El sueño del sueño

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El reloj de la pared  emitía un sonido seco con cada segundo. Un sonido que en la cabeza de José parecía dar un mensaje: La noche será larga, Una más, una más sin dormir. Una agonía.

No podía soportar muchas más noches así. Le dolían los huesos y los calambres eran serpientes que estaban acostumbrándose a provocarle fuertes punzadas en todos los músculos de su cuerpo. Todos. El corazón a veces parecía dormírsele más de la cuenta, sus ojos por el contrario no querían rendirse nunca a la oscuridad pese a que ese era el mayor de sus deseos. Esa rendición. Pero no llegaba nunca. No podía aguantar más.

Por ello, y no sin esfuerzo, se levanto de la cama y al hacerlo oyó el crujido de sus articulaciones que parecían estarse partiendo por el esfuerzo. Tras quitarse el pijama, se puso un pantalón largo, una camiseta y un jersey. También su sombrero y una larga gabardina que ayudaba a ocultar los temblores de su cuerpo. No quería parecer un yonki.

Utilizó el ascensor para evitarse a si mismo los dolores que le producían bajar las escaleras hasta la calle. Cuando salió del portal camino lo más rápido que pudo hasta la farmacia de 24 horas que habían abierto hacía dos meses en el barrio. No le gustaba salir de noche por allí puesto que la ciudad se transformaba por la noche en una carrera del gato y el ratón entre la policía y los delincuentes de la droga, principalmente.

No había más de trescientos metros entre su casa y la farmacia pero se le habían hecho eternos. En la acera de enfrente vio a un hombre recostado, con las manos esposadas, encima del capo de un coche de policía. Pocos metros más adelante otros dos hombres corrían a toda velocidad hacía un portal. Seguramente serían compañeros del otro.

Por fin llegó a la farmacia. Allí una mujer joven de no más de treinta años lo atendió.

- ¿Busca algo para dormir no es así? Me lo piden mucho.

- Si, por favor.

- Son 6 euros caballero –dijo la mujer  mientras le daba unas pastillas.

El hombre se percato de que no había cogido dinero. “Necesito dormir –pensó”. Pero pensar más que en dormir tras cinco días seguidos de insomnio  era imposible. Su desesperación le hizo salir lo más rápido que pudo, como un ladrón hacía su casa. Cuando llegó a la altura de la policía las luces azules de la sirena del coche adornaban las paredes de ladrillo de los edificios. Uno de los policías le dio el alto. José tenía miedo y volvió a no pensar. No hizo caso a la autoridad y siguió su lenta carrera.

A los pocos segundos oyó un sonido detrás de él y un momento después su cuerpo estaba tendido sobre la acera boca arriba. Estaba inmóvil mientras su sombra danzaba con las luces azules, como si estuviera riéndose de él con una danza macabra. Las sombras celebraban que por fin José iba a conciliar el sueño.  


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