Soledad tú no sabes

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*A don Dante I., un hombre experto en lo suyo, a quien tuve el honor de conocer.

 

Desde su cama, el viejo dirigente, veía la tele buscando, entre un canal y otro, las viejas y sabidas discusiones inútiles de los periodistas deportivos, que apenas sabían la mitad de las cosas para informar. Él, conocedor de los pormenores, no podía más que reírse o llorar, escuchando tantas barbaridades; pero ¿cómo decir las cosas a su modo?, estaba retirado y nada cambiaba desde sus tiempos en la dirigencia. Ahora sus palabras pocos venían a escuchar; sin embargo, algunos acudían en busca de consejos.

Sentado frente al televisor miraba lo que decían y hacían otros más jóvenes, cometiendo los mismos errores que él, cuando tenía la edad de ellos. Pero él está más allá de todo eso. Buscaba en sus años jóvenes y descubría que se repetían los intentos por mejorar, lo que siempre será casi igual… el juego de la pelota.

Con la cabeza intacta busca entre las noticias y relee las hazañas de jugadores y directores que aún buscan cambiar…

La soledad no es mala compañía –dijo el octogenario- es la necesaria, que permite pensar y encontrar soluciones, pero no siempre es el camino para llegar a los cambios. Sin embargo, cuando los años se precipitan es la única compañía que tenemos en medio de los achaques de la vida. La amiga soledad. Esa que no buscamos; pero que se presenta ante nosotros cuando hemos dejado los años mozos. Mirando alrededor la vemos sentada ante nosotros, impávida, sin decir nada, no buscando nada, sola allí con su figura vacía, sin demasiado color, un tanto triste como un tango que nos grita aquello que no queremos decirnos, aunque bien sabemos que debemos.

La amiga soledad que nos mira de noche, en la penumbra, que espera su momento cruel para decirnos todo aquello que callamos durante años, esas alegrías que ya no nos llegan, para contarnos que el sol brilla pero que nosotros ya no podemos sentirlo, porque nos afecta más que a los jóvenes. Esa es la soledad de la que hablo, esa atrevida, que sin pronunciar palabra o emitir sonido alguno, nos arranca pensamientos que nos permiten advertir, más allá de las paredes, más allá de las pesadas cortinas que nos protegen de la luz de otros tiempos, esos que preferimos no recordar para no llorar y para que los demás no crean que estamos mal, cuando lo que ocurre es que nos duele el recuerdo del ayer, o el saber que ya no somos jóvenes y que ya no podemos incidir y que nos hemos vuelto dependientes. Esa es la soledad que nos dice, sin hablarnos, que se van cumpliendo ciclos que no podemos cambiar…

La vi una noche –comentó con voz ronca el hombre- recostada al lado de un viejo dirigente, que entre los bigotes dejaba escapar sus pocas fuerzas, y que sin embargo, luchaba por decir lo que aún tenía por decir… Ella ahí, parada sin moverse, sin decir nada, sin respirar, sin sentir, solo estando allí, ella la soledad instalada, desde que la juventud abandonó las fuerzas del cuerpo del viejo dirigente. Aquél que fuera el bravo caudillo de una época. Sin embargo, la soledad no sabe… que tras aquellas canas, más allá de la mirada de ese hombre, con una mente muy lúcida está pronto para seguir dando batalla.

Soledad tú no sabes –continuó diciendo- que las canas son la clara manifestación de la sabiduría, y que tu no tienes lugar cuando los pensamientos aún siguen escapándose y viajando más allá de lo concebido, para seguir manifestando de un modo u otro, su sentir. Soledad, tú no sabes…

                                                                                                               Pedro Buda 2008

Parte del libro Siete Cuentos - Del 2007 al 2008 http://www.bubok.com.ar/libros/193973/Siete-Cuentos--Del-2007-al-2008


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