Deberse sin nada tener que darse.

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Un día más, levantarse a las seis de la mañana e ir a trabajar. Allí hay que encender todos los aparatos y prepararse para el tecleo de los botones, que es lo mío, lo que me destinaron en ese sitio donde me gano la comida, aunque de vez en cuando, lo confieso, hago alguna “artistada”, pero ya se sabe bien, todos quieren ser artistas del medio y se sacan del camino a los más artistas de todos.

Este es un defecto mundial, la competencia, la pelea por hacer, decidir, proyectar y llevarse los méritos si el éxito es grande. Ya me lo sé, ya lo aprendí de este paso por la vida. Por eso ahora vivo muy tranquila, en ocasiones sobrevivo, porque muchas veces se lleva regular trabajar en equipo un día tras otro.

Lo que me complace es que Isidoro come a diario sus croquetas de arroz y zanahoria. Ese gato del garaje de las unidades móviles tiene un catarro crónico que le va y le viene constantemente, le lloran los ojos, le sangra la nariz y yo sufro por él, pero está gordo y es guapo. También es algo arisco, pero no me preocupa demasiado, siempre intento tocarlo despacio, sin que se dé cuenta porque le quiero y deseo sentirlo entre mis dedos.

Hoy, vuelve a ser otra la semana en que revolvieron las cajas entre las que se esconde mi Isi, y por eso, dedico unos minutos de mi horario laboral a crearle un nuevo espacio donde ponerle unas mantas de cuadros viejas para que pueda acostarse, descansar, ilusionarse y durar un poco más.

A las siete y treinta es hora tomar el capuccino, lo tomo despacio saboreándolo “chopo a chopo”, como dicen por aquí, está rico e impedirá que me desmaye durante las tres primeras horas interminables de labores en el Control 400. Pero lo haré bien, domino la técnica y la tecnología, por eso trabajo allí, sin enchufe, sin recomendación, y por eso me piden para desarrollar los más importantes planes de empresa.

Finalmente llegamos a las 10:45h y vamos a desayunar. En el grupo hay un chico alto que empezó hace un mes, que nos cuenta con una sonrisa que se acuesta con su novia los fines de semana y algún día de la semana. Otro de pelo largo negro que domina las artes marciales a la perfección y que sólo lo hace el fin de semana porque ella está en Vhigú. Uno que no se sabe bien de que barrio es, que simplemente dice que lo hace con las respetadas prostitutas porque por su compañero ya no siente nada. Finalmente habla él, Amador Galiett Puffgí, que sencillamente no lo hace, y yo, que escucho, guardo silencio, me río y me hago la descarada, la vividora. Porque vivir en sociedad también puede ser eso, decir que eres sin ser, que piensas sin pensar, sobrevivir así porque nadie quiere ser decente, salvo él y yo.

No obstante se ha producido un milagro entre nosotros: “nos queremos a pesar de las diferencias, nos comprendemos, respetamos, escuchamos y reímos unos con las cosas de los otros”.

Somos un equipo magnífico, tenemos que ganarnos los sueldos y lo pasamos bien. Cada uno que haga lo que quiera, yo también me he equivocado pero he decidido olvidarlo. No tengo tanto que contar como ellos de sus conquistas y aventuras y aquí lo digo, como también ha expresado mi buen amigo Amador, que en la vida, creo, se comió una rosca, ni le mimaron ni le besaron.

A ellos no les debo nada ni ellos a mí, sin embargo nos hemos entregado momentos de risas y de compartir mesa en aquella cafetería a la cual no podemos ir salvo que sea en manada.

Camino de mi hogar pienso en sus palabras, la verdad, todo pasa tan rápido, como el tren alvia, como el avión. Sus palabras se dibujan y desdibujan en mi mente, puede que me enfermen un poco.

Pero la vida pasa y me he divertido escuchándoles, y aunque en el fondo les he juzgado, como no soy yo la que les dirá si está bien o mal lo que hacen, puedo convivir con ellos.

Llego a casa, son las 15:30h. Tengo un hambre bestial, hambre 10, pero debo comer verduras y proteínas. Tengo tendencia a engordar y todo lo que como siempre me parece poco. No deseo que me deje el endocrino, es mi freno, pero para ello debo cumplirle.

Allí, sobre la alfombra del pasillo está recostado cómodamente Pochitto, que me mira con sus ojitos tristes porque ha estado solo mucho tiempo. Quiere que lo mime y lo bese. Lo hago gustosa, es un gato especial, por ello me cuesta salir a la calle, porque deseo acompañarle toda la tarde.

Le salvé de un atropello, pero nada me debe, todo se lo debo. Llegó a mi vida en un momento de profunda soledad. Mil gracias mi Pochitto.

Así vamos por la vida, sin deber ni que nos deban, tengo un trabajo que conseguí con esfuerzo porque tengo estudios, nadie me dio nada, nada les debo, talvez me deban ellos a mí por mi responsabilidad y buen hacer, pero no son de los que pagan favores ni les gusta andar debiendo.

Mis amigos y yo tampoco nos debemos nada, cada uno que viva como le plazca, que para los apuros allí estaremos unos para ayudar a los otros, a pesar de todo.

Los gatos tampoco nada me tienen que dar, pues con sus ojitos, comiendo gustosos lo que les doy y estando sanos, ya todo me lo dan y paso yo a deberles.

 

 


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