Este es nuestro mundo

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Rebeca Schwarzenlander Sosa 

El relato esta guardado con derechos de autor. Autorizado por Safe Creative, numero: 28L5FDX98T

 

             Para ellos dos, tarde o temprano, encontrar la muerte en aquel lugar sería fácil. Esa mañana del día quince, los despertó un ruido estruendoso al que le siguieron balas y grandes sonidos indescriptibles que nadie hubiera querido escuchar. Fueron dos horas de silencio en las que nadie se atrevió a salir.  Después, las balas volvieron a oírse. El calor era sofocante, día y noche. El aroma a rancio de sus pieles se confundía con el olor a muerte y putrefacción.

            Gabe y Dante estaban incómodos en el estrecho escondite, ubicado muy cerca de la línea principal de combate.  En otra ocasión, una vez cesado el fuego, ellos y los otros hubieran salido a recoger los cuerpos dispersos, pero en ese momento eran conscientes de que si se salían de aquel pozo no volverían con vida. Frente a sus ojos vieron pasar los cadáveres de muchos de sus amigos con los cuerpos mutilados. Más de una vez habían tenido a la muerte soplándoles a la altura de la nuca. 

            Gabe asomó la cabeza un poco, vio a tres hombres de uniforme verde y cascos. Tal vez se habían adelantado de su grupo o a lo mejor estaban perdidos. No lo sabía con certeza. Uno de ellos se había enganchado en el primer cerco de alambre y luchaba desesperado por salir. Los otros dos procuraban ayudarlo, pero la balacera se los impedía.

            Gabe apoyó un fusil que se encontraba a su izquierda, apuntó con cuidado y disparó. Increíblemente la bala atravesó el cuello de uno, de eso estuvo seguro porque pudo ver un chorro de sangre brotando de la herida. No pasó mucho tiempo para que los otros dos también murieran a manos de un tanque que rondaba el lugar.

            A metros de distancia Gabe y Dante oyeron los gemidos agónicos de sus compañeros, empezaron a confundirse. El suelo temblaba y se había formado una densa y oscura nube en el aire.

            Un oficial superior tocó su silbato y la mayoría de los soldados de la compañía comenzaron a avanzar. Gabe y Dante comprendieron por qué todos huían, se miraron cómplices a los ojos y empezaron a correr lo más rápido que pudieron, sabían que los aviones que se avecinaban significaban muerte.

            Vieron pasar a muchos de los suyos en carrera desesperada, con gritos de espanto y con lágrimas en la cara. Incluso algunos corrieron por terrenos en donde  ellos mismos habían instalado minas días atrás. Otros eran descuartizados por las balas venidas de todos los lugares posibles, mientras intentaban correr.

            Las bombas empezaron a estallar a no más de veinte metros. Era seguro: una explosión iba a ser el final de sus vidas y ellos no podían hacer nada para evitarlo. Se oyó un estruendo cercano y antes de que Gabe pudiera recuperarse del impacto, notó que Dante a su derecha, yacía en el suelo, muerto. Su sangre escurría como si fuera agua, incluso su piel ya empezaba a perder color. No había nada que hacer. Por donde se mirara todo era espanto.

            Ante él aparecieron las figuras de sus padres, la de sus hermanos, la de él mismo en los tiempos de su infancia. Entonces se abrazó y rompió en llanto, rezándole a Dios y jurándole que, de sobrevivir, se convertiría en monje. Y entonces todo se apagó.

Esa mañana del día quince, en aquel lugar, murieron más de 15,000 mil soldados y 75,000 mil personas inocentes.

 

           En dedicatoria de mi gran abuelo, el hombre más parecido a mí, a quien realmente jamás conocí pero se que fue un gran hombre, y que me amaba.


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