LOS ANALES DE MULEY(2ª PARTE)(6)

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             XXXl

   La guerra trajo miseria

y sobre todo destrucción,

creí que la liberación

prosperidad nos traería,

pero la reconstrucción

algún día más tardaría.

   Se estaba pendiente

del avance nacional,

do todo lo ocasional

que ocurría en la guerra,

pero el ansiado final

se hundía en la tierra.

   Pese a la contienda

mi madre estaba contenta,

pero de paz sedienta

y de dolor saturada;

ella no era violenta,

pero estaba azorada.

   Vivíamos más tranquilos,

la lucha lejos estaba

y el frente se alejaba,

más pasaban los soldados;

yo al cielo imploraba,

suplicaba a los hados.

   Aquel día primaveral

sucedió lo esperado,

ocurrió lo anhelado

por el pueblo español:

la guerra había acabado,

comenzó a brillar el sol.

   La gente del pueblo corría

por las empinadas cuestas

elogiando las gestas

de las tropas nacionales;

iban muy compuestas

honrando bienes morales.

   Era un río de alegría,

una tormenta, un murmullo

que ahogaba el orgullo

del otro bando vencido,

pero en ningún arrullo

jamás fue convertido.

   Los que fueron derrotados

y huir no pudieron,

a la fiesta no acudieron,

pues perdieron sus derechos;

en sus casas se embutieron

ofuscados y maltrechos.

   Hoy pienso que éramos

conscientes del evento,

del ansiado momento

ha tiempo esperado;

más lleno de sentimiento

todo allí quedó apartado.

   Aquel final de contienda

el pueblo lo alabó,

la gente compartió

lágrimas de alegría,

pero el bando que venció

oscureció aquel día.

   Yo pensé que las muertes

se habían acabado,

todo se había perdonado

y se empezaba a vivir,

pero estaba equivocado:

se volvió a sufrir.

   Los últimos días de guerra

hubo quién pasó la frontera

porteando por montera

el orgullo de la derrota,

pero tenía por bandera

una noble España rota.

   Hubo muchos exiliados,

por su España suspiraron

y nunca la olvidaron,

la tuvieron presente

y siempre la añoraron

con su espíritu latente.

   Bendigo a todos aquellos

que de España salieron,

que la patria defendieron

con orgullo y honor

y la muerte eludieron

con valentía, sin temor.

   Porque al acabar la guerra

llegó la depuración,

la triste ejecución

del ejército vencido;

la victoria dio razón

a un pueblo enardecido.

   Pues al final de la guerra

emergió la venganza,

su firme punta de lanza

truncó muchas ilusiones,

y allá, en lontananza,

surgían eternas prisiones.

   También la gente del pueblo

impotente se quedó:

el odio le alcanzó.

Aceptaron resignados

y la muerte llegó,

otros fueron apresados.

   Fue tiempo de muerte,

de odios y perfidias,

por causas de las envidias

desapareció gente

y por muchas desidias

se atormentó a la mente.

   La victoria fue letal:

unos fueron fusilados,

otros serían apresados

y en cáceles recluidos;

había campos preparados,

listos para los vencidos.

   ¡Campos de concentración!

De prisioneros llenaron,

su dignidad humillaron,

mataron su valentía;

su destino acotaron,

vieron su agonía.

   ¡Y un millón de caídos!

Según dicen los expertos,

demasiados muertos

pera un pueblo desolado.

¿Son números inciertos

ese tono aclamado?

   Un millón de afluentes

que abren sus corazones

y vierten sus ilusiones

al piélago azulado;

un mar de pretensiones

que queda desahuciado.

   Savia fuerte, viril,

que consciente se perdió

y que el tiempo olvidó

en los libros de escribir,

vida que se cercenó

para nunca más vivir.

   Hermanos contra hermanos,

así fue nuestra contienda.

No hay quien entienda

nuestro vil comportamiento,

y que nadie pretenda

rehuir de tal evento.

   ¿Dónde están los muertos

de la gran depuración?

Los muertos, muertos son

por rencor o por venganza,

nuestra triste situación

no aviva confianza.

   Aquí nacen dos Españas:

la gloriosa, la vencida,

la altiva, la oprimida,

dos Españas enfrentadas,

abiertas a la vida,

pero al pasado atadas.

   Dormida quedó una España

que nunca fue muerta,

de esperanza cubierta

con llantos de libertad;

la ricas y fértil huerta

hoy llora su soledad.

   Glorioso edén florido

de eterno paraíso,

rompieron su compromiso,

mataron su corazón;

su adoquinado piso

aguantó su decepción.

   Callada, triste quedó,

pero llena de rebeldía.

Despertará algún día

y sus puertas abrirá,

lapidará su agonía,

por su ideal luchará.

   Pasarán tiempos, edades,

vendrán generaciones

y rendirán sus pendones

para curar heridas

de viejos corazones

con vejaciones sufridas.

 


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