Kilómetros

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Abrió los ojos, no necesitaba solo sentirla, anhelaba poder mirarla mientras estaba dentro de ella. Profundizar en esos ojos que le hablaban en un idioma que solo ambos  conocían. Esos ojos verdes con los que su cuerpo era capaz de vibrar como nunca antes. Esa sonrisa dibujada en su rostro que hacía que su corazón palpitara deseando poder salir de su pecho e introducirse en el de ella. Algo llamó su atención, ¿qué era ese ruido? ¿qué ocurría? < No, no quiero, no puede ser, quiero permanecer dormido y no separarme de esta sensación que me embriaga>.

Se sentó sobre la cama sintiendo el frió suelo bajo sus pies. Hundió su cara entre sus manos intentando ahogar sin lágrimas la pena que recorría su cuerpo sin haber dejado aún de sentirla allí, tan real, tan suya.  Fue al lavabo y el agua corrió sobre sus mejillas, se miró en el espejo y se dio cuenta que no podía entender cómo se había enamorado a través de una voz. Ruth cantaba en un pequeño grupo que colaboraba con la editorial, donde el escribía, en cada una de las presentaciones de nuevos libros. Él, organizaba cada evento con el deseo de poder verla. Les separaban cientos de kilómetros y apenas podía compartir con ella unas horas al mes. < ¿Por qué? ¿Por qué tiene que ser tan difícil?>. En ese momento no pudo evitar que una lágrima recorriera su mejilla descubriendo la libertad que tantas deseaban dentro de él.

Salió del despacho feliz, sentía que levitaba sin poder evitarlo: en dos días volvería a verla. No habría kilómetros que les separaran, y esta vez, le confesaría cómo el deseo por ella era desgarrador y su corazón realmente estaba en peligro sin ella. Quería gritar, llorar, saltar, expulsar toda esa adrenalina que solo ella podía provocar.

Llegó tarde y el grupo ya estaba tocando. < Es preciosa, nunca creí en Dios pero… solo algo muy poderoso ha podido crear una maravilla así>. Cuando terminaran la actuación iría hacia ella y la invitaría a cenar. No podía perder la oportunidad de hacer sus sueños realidad. Nunca habían hablado, solo alguna mirada perdida, alguna sonrisa, pero ningún intercambio de palabras.

-Hola, soy Mario, quien organiza todo esto. -Le fue imposible disimular su mirada de admiración.

-¡Hola! Te había visto por aquí, pero no nos habían presentado. Me alegro de que por fin ya sea oficial.-Su sonrisa parecía realmente sincera y Mario sintió como sus piernas flaqueaban.

-¿Te apetece cenar esta noche y nos pondemos al día de la agenda?

-¡Claro! Estará bien conocernos mejor.

Sus manos temblaban, su corazón palpitaba de tal forma que creía que cualquiera podía oírlo aunque estuviera a kilómetros de distancia. Allí estaba, la vio acercarse sonriendo con un precioso vestido que llegaba a mitad de muslo, con un escote precioso. < En mis sueños siempre vi lo que hay debajo y no parece haberme equivocado>. Se dieron dos besos y se sentaron en la preciosa terraza del restaurante donde se habían citado. Hablaron, se rieron  y congeniaron como si se conocieran de toda la vida. Mario sentía que así era y parecía que Ruth también.

-La verddad que ha sido una gran cena, eres fantástico. ¡Por fin alguien joven en la editoarial! -Ambos rieron y Mario supo que había llegado lo realmente difícil.

-Me olvidé la agenda en el hotel. Si quieres vamos a por ella y así puedes organizar el mes que viene. -Intentó no darse a descubrir con su mirada de deseo.

-¡Me parece perfecto!

Parecían estar hechos el uno para el otro. Mario no habría soñado un guión más impecable… solo faltaba la guinda que tanto ansiaba. Cerró la puerta de la habitación tras de sí, dejó al descubierto su mirada de deseo  y comenzó a hablar a escasos centímetros de ella.

-No sé por dónde empezar, pero… estoy enamorado, eclipsado o como quieras llamarlo. No dejo de pensar en ti desde que te vi en la primera actuación, desde que tu voz se introdujo en mi cuerpo y me estremeció como nunca creí que una voz podría hacerlo.

-Shhh, no digas nada más. -Ruth le tapo los labios con su índice y se acercó a milímetros del rostro de Mario provocando que este se quedara sin respiración.

Ruth retiró el dedo entre ellos y sin nada que les separara le besó. Abrazó su cuello de una manera dulce y al mismo tiempo tan sensual, que Mario no pudo evitar apoyarla sobre la pared mientras la estrechaba la cintura saboreando su lengua y recorriendo sus curvas. Ruth pudo sentir como su sexo llamaba al suyo y sintió que el deseo aumentaba sin poder controlarlo. Mario la llevó hacia la cama sin dejar de besarla y la colocó suavemente mientras se desabrochaba la camisa y admiraba la belleza que por fin era real. Ruth se incorporó sentándose sobre la  cama y deslizando sus tirantes dejando su perfecto pecho con sus pezones erectos frente a él. Mario quiso derretirse frente a esa visión y acercó sus labios a esas areolas suaves que parecían pronunciar su nombre… “eres perfecta, más aún de lo que había soñado. Esta realidad supera a la ficción”. Ruth introdujo su mano dentro del pantalón y acarició su sexo perfecto que clamaba libertad y parecía llamarla. Lo liberó a través de la cremallera y empujándole sobre la cama se sentó sobre él. Despacio, rozando su cadera con la suya, oyendo los gemidos que Mario no pudo evitar reprimir, Ruth sintió como se deslizaba dentro de ella, cómo sus paredes se contraían disfrutando de cada roce, moviéndose en pequeños círculos sobre él mientras jadeaba y se mordía su labio inferior. Mario colocó sus manos en su cadera bajo el vestido y comenzó a moverse más rápido sintiendo cómo su sexo se endurecía más hasta que se deshizo en ella y la besó. Fue un beso fuerte, apasionado, casi agresivo, al que Ruth respondió separándose sutilmente y sonriendo… Esa sonrisa selló solo el principio de muchos encuentros que llegarían a pesar de los kilómetros.


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