el turno de mi blusa, metía mis manos y comenzaba a frotar de la cintura para arriba hasta llegar a los pechos y comenzar a apretarlos y pellizcar mis pezones, que para ese entonces estaban duros y erectos, con cada pellizco soltaba un suspiro como si el aire me faltara. Por ultimo me tiraba en la cama y, sin dejar de frotar mis pechos con una mano, comenzaba a deslizar la otra entre la pantaleta y mi conchita que estaba ya bastante húmeda, frotando con el dedo medio mi clítoris, primero dándole suaves toquecitos y poco a poco presionando y formando círculos sobre él. Tenía que ahogar mis gemidos que, gradualmente, se iban convirtiendo en gritos que tapaba con la almohada, hasta que por fin mi cuerpo se crispaba y de mi rajita comenzaban a correr chorros de líquido para en seguida caer relajada y dormir profundamente soñando en el día de mi boda.

La espera terminó y, he de confesar que frente al altar solamente podía pensar en la noche de bodas que me esperaba, claro que es pecado pero no podía evitar que mi pensamiento volara libremente.

Después de una fiesta interminable, por fin emprendimos el viaje, llegamos al hotel donde disfrutaríamos de nuestra luna de miel. Rápidamente cerró la puerta de nuestro cuarto y puso el seguro. Yo temblaba de pies a cabeza, por el nerviosismo y la anticipación de mis pensamientos.

Ahora si no te me escapas, eres mía y solo mía- dijo Ricardo mientras se acercaba de manera provocativa.

Me abrazó y comenzó a besarme de manera tierna, apenas depositando sus labios sobre los míos, a lo cual respondí abriendo la boca para dejarlo entrar. Metió su lengua tocando cada uno de los rincones y jugueteando con la mía, provocando un cosquilleo delicioso y excitante.

Una vez que me sintió muy excitada, comenzó a quitarme la ropa poco a poco, primero la blusa, besándome el cuello mientras desabotona la blusa, besando cada centímetro de piel que va descubriendo, pasando su lengua ardiente sobre mi pecho. Al terminar de sacar la blusa comienza a pasar la lengua, desde la cintura, subiendo y, al mismo tiempo desabrochando el brasier, el cual casi sale volando con la erección que ya experimentan mis pezones, toma uno de ellos entre sus labios y comienza a describir pequeños círculos alrededor con esa traviesa lengua que tiene; no puedo más y comienzo a gritar y gemir al mismo tiempo que mi conchita derrama su contenido sobre la alfombra. Esto lo pone muy caliente y me muerde cada uno de los pezones como queriendo arrancarlos.

Regresa a besarme mientras me empuja suavemente sobre la cama hasta que caigo sentada. Me quita los zapatos y besa uno a uno los dedos, saboreándolos como si fueran un caramelo delicioso, va subiendo por mi entrepierna, besando, mordiendo y lengüeteando hasta llegar a mi conchita. No puedo más y empujo su cabeza hasta sentir la humedad de su boca sobre los labios de mi vagina. Enloquecido por la pasión comenzó a mordisquear los labios de la vagina provocándome espasmos intensamente deliciosos, pero me daba cuenta que apenas estaba en la puerta del paraíso, lo cual comprobé al sentir su lengua sobre mi clítoris jugueteando con la punta en círculos y después con pequeños golpecitos que tensaban y relajaban mi cuerpo rítmicamente. Una vez que sintió la erección de este centro de placer, comenzó a chupetear como si fuera un pequeño pene, subía y bajaba rítmicamente succionando cada que llegaba a la base arrancando mis gemidos y provocando que soltara gotitas de líquido, las cuales se bebía con ansiedad como si de un náufrago sediento se tratara.


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