Un corazón en la nevera (Capitulo 1)

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En la vida de una mujer ocurren ciertas cosas previsibles y otras imprevisibles, aunque Ana lo había visto venir desde hacía un tiempo y sólo esperaba el día en que Jorge le pidiera el divorcio. Para ella su matrimonio era cómodo, sin sobresaltos, rutinario, sin emociones. Lo más emocionante había sido el viaje de novios, madre mía y hacía demasiado tiempo ya, ¿Cuánto?, 18 años.

Ana se quedó pensativa…

-        Ana, querida, ¿Has escuchado lo qué te he dicho?. –preguntó Jorge un poco molesto por la poca atención que le estaba prestando Ana.-

-        Oh, claro que lo he escuchado Jorge. –dijo ella tranquilamente.-

-        ¿Y qué opinas?, ¿Tu también quieres divorciarte?. –Jorge parecía ansioso.-

-        ¿Tienes prisa por hacerlo?. –Ana se había percatado de la ansiedad en la voz de Jorge y decidió indagar por qué.-

Ana repasó su vida con él, se conocían desde niños, mismo colegio, respectivas madres amigas, mismo grupo de amigos en el instituto. Era algo obvio, siempre habían tonteado y ella pensó que terminarían juntos, hasta su muerte. Ya lucharon cuando nació Rubén, el bebé más llorón del mundo, -se dijo a si misma-. Rubén había sido lo mejor que le había pasado en la vida, pero tuvo que pagar un alto precio por tenerlo, interminables horas en clínicas de fertilización, innumerables inyecciones de hormonas que hacían que Ana llorara o riera en un intervalo inferior a un minuto. Luego el embarazo, el parto y un bebé llorón que no dejó descansar a nadie en el edificio. Una locura, pero mereció la pena, sólo por la satisfacción de tenerle. Aunque ahora ya convertido en preadolescente hacía más caso a sus amigos y a su consola, que a sus propios padres. Un día se haría mayor y se marcharía de casa y entonces Jorge y ella envejecerían juntos y disfrutarían de sus nietos.

Pero eso no iba a pasar, oh, por supuesto que Rubén se marcharía, pero ella envejecería sola, quizás se pudiera comprar un perro para que le hiciera compañía, pero que engorro, siempre pendiente del animal, para sacarlo, uff con lo perezosa que era ella. Tendría que pensar en otra opción, ¿un gato quizás?..

-        Ana, no es que tenga prisa, es que quiero hacerlo rápido por el bien de Rubén, para que no sufra. – Jorge sacó a Ana de sus pensamientos.-

-        No creo que Rubén sufra demasiado, no creo que le cambie mucho la vida, tu nunca estás en casa, si nos divorciamos no notará mucho la diferencia. ¿No será porque tu amiguita tiene prisa?, ja, ja, ja. –rió con sorna. Ella no era tonta, sabía que su marido se la estaba pegando con alguien desde hacía mucho tiempo, no sabía si era la misma o había cambiado de amante, pero realmente a ella poco le importaba. Hacía mucho que lo había aceptado, solamente su pereza rutinaria le había hecho no pedir el divorcio antes que él. Y también para no tener que pagarlo, porque si él era el infiel, que fuera él el que pagara el abogado, ella no pensaba pagar ni un céntimo.

-        Yo no tengo ninguna amiguita, Ana. –dijo todo ofendido.-

-        Ja, ja, ja, ja, - ahora sus carcajadas llamaron la atención de la gente del restaurante y se volvieron a mirar a su mesa. Comprendió que estaba dando la nota y bajo su mirada al plato y habló más bajito. – Disculpa mi salida de tono Jorge pero es que me hace mucha gracia que te sientas ofendido, supongo que al principio eras muy cuidadoso para que no me enterara de tus affairs, pero ahora pareces un elefante entrando en una cacharrería, se nota demasiado que tienes alguien. Y no lo niegues, no te preocupes que no voy a intentar sacarte más dinero para pensión ni nada de eso. Nos conocemos hace mucho y realmente somos amigos, sólo quiero una pensión para el niño mientras éste no se valga por si mismo, y por supuesto la casa, tu ganas dinero suficiente como para comprarte otra y yo tengo un sueldo mediano que no me permitiría una hipoteca. Es lo único que te pido para ir a buenas. Claro está que si no quieres hacerlo así, el divorcio duraría mucho y al final quizás salieses perdiendo más. –se tiró un farol, ella sabía que no tenía mucho carácter y Jorge podría convencerla, era abogado, pero hizo acopio de valor y le espetó lo que quería.-

-        Estás loca Ana, ¿tu qué te crees? ¿qué soy rico?, la casa es a medias, la vendemos y el beneficio lo dividimos por igual. Sobre la pensión del niño, ¿te parece bien lo estándar?.

-        No me lo puedo creer, yo intento ir a buenas y tu decides que después de tantos años nuestra relación va acabar mal. Tu sabes de sobra que no me desarrollé laboralmente para poder cuidar de Rubén, los dos lo decidimos así. Y ahora me dices que los beneficios a medias. Ni hablar, No estoy dispuesta a ceder en lo de la casa. Yo no puedo pagar una casa sola, asique o cedes o vamos a contencioso, tu verás. –Ana estaba indignada-.

-        No quiero discutir Ana, le daré una vuelta a ver que se me ocurre para que todos salgamos bien parados. –su voz denotaba derrota pero no lo podía mostrar tan abiertamente.-

 

En ese momento, Jorge se incorporó de la silla y dejó su servilleta sobre la mesa, junto al plato sucio. Sacó dos billetes de 50 euros y los dejó al lado de los cubiertos de Ana. Se despidió con un “ya hablaremos” y salió del restaurante sin siquiera volverse a mirar. Ana siguió con su comida tranquilamente, recogió los dos billetes y pidió postre y café. En aquel momento ella tenía la sartén por el mango y eso la hacía sentir poderosa, sin miedo, sonrió para sus adentros sin saber realmente lo que era la aventura del divorcio. Algo que conocía de lejos, en estadísticas y poco más, porque no conocía a nadie cercano que se hubiera divorciado.


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